PáGINA 3
Elemental, Watson
› Por Leonardo Moledo
El miércoles pasado estuvo lleno de pequeños signos, de variaciones insignificantes en el orden de las cosas. Apenas me levanté, tuve que atravesar finos filamentos de ADN que cruzaban la puerta de mi dormitorio. En la ducha, el agua brotaba en forma helicoidal; cuando me dispuse a salir, los ascensores no funcionaban y la escalera –vivo en un piso 13– presentaba una estructura de doble hélice. Era obvio que algo pasaba, pero recién en la calle, cuando vi que enfrente, en el antiguo almacén convertido en despacho de genes (con el título algo pomposo de “El palacio de la genética”), todos los empleados estaban llorando, caí en la cuenta: o se iba a morir James Watson, o se iba a morir Francis Crick. Entré con el pretexto de comprar azúcar (cuando el dueño decidió, ante el avance de los supermercados, modernizar su negocio y ponerlo a la altura de los tiempos, conservó, sin embargo, la venta de azúcar, manteca, longaniza, ostras del mar Caspio y cocodrilos genéticamente modificados) y discretamente interrogué al primer despachante que encontré (un biólogo molecular, que había quedado fuera del Conicet por intrigas académicas, y que en algún momento había sido candidato al Premio Nobel).
–Qué lindo día –dije.
–Lo entiendo –me contestó–. Va a ser Crick. –Y derramó un lagrimón.
–Tiene 88 años y un cáncer de colon –dije–. Después de todo, no es tan raro.
–Es un genio –dijo el biólogo molecular–. Los genios no deberían morirse ni tener 88. –Había una ligera contradicción en esta frase, ya que ¿cómo se puede vivir para siempre sin haber tenido nunca 88 años?, pero no me preocupé por aclararlo, ya que el hombre, comprensiblemente, estaba en un estado de emoción violenta.
–¿Qué les va a decir a sus lectores? –me preguntó.
–Estamos en medio de un texto –le dije–. Así que voy a decirles lo que usted me diga.
–Es importante señalar que Crick, Francis Crick, junto con James Watson, descubrió la estructura del ADN.
–Acido desoxirribonucleico –aclaré–. La gran molécula del siglo XX, la que contiene todas las instrucciones para fabricar un ser vivo.
–Todas mis células están de duelo –dijo el biólogo molecular, entre sollozos–. Lo siento, lo percibo. Al fin y al cabo, en cada una de mis millones de células hay una copia de ADN que me permite funcionar. Ponga eso también.
–Ya está –dije–. Crick y Watson descifraron la estructura del ADN en 1953 y por eso recibieron el Premio Nobel en 1962.
–Nunca hubo un Premio Nobel mejor dado –dijo el biólogo–. El descubrimiento del ADN marca un hito, un antes y después, es un acontecimiento que pesa en la historia humana: las modificaciones genéticas, la prevención de enfermedades hereditarias, las terapias génicas, la posibilidad de reconocer la filiación de los hijos de los desaparecidos. Anótelo, anótelo.
–No hace falta –le dije–. Esto pasa directamente a la página, sin intermediarios.
Salí del almacén génico. El mundo, afuera, era una doble hélice. Pensé un momento en Francis Crick, que moriría esa misma noche, en James Watson, en aquellos que marcan los puntos cruciales de la historia humana, que no son precisamente los que ganan batallas, o cargos, sino los que, dentro de los laboratorios, modelan el futuro.
El inglés Francis Crick, quien descubrió la estructura del ADN en 1959 junto al norteamericano James Watson, murió el miércoles pasado a los 88 años en San Diego, California.