El cable de la agencia AP explica que en las Filipinas hay asesinatos en las calles, perpetrados por maleantes motorizados. Las víctimas a veces son activistas políticos o periodistas. Eso fue lo primero que le vino a la mente a Eddie Cuizon, de 52 años, un vigilante voluntario; no es un oficial de policía, ni se supone que lleve armas, pero colabora en cuidar a la comunidad con la ayuda de un bastón policial, patrulla las calles y a veces asiste a implementar los toques de queda.

Algún tipo de instinto hizo que Eddie, al ver dos hombres enmascarados a bordo de una moto, abriera fuego. Aun cuando le habían explicado minutos antes que se trataba de una película; el reflejo pudo más y Eddie, con su Magnum .357 casera, disparó.

Cuizon le contó a la policía que lo despertaron los vecinos, preocupados porque habían visto hombres armados. Fue a la comisaría y le explicaron que era una película. Un oficial acompañó a Eddie a la filmación para vigilar, de todas formas, por si realmente había hombres armados en las cercanías.

A pesar de la explicación, y a pesar de todo, Eddie disparó. La vieja historia de la “sensación de inseguridad”: cuando alguien se convence de algo, no sirve de nada que le digan lo contrario. Eddie veía maleantes en todas partes, aun cuando fueran actores, y obró en consecuencia. La víctima, el pobre Kirk Abella, se lleva al otro mundo el pobre consuelo de que su trabajo actoral fue más que convincente.