La curiosidad no mató al gato... pero casi lo ahoga en Aberdeen, Escocia. Allí, un pequeño felino de ocho semanas llamado Princesa se filtró entre la ropa sucia de su dueña y terminó camuflado en el ¡lavarropas! Sin imaginar dónde estaría el minino, Susan Gordon, la propietaria, activó la maquinola y la dejó girando una hora (lo que duró el ciclo de lavado). Pasados los 60 minutos, su marido sacó la última descarga y encontró a la mascota aferradísima a un par de jeans y de lo más desaliñada. De milagro, había sobrevivido a las intermitentes olas de la lavadora. Cuando Susan la vio, lo único que pudo pensar es: “No tiene chance. Se me muere”.

Entonces, horrorizada, la mujer de 49 años se apuró a ir al veterinario, donde su gatita pasó tres noches en observación y fue tratada por las heridas (jabón en los ojos; agua en los pulmones; algún que otro golpazo). “Llegó muy alterada y temblando, con la nariz ensangrentada y los ojos lastimados”, comentó Judy Drysdale, cirujana de Vets Now, en Ardene House. “Afortunadamente, su dueña había logrado secarla bien antes de acercarse a la clínica”, agregó la especialista, que incorporó oxígeno y calmantes a la dieta del animal. También le aplicó almohadillas de calor para que recobrar su temperatura corporal normal.

La veterinaria aprovechó para sentar precedente: “Instamos a los propietarios a tener cuidado y asegurarse que las puertas de los lavarropas estén cerradas en todo momento, controlando el interior antes de activarlos”. Al parecer, secadoras y lavadoras son uno de los escondites favoritos de los gatos: pequeños, oscuros y cálidos, son ideales para entrar a curiosear.

Mientras tanto, sin daño permanente, los médicos admiten que es raro que Princesa se haya salvado. Ann Wortley, otra de las veterinarias que siguió el caso, cree que “ha usado, al menos, una de sus nueve vidas”.