Dom 14.03.2004
radar

PáGINA 3

Psicología de una noticia policial

por Juan José de Soiza Reilly

Ella. Y junto a ella, yo. Era antes del pecado. El patio estaba alegre porque estábamos solos... Mientras Dora leía las noticias del diario, yo, sin mirarla y para torcer el rumbo de mis propias ideas, observaba el vuelo de las moscas. De pronto la miré... Y vi que entonces sus lindos ojos claros, ¡tan azules, tan bellos y tan malos!... irradiaban un gracioso furor de muñequita rubia. Sus manos estrujaron el diario y lo tiraron lejos.
–¡Qué tonto! –exclamó.
Temblé. Supuse que hubiera oído lo que yo me decía internamente acerca de su inconquistable corazón. Y tuve miedo.
–¡Qué tonto! –repitió sin ver que yo la contemplaba.
–¿Quién?
–Ese diario... No trae ninguna noticia policial de interés. Ningún crimen salvaje. Ningún suicidio que llame la atención. ¡Nada! Puras tonterías...
¿Es posible? No puede ser...
La misericordia que siento por los diarios, por esas grandes sábanas que encierran tanto dolor y tanto sufrimiento, por esas hojas pálidas inundadas de hormigas y en las que cada gota de tinta equivale muchas veces a una gota de llanto; esa misericordia, esa infinita lástima que me inspiran los diarios, hiciéronme recoger el que acababan de estrujar las manos blancas, las manos adorables... Y en silencio, busqué en él las noticias policiales. Después dije:
–Ya que para dar goce a los nervios necesitas conocer sucesos crueles, salvajes, horribles, no esperes a que los diarios te den noticias bien completas, con detalles explícitos de los robos, de los suicidios, de los asesinatos. Tendrás que sufrir mil decepciones. Y además, ¿para qué? ¿No tienes imaginación? A los que poseen, cual nosotros, una eléctrica malla de diabólicos nervios, sedientos de emociones, les es fácil encontrar lo que buscan, siempre que les ayude el vuelo de la mente... Mira: en esta pequeña noticia que hay aquí, y que tú has despreciado, tenemos el ejemplo. Lo trágico no siempre está en lo grande, ni en lo ruidoso, ni en lo sangriento. A veces suele estar en lo insignificante... En cada línea de la crónica policial existe un drama. Sólo que es preciso adivinarlo. Y sentirlo... Escucha lo que dice esta noticia:
“En un banco del Paseo de Julio fue encontrado ayer por un agente de policía el cadáver de un desconocido como de veinticinco años de edad. Vestía correctamente. De la autopsia practicada en el hospital San Roque, resulta que el extinto falleció de la ruptura de una aneurisma”.
Nada más. ¡Ahí tienes!... Tú dirás que es una noticia vulgarísima, que tan pronto se lee como se olvida. Perfectamente. Es una noticia escrita a última hora por el pinche policial y transmitida desde la comisaría por un indiferente meritorio... Sí. Bueno... Pero piensas así porque tendrías que preguntarle a ese cadáver la causa de su fin. Tendrías que inquirir quién es ese desconocido de veinticinco años que aparece muerto en un banco y que luego es trasladado al hospital, donde los médicos y los practicantes afirman que ha expirado víctima de un estallido de su corazón. Tendrías que averiguarle a ese muerto anónimo quién era, si tenía madre, si tenía novia, qué hizo cuando vivió y por qué el corazón tan vulgarmente se le rompió en pedazos.
Yo pienso que ese infeliz muchacho era un hombre de ingenio. Un hombre demasiado joven, pero de alma muy vieja. Yo pienso que era un solitario, de esos que, como yo, alcanzan lo que no desean y que fracasan en la ruta de lo que aspiran. Uno de esos hombres que cuando fueron niños sufrieron los ardores del hambre y el odio del desprecio. De esos que nunca ríen. De esos niños grandes a quienes nadie ve llorar, pero que sin embargo parece que siempre están llorando... Yo me lo imagino en su niñez. Solo. Muy solito. Recibiendo golpes, y muy triste al no poder destrozar ningún juguete, porque tal vez nunca tuvo ninguno... Me lo imagino después más grandecito, buscando en todas partes un sitio para su estómago. Luego leveo metido en una lamentable habitación. Siempre solo, muy solito, con la cabeza entre las manos y los ojos leyendo. Con demencias de altura, con fiebre de subir, con locos anhelos de conquistar glorias para su prometida y pan para su madre... Y lo contemplo, todavía solo, muy solo, luchando, peleando, sufriendo, con el corazón mordido ya por el dolor tremendo que nunca finaliza. Y por fin, le veo llegar, flaco, escuálido, sin esperanzas, sin vigor, sin ánimo, como un agonizante que no puede morir, como un alucinado que ni siquiera tiene la fortuna de perder la razón... Le veo avanzar, solo, muy solito, y paso a paso, en una noche cálida, ante una luna irónica, hacia el Paseo de Julio... Y veo cómo lleno de una desesperanza formidable y bajo un espantoso derrumbamiento de deseos, se deja caer en un banco, cansado como se cansa un elefante. Y veo que cae herido. Herido por la pujanza de su ciega ambición. Herido por la fiebre de su propia fe. Herido por el fuego de su bárbaro amor... Y le veo desplomarse sobre el banco tranquilamente, inevitablemente, mientras su corazón, cual un viejo caballo que ha corrido ya mucho, cae, también reventado. Después...
(Dora se ha dormido en mis brazos.)
Nota: He ido al hospital para ver el cadáver del hombre anónimo. Estaba en el anfiteatro, junto a tres muertos más. No pude reconocerlo. Varios estudiantes, a fin de realizar estudios prácticos sobre la patología del corazón, habíanle arrancado con sus crueles navajas toda la piel que le cubría la cara. ¡Hicieron bien en divertirse así!... Creo que hoy, para averiguar lo que un hombre tiene dentro del corazón, es necesario evitar primero que se ruborice...

Tomado de Soiza Reilly: ¡Arriba los corazones!, número especial de la revista 3 Galgos dedicado al uruguayo Juan José de Soiza Reilly (1879-1959), uno de los más grandes cronistas del periodismo argentino.

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