VALE DECIR
Zanjada la controversia por el certificado de nacimiento de Obama (no sólo mostró el original; ahora junta cash para su campaña de reelección con tazas y remeras que lo llevan impreso), los republicanos no sólo perdieron como candidato al inexplicable Donald Trump, también deberán pensar qué hacer con los pins anti-Barack que, con la leyenda “Where’s the Birth Certificate? (“¿Dónde está el certificado?”), ponían en duda que el presidente fuera norteamericano. Claro que el uso de “botones” de campaña no es un recurso novedoso en la historia de Estados Unidos; de hecho, más de una frase ha dejado en jaque ciertas estrategias políticas...
En 1968, por ejemplo, el postulante Richard Nixon prometía devolver a sus hogares a las tropas en Vietnam. Dos años más tarde, con la guerra en escalada, sus detractores distribuían pins que hacían foco en la mentira: “No es un cuáquero; es un farsante”, contrastaban en referencia a su background religioso (los Quakers son pacifistas) y el continuado belicismo.
Otro caso de botones filosos data de 1964, cuando –en tiempo de elecciones– los seguidores del demócrata Lyndon Johnson presentaban al republicano Barry Goldwater como un demonio pro guerra atómica, bancado por el Ku Klux Klan, y, pin mediante, parafraseaban la frase de campaña del opositor (“En tu corazón, sabés que tiene razón”) con un rotundo “En tus entrañas, sabés que está loco”.
En 1996, Bob Dole era el candidato republicano para la presidencia contra un Bill Clinton todoterreno. ¿Su vice? Jack Kemp. Ni lentos ni perezosos, los partidarios del demócrata demostraron que nadie resiste archivo e imprimieron un sinfín de pins que recordaban una humorada del propio Kemp: “En un reciente incendio, toda la biblioteca de Bob Dole se quemó. Ambos libros se perdieron. Y él no había terminado de colorear ninguno de los dos”. Viniendo de las propias filas... Auch.
Y para los que creen que la política actual juega sucio, un caso más del ilustrativo poder del pin: en 1980, Ted Kennedy vio truncas sus posibilidades de volverse cabeza de Estado cuando los partidarios de Jimmy Carter estamparon frases que recordaban un episodio del ‘69. En aquel entonces, el hermano de JFK había conducido un auto que descarriló en pleno puente y su auto quedó bajo agua... junto a su acompañante Mary Jo Kopechne. Ted abandonó la escena y registró lo acontecido 10 horas más tarde. Una década después, los botones de campaña referían al hecho con acidez infernal: “La energía atómica es más segura que el auto de Kennedy” y “Kennedy para salvavidas”. A ajustar los flotadores, entonces, para un nuevo capítulo de una tradición que empezó en 1952, cuando había que levantar un país deprimido con la guerra de Corea y apareció aquel slogan tontón, optimista y cacofónico para Ike Eisenhower: “I like Ike”.
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