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Domingo, 12 de septiembre de 2004

PáGINA 3

Yo y mi cara

Por Adolfo Bioy Casares

Pensé alguna vez que mi cara no era la que hubiera elegido. Entonces me pregunté cuál hubiera
elegido y descubrí que no me convenía ninguna. La del joven del guante, de Tiziano, admirable en el cuadro, no me pareció adecuada, por corresponder a un hombre cuyo género de vida no deseaba para mí, pues
intuía que en él la actividad física prevalecía en exceso.
Los santos pecaban del defecto opuesto: eran demasiado
sedentarios. A Dios padre lo encontré solemne. Las caras de los pensadores se me antojaron poco saludables y las de los boxeadores, poco sutiles. Las caras que realmente me
gustan son de mujer; para cambiarlas por la mía no sirven.
Después de esta indagación de preferencias, me resigné a la cara heredada. Vista de frente, en el espejo, me resultaba aceptable, con algo de leonino, que si bien no aseguraba una voluntad o un poder afectivo, los prometía en vagas reservas.
En cuanto a esa promesa, me he llevado una desilusión. Los años infundieron en los ojos un debilitamiento que aparentemente los ha licuado y que volvió su luz más
oscura y triste. La mímica, propia de mi natural
nerviosismo, dibujó a los lados de la boca arrugas en forma de arcos, o de paréntesis, que transformaron el león joven en perro viejo. Nunca me avine a mis perfiles. Creo que el izquierdo expresa alguna recóndita debilidad de mi espíritu, que me repele. En el otro, la nariz crece groseramente y, no sé por qué, se encorva.

Este autorretrato, inédito hasta ahora
en libro, está incluido en la reedición
de Guirnalda con amores que Emecé distribuye por estos días.

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