Domingo, 28 de julio de 2013 | Hoy
VALE DECIR
La fascinación por la sangre, esa fuerza vital, siempre ha sido un terreno fértil en el imaginario popular; ni qué hablar de las criaturas de la noche, entusiastas bebedoras del elixir rojo profundo. Ya en la antigua Persia, vasijas prehistóricas ornamentadas mostraban dibujos de hombres valientes luchando contra monstruos que intentaban tomar su sangre. Y si de folklore se trata, imposible obviar la figura de la legendaria Lilith, aquella primera esposa de Adán que, tras abandonar el Edén por propia voluntad, se dedicó a raptar niños y extraerles hasta la última gota.
Leyendas y mitos crecieron con los años, alimentados por la superstición y por personajes como Giles de Rais, Vlad Tepes y Erzsebet Báthory, que, aun sin colmillos ni poderes sobrenaturales, inauguraron memorables capítulos en la historia del vampirismo. Vampirismo que, durante los siglos 15 y 16, fue temido como una verdadera plaga en las Europas y, por tanto, tomado bajo seria consideración. Como el caso de Peter Plogojowitz, un húngaro que, tras su muerte, en 1725, habría vuelto a la vida asesinando a ocho personas del pequeño condado de Kisilova. O el de Arnold Paole, quien habría resucitado y se habría alimentado de la población animal y humana del pueblito serbio Medvegia. Su caso, por cierto, no solo ocupó el tiempo de militares y estudiosos de la medicina: también de los periódicos favoritos que arribaban a Versalles y traían noticias inesperadas.
Por supuesto, había medidas para evitar que dicho mal aquejara: desde el conocido ajo que los rumanos colgaban y frotaban contra ventanas, puertas y chimeneas, hasta clavos que pretendían mantener los cuerpos de los muertos sin levitación, pasando por cruces pintadas con alquitrán en las casas de potenciales víctimas. Toda una batería de opciones para luchar contra la vida eterna de estos seres favoritos que aun hoy siguen fascinando. Como ha hechizado a un grupo de arqueólogos el reciente hallazgo de 17 esqueletos —podrían ser más— de hombres que se presumieron vampiros por aquellos siglos. Enterrados con los cráneos cortados, separados y colocados entre las rodillas o las manos (la manera de sepultar a quienes podían volver a la vida), el descubrimiento realizado en Gliwice, al sur de Polonia, ha dejado a Lukasz Obtulowicz, a cargo del patrimonio de la ciudad vecina Katowice, y Jacek Pierzak, responsable del departamento de Arqueología, patidifusos. Sin ropas, joyas ni monedas, con una piedra colocada sobre la calavera, los presuntos seres de la noche fueron descubiertos hace unos días a raíz de unas obras de construcción para una carretera.
“Era la forma más común de enterrar vampiros”, explicó Pierzak al periódico polaco Dziennik Zachodni, y contó que los restos ya han sido extraídos para hacer exámenes que determinen la edad y las posibles causas de su muerte. Para muchos no expertos en materia arqueológica, la cabeza cortada es un buen indicio. Así y todo, una humilde recomendación a los científicos: ir al laboratorio con una estaca en la mano. Nunca se sabe qué colmilludo puede tocar a la puerta reclamando por un pariente de siglos pasados.
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