PáGINA 3
Con la pizza connection empezó el siglo XXI
Por Víctor Ego Ducrot
Durante la primavera septentrional de 1972, un oscuro, ambicioso y aún desconocido burócrata del Partido Comunista soviético pasó sus vacaciones en Sicilia, como invitado especial de sus camaradas italianos. El veraneante se llamaba Mikhail Gorbachov y el lugar elegido para el convite fue una mediterránea mansión en Castellammare, en el corazón mismo de la Cosa Nostra, donde Mikhail y su esposa Raisa se solearon junto a algunos de los buenos contactos que los itálicos bolcheviques tenían en Sicilia, todos conspicuos miembros de las familias mafiosas.
Tiempo después, cuando ya era un personaje admirado en Occidente, Gorby dijo que las primeras ideas sobre la perestroika se dibujaron en su pensamiento mientras gozaba de aquella bucólica estancia en Castellammare. Pero no sólo Gorbachov se sintió inspirado entonces. Los especialistas coinciden en que la actual estructura del crimen organizado, su globalización, fue diseñada por los capos de la Cosa Nostra luego de aquellas largas reuniones, especialmente almuerzos y cenas, con el que más tarde sería el último mandamás de la ya fenecida Unión Soviética.
Algunos cronistas memoriosos recuerdan que el futuro número uno del Kremlin y su cónyuge se habían fascinado de tal forma con la caponata, que no pasaban ni una sola comida sin dedicarse a ese antipasto o primer plato típico de la cuccina siciliana, que consiste en un salteado de varios vegetales marinados con aceite de oliva, hierbas y aceitunas. La versión preferida por el matrimonio soviético incluía berenjenas, zanahorias, puerros, pimientos rojos y champiñones.
Después de compartir aquellas amables conversaciones entre platos y vinos sicilianos –a Gorby le apasionaba el tinto Corvo Ducca di Salaparuta–, Gaetano Badalamenti, ya por entonces importante capo de Castellammare, decidó trazar una estrategia que traería consigo mucha sangre, pero que también le daría un enorme poder. Comprendió, por los dichos de Gorbachov, que la Unión Soviética seguía siendo un Estado poderoso, pero que estaba herido de descomposición. Tras estudiar a fondo la realidad soviética, resolvió que el escenario era ideal para materializar lo que los padrinos sicilianos denominaban sistema de poder, una red de funcionarios encumbrados, militares y servicios de inteligencia y logísticos en desbande, corruptibles y ansiosos de buenos negocios.
A mediados de la década del ‘80, la mafia controlaba el crimen organizado de Italia, la quinta economía del mundo. En 1990, con la caída del Muro y la descomposición del poder soviético, las condiciones eran inmejorables para lanzarse a la lucha por la globalización, labrando un compromiso a largo plazo con las recién nacidas mafias rusas. Cuatro factores explican cómo los lazos entre la mafia siciliana y sus colegas de Rusia –y de otros países– pudieron anudarse con firmeza: los capos mafiosos descubrieron que podían explotar en provecho propio la revolución tecnológica registrada en el campo de las telecomunicaciones y de los transportes, la misma que hizo posible la globalización de los mercados de mercaderías, de servicios y de recursos financieros; las facilidades fronterizas y aduaneras que brinda el proceso de integración europea; la caída del régimen comunista soviético, que tribalizó buena parte del planeta y de su economía; y la estructura del sistema bancario y financiero mundial, que contempla y acepta, aunque los Estados digan lo contrario, una intrincada red de mecanismos para la circulación y la “legalización” –léase lavado– de dineros mal habidos.
A principios de la pasada década del ‘90, cuatro de cada cinco empresarios de Moscú y de otras ciudades de Rusia pagaban sumas altísimas a padrinos mafiosos en concepto de protección, y la mayoría de esos delincuentes ruso pertenecían a estructuras con ramificaciones fuera del país, vinculadas principalmente con la Honorable Sociedad.
Operan en Rusia unas nueve mil bandas mafiosas que dirigen la mano de obra criminal de más de cien mil individuos y, sólo por el rubro drogas, a principios de los 90 manejaron un volumen de negocios cercano a los sietemil millones de dólares. La mafia rusa está desplegando una intensa actividad en Sudamérica, desde donde envía drogas hacia la ex Unión Soviética, a la vez que lava el dinero proveniente de esas operaciones en bancos chipriotas. Durante los años más duros de la guerra en la ex Yugoslavia –durante 1993 y 1994– los mafiosos rusos, sus socios e inspiradores sicilianos y los traficantes de armas de distintas nacionalidades y procedencia, ganaron y luego blanquearon más de 1500 millones de dólares. Los mafiosos de Moscú han invertido la mayor parte de su dinero legalizado en el negocio de exportación e importación de alimentos, y en restaurantes y hoteles ubicados en diversas regiones del planeta, muy especialmente en la Europa opulenta.
El surgimiento y desarrollo de la mafia rusa fueron claves en la consolidación de la nueva versión global del crimen organizado, en el que también participan los carteles sudamericanos de la cocaína, con prósperas ramificaciones en los Estados Unidos y España; las tríadas chinas, que actúan especialmente en el sudeste asiático, en Londres y en Rotterdam; y los sindicatos de Nigeria, Marruecos, Líbano y Pakistán, que operan en y desde Francia. Pero detrás de todas las organizaciones multinacionales, como modelo o por acción directa, se oculta la madre de las alianzas clandestinas, la Cosa Nostra siciliana.
Sin embargo, antes de que estos compromisos multinacionales se consolidaran, no todos los mafiosos sicilianos estuvieron de acuerdo con los ambiciosos planes de Gaetano Badalamenti, y fue por eso que los jefes que respondían a Castellammare se aliaron con los poderosos Corleone, comandados por el después caído en desgracia Toto Rina, y juntos se enfrentaron a las familias disidentes, firmando la partida de nacimiento de uno de los períodos más tormentosos de la Italia de posguerra.
A partir de 1990 Italia comenzó a arder. Las hostilidades y pugnas entre familias derivaron en los asesinatos de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, y desencadenaron el proceso llamado mani pulite, que concluyó con más de seis mil políticos y empresarios enjuiciados, y con la caída de algunos de los popes sagrados del poder, como el siete veces primer ministro Giulio Andreotti. La precisión de muchos de los golpes asestados por el gobierno italiano a las principales familias de la Cosa Nostra se debió en buena medida a las declaraciones del arrepentido Tomasso Buscetta quien, para destruir a sus enemigos de Castellammare y Corleone, reveló a los jueces los detalles de uno de los primeros capítulos de la internacionalización de los jefes sicilianos, alumbrados en secreto por Gorbachov sobre la transformaciones que vivía el mundo. Buscetta aportó los datos necesarios para desbaratar la llamada pizza connection, un negocio que a los Castellammare y a los Corleone les reportaba más de 750 millones de dólares anuales, por el ingreso de heroína a la ciudad de Nueva York.
Aquella operación fue bautizada así por dos razones. La primera, que es la oficial y la más de conocida, se explica por sí misma, pues los envíos de heroína llegaban a Nueva York camuflados entre las provisiones importadas desde Italia para las cocinas de una cadena de pizzerías con locales en el Little Italy de Manhattan y en Brooklyn. La segunda de las razones, menos divulgada por cierto, nos informa que, para ese negocio, corleoneses y castellammerenses se asociaron con sus colegas de la Camorra –versión napolitana de la mafia–, en particular con un tal Pipino di Frascate, hombre de amplios contactos con el mundo financiero de Milán. Además de propietario de varios restaurantes y pizzerías en Nápoles, el tal Pipino era un experto cocinero y su especialidad, por cierto, era el plato emblemático de los napolitanos, la pizza.
Este texto pertenece a Los sabores de la mafia, uno de los volúmenes de “Los libros del cocinólogo” de Víctor Ego Ducrot, en el que se recorrenhistorias de la mafia a través de sus costumbres gastronómicas y que Norma distribuyó este mes en las librerías.