VALE DECIR
Si un libro reuniese los bunkers culturales y cunas de la crème neoyorquina, Elaine’s tendría capítulo propio. Al poco tiempo de inaugurar menú en 1963, el bistró de Second Avenue se volvió punto de encuentro para expresos devotos como Michael Caine, Jackie Onassis o Candace Bushnell. Allí Mía Farrow conoció a Woody Allen. Allí Allen filmó escenas de Manhattan. ¿Es casual que el cantante y compositor Billy Joel dedicara unas palabras al restaurante en su hit de 1979, “Big Shot”? Para nada. Everyone Comes to Elaine’s, tituló A. E. Hotchner su libro, y cuatro décadas a puro glam psicoanalizado le dan la razón.
No eran las especialidades italianas los que atraían al séquito de Elaine Kaufman, su dueña. Sencillamente, la gente “in” lo usaba de hot spot para la reunión, a merced de los fideos y la decoración, que incluía tapas de libros enmarcadas, obras de autores que comían y bebían en sus mesas. Porque figurones de la talla de George Plimpton, Mario Puzo, Norman Mailer pedían silla, al igual que políticos, policías y deportistas.
Pero, como dicen por ahí, todo concluye al fin. Con 81 años, Elaine –que trabajó atendiendo desde siempre–, falleció el pasado diciembre y aunque su manager y heredera Diane Becker dijera, entonces, que el lugar seguiría abierto, menos de seis meses le hicieron comprender que el negocio ya no era rentable. Así nomás, el pasado 26 de mayo Elaine’s tomó su última orden. “Aunque sea un cliché, es el fin de una era”, expresó Becker al New York Times, dando cuenta del cierre. Al menos, la mujer que fuera declarada “leyenda viva” por el N.Y. Landmark Conservancy lo disfrutó mientras pudo. Como declaró en el ‘83: “Viví una vida de fiesta. Elsa Maxwell solía enviar invitaciones. Yo sólo abría la puerta”.
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