VALE DECIR
Finalmente, los dolores de cabeza de Harry Potter han sido diagnosticados. Y no justamente por haber ido al médico, dada su condición de personaje ficcional; o al curandero mágico en la infinidad de entregas. Nada de eso. El encargado de develar qué mal aquejaba a la creación de la autora británica J.K. Rowling es un doctor —de carne y hueso— llamado Matthew Robbins, profesor de Neurología en el Colegio de Medicina Albert Einstein. A pesar de que, en 2007, su colega Fred Sheftell señalase que se trataba de migrañas que habían irrumpido a la típica edad de los 11 años en la cabeza del niño con rayo en la frente, Robbins no quedó satisfecho con la respuesta y siguió investigando.
Ahora, finalmente ha alcanzado una respuesta satisfactoria y, al parecer, los punzantes dolores del adolescente ficcional son producto de cefaleas numulares (léase molestias continuas de leve a moderada intensidad que se manifiestan en una zona bien delimitada de pequeño tamaño y forma circular o elíptica). En un artículo publicado por la revista Headache, el médico aclara haber estudiado la condición en pacientes reales que muestran gran similitud con el mal de Potter aunque, aclara, “en ningún caso, las lesiones cutáneas se manifiestan en forma de un rayo”.
“La principal evidencia es que tiene puntadas en el mismo lugar de la cabeza”, avisa el informe, haciendo referencia a la famosa cicatriz del colegiado de Hogwarts. Ahora habría que investigar por qué estudiosos de la salud invierten tiempo y energía en diagnosticar a gente de mentira. Robbins se apura e intenta una explicación: porque es una buena manera de educar e interesar al público sobre condiciones médicas y sus síntomas. ¿Qué vendrá luego? ¿La Bella Durmiente y el coma inducido?
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