PERSONAJES
Juegos de mente
Saltó a la fama cuando se adjudicó la explosión del trasbordador Challenger. Se declaró culpable de tres terremotos. Amenazó con provocar la renuncia del presidente colombiano Samper mediante sus poderes telepáticos. Consiguió jugar un partido de primera en mocasines. Logra que sus asistentes aparezcan simultáneamente en cuatro puntos diferentes del mundo. Y no hace nada por registrar estos hechos. Sin embargo, el mundo del arte ha convertido a Gianni Motti en su estrella más deslumbrante.
Sepa por qué.
POR MARK-OLIVIER WAHLER, PARA ART PRESS
En 1997, un estudiante de arte llamado Sébastien Pecques ganó una beca para pasarse seis meses trabajando como asistente de un artista reconocido. Eligió a Gianni Motti. En vez de encargarle las tareas menores de las que suelen ocuparse los asistentes, Motti le organiza una vuelta al mundo. Su única obligación es llevar puesta todo el tiempo una remera que dice: “Asistente de Gianni Motti”. Durante seis meses, el joven deambula por las calles de Londres y Los Angeles, por los mares del Pacífico, por las islas de las Filipinas... La idea seduce a otros estudiantes. Los taxistas la adoptan, y luego los pavimentadores de rutas. En Nueva York hay incluso bomberos que visten la famosa remera en pleno incendio. Cada vez que se avista a uno de sus asistentes, Motti no parece estar lejos. Se lo ve en Berlín. También en Roma. Se dice que está en París, Barcelona, Tokio, Viena, Ginebra. Su vida (y por ende su obra) se parece al famoso chiste de Morton: Morton está hablando con su vecino en un bar de Roma. De la conversación se deduce que Morton conoce y frecuenta a todos los grandes del mundo: la reina de Inglaterra, Nelson Mandela, Myke Tyson, Bill Clinton, Marlon Brando, etc. Se lo ve regularmente al lado de Madonna, Bill Gates, Maradona, Francis Ford Coppola y Estefanía de Mónaco. El vecino niega con la cabeza, incrédulo. “Bueno”, le dice Morton, “vení mañana a la Plaza San Pedro”. Al otro día el hombre está allí, perdido en medio de una multitud. De pronto, un desconocido se inclina sobre él: “Discúlpeme, por favor, ¿quién es ese hombre de blanco que está en el balcón al lado de Morton?”.
DEL TERREMOTO A LA TELEPATIA
Cuando se le pregunta a qué se dedica, Gianni Motti tendría derecho a mencionar sus actividades como terrorista, futbolista, político, galerista, mago, psicoanalista o telépata. Pero prefiere decir que lleva “una vida ejemplar”. Dice que vive como todo el mundo, cuando el mundo del arte sabe que encarna un personaje anómalo, inclasificable. Para disipar cualquier malentendido, conviene limitarse a exponer los hechos. Sólo los hechos.
En 1986 el transbordador Challenger explotó en el cielo de Florida. Gianni Motti se puso en contacto con las agencias de noticias y reivindicó el magnífico (y traumático) evento.
El 28 de junio de 1992 la tierra tembló en California. El artista llamó inmediatamente a la Keystone Agency y se declaró culpable de haber producido el temblor. También se hizo responsable de las pérdidas por 92 millones de dólares que causó el terremoto, de dos ataques cardíacos y de la fisura de 70 kilómetros que se abrió tras el sismo. Esa fisura, que se puede ver todavía hoy, es considerada por algunos historiadores como la obra de arte más grande y quizás más barata jamás ejecutada. Oliendo un escándalo, Keystone difundió las declaraciones de Motti y la prensa del mundo entero las reprodujo. Motti dobló la apuesta atribuyéndose la paternidad de dos terremotos en la zona de los Alpes franceses, en 1994 y 1996. Esta vez, la información fue difundida por France Presse.
En julio de 1989 Motti viajó al pueblo español de Ribarteme para la celebración de la patrona del lugar, Santa Marta. El día de la ceremonia, el diario local anuncia la muerte del artista. Después, fingiéndose muerto dentro de un ataúd, Motti fue llevado al interior de la iglesia por cuatro asistentes. El cura, emocionado por el hecho de que ese extranjero hubiera deseado encomendar su alma a la santa local, le dedicó al muerto la misa del día. El coro cantó réquiems; las lloronas lloraron y todo el pueblo siguió la procesión hasta el cementerio. Allí el ataúd fue ubicado cerca de una tumba abierta, cavada para alguien que sería enterrado al día siguiente. La multitud esperó silenciosa bajo el terrible calor del verano gallego. Motti tenía que reaccionar. Y de pronto emergió del ataúd. Estupefacta, la multitud empezó a tocarlo, a pellizcarlo, a arrancarle la ropa. Motti apenas se las arregló para liberarse y escapar. Poco después el artista supo que su féretro había sido desarmado y subastado. Se lasarregló para conseguirse un pedazo, así como un video y fotografías de la procesión tomadas por desconocidos.
En agosto de 1995, Motti conoció al presidente del Neuchâtel Xamax, un equipo de la Primera División del fútbol suizo. Sólo Dios sabe cómo lo hizo, pero logró infiltrarse en el equipo para el primer partido de la temporada. Frente a cámaras de TV y 11.000 espectadores entró a la cancha, tocó un par de veces la pelota y después volvió al banco con el resto de los suplentes del Xamax. El partido fue televisado en vivo. Junto con las fotos de los diarios, la transmisión es el único documento de un evento que, como siempre, Motti atribuyó a la casualidad y la improvisación. Tanto que entró a la cancha con mocasines.
En marzo de 1997 Motti viajó a Colombia y declaró que iba a forzar la renuncia del presidente Samper. Lo contactaron unos periodistas del diario de la oposición, El Espectador, en cuyas páginas Motti invitó al primer mandatario a someterse a una psicoterapia. No hubo respuesta de Samper. Dos días después El Espectador volvió al ataque con el titular “Nada por la fuerza, todo con la mente”. La nota comenzaba así: “Hoy a las 13, frente al palacio de gobierno, Gianni Motti se comunicará telepáticamente con el presidente Ernesto Samper Pizano. Otros artistas colombianos estarán presentes en el evento, física y mentalmente. Todos los que lo juzguen oportuno están invitados a participar. La palabra clave para formar parte de esta comunión mental es ¡Renuncie!”. Ante las amenazas que empezaron a llegarle al día siguiente, Motti se vio forzado a abandonar el país.
NADA POR LA FUERZA, TODO CON LA MENTE
Mientras otros artistas hubieran hecho cualquier cosa por documentar esos eventos, usando videos, fotografías y entrevistas para construir un corpus de trabajo, Motti no hace casi nada. “Nada por la fuerza, todo con la mente.” No hay esfuerzos innecesarios. La diseminación y grabación de sus eventos es delegada a los medios, o a testigos. Es interesante apuntar que Motti evita absolutamente al mundo del arte.
Motti no amenazó al presidente de Colombia desde la torre de marfil de una galería de arte: desafió a la autoridad en su propio terreno. No es el tipo de artista que roba obras de arte, muerde como un perro, organiza “espacios autónomos de resistencia”, cultiva marihuana o manufactura bombas dentro del ámbito protegido de una galería o un museo. Las acciones de Motti tienen sentido y se sustancian con la realidad en la que están insertadas. De ahí que el mundo del arte llegue siempre “tarde”, ya que sólo puede relevar una información ya constituida. Si bien mantiene su rol legitimador, lo hace sólo pasivamente, de una forma que resulta retrógrada.
Motti no pide nada, o muy poco. Al contrario, es el mundo del arte el que, fascinado por la energía de la realidad, reclama la legitimidad de las acciones del artista. Atrapado tras sus propias paredes, el mundo del arte se aburre en su pequeño mundo. Mira la realidad desde la distancia y se relame de placer cuando la realidad accede a hablarle. Después bendice a las personas que penetran sus cuatro paredes para cocinar comidas exóticas, organizar peleas de box o fiestas tecno, o que inauguran estudios de TV, supermercados, agencias de viajes. Se excita cuando alguna de estas personas crea estructuras que proponen objetos en vez de situaciones, o incluso relaciones, y no expresa la menor objeción ante el hecho de que estos nuevos emprendedores, estos “operadores” y “comunicadores” se apoyen en el sistema artístico para salvarse de la bancarrota.
La respuesta de Motti a la fantasía del artista autónomo ha sido encontrar una manera de convertir el valor del trabajo pago en moneda artística intercambiable. Empleado por una galería y un museo para organizar exhibiciones y producir algunos trabajos en el show, les pide a los artistas (cuando están presentes) que lo fotografíen trabajando:Gianni Motti ajustando uno de los cohetes de Sylvie Fleury, ejecutando un mural de Julian Opie, acomodando una instalación de Thomas Hirschhorn. Motti no se apropia de estos trabajos: al contrario, resalta su status de obrero, orgulloso del trabajo bien hecho y listo para recibir órdenes, contento de recibir su cheque antes del fin de semana. Pero una vez que se toman las fotografías, Motti revierte la situación y reinyecta las imágenes en el circuito comercial de galerías.
TURISTA Y EXTRATERRESTRE
Cuando los museos o galerías lo invitan a “crear un evento” desde una mirada propia, Motti evita escrupulosamente dar una performance personal. En cambio desaparece y deja que la realidad se adueñe de la situación.
El 27 de setiembre de 1997, en Ginebra, la realidad tomó la forma de un contingente de turistas japoneses. Motti sedujo a la guía y la persuadió de que una visita a una pequeña imprenta era más interesante que un tour por las instalaciones de Naciones Unidas. Entonces, a las 6 de la tarde, cincuenta japoneses aparecieron en el medio de una inauguración, fotografiándose sonrientes frente a trabajos de Rosemarie Trockel, en compañía de locales, vino blanco en mano y escuchando atentamente las explicaciones de la guía antes de volver a la combi que los trasladaba.
Un centro de arte le pidió a Motti que “le infundiera vida” a su inauguración: Motti lo transformó en una atracción turística. El 20 de marzo del ‘97, en París, miembros de la secta Raël se presentaron de pronto en una inauguración en la galería Jousse-Seguin, donde procedieron a charlar con los otros invitados, mirándolos fijo a los ojos como acostumbran hacer, mientras hablaban del dios extraterrestre que creó a la humanidad mediante la clonación.
El encuentro fortuito entre Motti y un grupo de turistas o de voceros de extraterrestres puede parecer el resultado de una pura casualidad. Bien mirados, sin embargo, esos encuentros iluminan de un modo sorprendente los métodos del artista.
Gianni Motti se pasea como un turista. Como muchos otros artistas contemporáneos, ya no emprende expediciones a la manera de John Wayne y tampoco se enfrenta con el paisaje como un superhombre romántico. Lo que hace es deslizarse dentro del espectáculo. Hace diez años, Umberto Eco se preguntaba cuál era el héroe de TV más popular y ponía al teniente Columbo en el primer puesto de su lista. Si hubiera que buscar un modelo común para los artistas contemporáneos, Columbo seguramente volvería a llevarse todos los votos. No tiene los poderes de Superman, no vuela a la velocidad de la luz, ni tiene un superoído, ni ojos de rayos X. Columbo, como Motti y sus colegas, va de un lado a otro, aguza su curiosidad a medida que la conversación avanza, se compra ropa en los supermercados y le gusta tomarse unos tragos. Como todos, no ejecuta actos heroicos para desenmascarar al culpable, pero el acusado siempre termina confesando, aplastado por el peso de sus insinuaciones. Como Columbo, como cualquier turista, los artistas de hoy responden tanto a su propio olfato como al azar de las circunstancias. Como los nuevos piratas, no emprenden acciones frontales con medias en la cabeza, voces amenazantes y armas bien engrasadas. Desarrollan estrategias de infiltración, elaboran redes paralelas y falsean las reglas de la visibilidad.
El encuentro de Motti con los representantes de los extraterrestres es igualmente elocuente. La imagen del hombrecito verde histérico que revolea frenéticamente su pistola láser y rompe todo a su paso también está pasada de moda. Hace varias décadas que el extraterrestre viene pareciéndose al ser humano, al punto de que ya casi se confunde con él. O bien la humanidad fue clonada de acuerdo con un modelo extraterrestre, o bien los extraterrestres han cobrado la apariencia del ser humano.
La segunda hipótesis es particularmente fascinante por la luz que echa sobre un gran sector del arte contemporáneo. Olivier Mosset ha dicho: “Si podemos ver al arte como arte, el resto del mundo puede ser y seguirsiendo lo que es”. Lo mismo se aplica a los extraterrestres. Hay sólo unos pocos detalles que pueden delatarlos (un sexto dedo, por ejemplo, para los tipos obtusos de la primera fila). Una vez identificados, los aliens retoman su status alienígena y desaparecen de la realidad.
El mundo puede seguir siendo lo que es. Se han hecho intentos de definir al arte por su capacidad de generar intercambio, de habitar lo cotidiano, de conectar los diferentes segmentos de la realidad. Ciertamente, mucho del arte actual sabe a algo real, pero así como el Canada Dry no es whisky, el arte no es realidad. O mejor: el arte, que es siempre furtivo, constituye una realidad paralela. A los artistas como Motti no los apasiona organizar relaciones fructíferas o de amistosa vecindad entre esas dos realidades. Nunca están allí donde se los espera: siempre están desarrollando movimientos de transferencia, activando vectores de energía y oscilaciones constantes que minan nuestros sistemas de interpretación. El mundo puede seguir siendo lo que es, pero los invasores nunca están lejos.