Dice el proverbio chino: “En el cielo, el paraíso, y en la tierra, Suzhou”, perpetuando la fama de esta ciudad de la provincia de Jiangsu, ubicada en la cuenca del río Yangzi, en cuyas tierras se suceden patrimonios de la humanidad –como sus jardines clásicos–, caminos de agua, templos y otras maravillas propias. Así y todo, son las maravillas ajenas las que han puesto al sitio en el centro de la atención en los últimos tiempos. Pues, en Suzhou, un fenómeno pareciera crecer presurosamente: el del culto al clon o la reproducción. Materializado –de un tiempo a la fecha– en lo que muchos llaman “copias originales”, se trata de réplicas de monumentos occidentales míticos, fabricados e instalados en puntos geográficos clave. Así, la “Venecia del Este” –tal es su mote– ha optado por emular 56 puentes famosos, reuniendo –entre otros– un símil Tower Bridge londinense, el Harbour Bridge de Sidney y Alexandre III parisino, en vez de desarrollar pasaderas autóctonas. Y se ha convertido, según algunas voces, en un “museo de puentes” tamaño real. O casi.

Concentrado en el distrito Xiangcheng, el fenómeno del mimetismo no es exclusivo de Suzhou. En Chendu, 200 mil ciudadanos residen en zonas que emulan el condado de Dorset, Gran Bretaña; en Hangzhou, réplicas de la Torre Eiffel y los Campos Elíseos engalanan la visual, y siguen los casos. Ejemplos que llaman a especular que el gesto respondería a un intento de reconocimiento global y de subrayar la soberanía china. “La oportunidad de residir en espacios que representan la grandeza histórica de Occidente resulta atractiva para los ciudadanos que pueden costear ser parte de la elite urbana”, arriesga The Guardian. Y teme que la duplicación se convierta en estandarización. Como sea, el combo de ver los hitos arquitectónicos del mundo reunidos en un único país resulta atractivo... para el turismo de la vagancia.