Domingo, 19 de junio de 2005 | Hoy
PáGINA 3
Si estás escribiendo sobre el futuro y no estás haciendo periodismo de anticipación, probablemente estés escribiendo algo que la gente llamará o bien “ciencia ficción” o bien “ficción especulativa”. Me gustaría hacer una distinción entre ambas. Para mí, la etiqueta de “ciencia ficción” corresponde a los libros que contienen cosas que todavía no podemos hacer, tales como viajar a través de un agujero gusano en el espacio hacia otro universo; la ficción especulativa, en cambio, se refiere a una obra que emplea los medios que ya están a nuestro alcance, tales como la identificación del ADN y las tarjetas de crédito, y que tiene lugar en el planeta Tierra. Pero los términos son maleables. Algunos usan “ficción especulativa” como un paraguas que cubre la ciencia ficción y a todas sus formas compuestas –la ciencia ficción fantástica, y así– y otros eligen lo contrario.
Yo he escrito dos obras de ciencia ficción o, si lo prefieren, de ficción especulativa: El cuento de la criada y Oryx y Crake. He aquí algunas de las cosas que este tipo de narrativa puede hacer y que las novelas realistas no:
l Pueden explorar las consecuencias de tecnologías nuevas, mostrándolas en pleno funcionamiento. Siempre hemos sido buenos para soltar gatos encerrados y sacar genios de sus botellas, sólo que no hemos sido muy buenos para volver a meterlos adentro. Estas historias, en sus expresiones más oscuras, son todas versiones de El aprendiz de brujo: el aprendiz descubre cómo hacer que el molinillo de sal mágico produzca sal, pero no puede apagarlo.
l Pueden explorar los límites de lo que significa ser humano, llegando lo más lejos posible.
l Pueden explorar la relación del hombre con el universo, una exploración que a menudo nos lleva en la dirección de la religión y que puede fusionarse con facilidad con la mitología, una exploración que puede ocurrir dentro de las convenciones del realismo sólo a través de conversaciones y soliloquios.
l Pueden explorar los cambios en la organización social, mostrándonos cómo sería realmente vivir según dichas propuestas. He ahí la utopía y la distopía, que nos han probado una y otra vez que tenemos mejores ideas para hacer la vida un infierno que para convertirla en un paraíso. Piensen en la historia del siglo XX, en la que un par de sociedades se arriesgaron por una utopía y terminaron viviendo el infierno. Piensen en Camboya bajo Pol Pot.
l Pueden explorar los reinos de la imaginación llevándonos valientemente a donde ningún hombre ha ido antes. He ahí la nave especial del divertidísimo film Viaje fantástico, en el que Raquel Welch era miniaturizada e inyectada en el torrente sanguíneo a bordo de un submarino.
Más de un comentador ha mencionado que la ciencia ficción es adonde fue a parar la narrativa teológica después del Paraíso perdido de Milton, y esto es indudablemente cierto. Criaturas sobrenaturales con alas y arbustos ardientes que hablan son cosas que uno difícilmente vaya a encontrar en una novela sobre corredores de bolsa, a menos que los corredores de bolsa hayan estado ingiriendo algunas de esas sustancias que alteran la mente. Las resonancias teológicas de películas tales como La guerra de las galaxias son más que obvias. Los extraterrestres han tomado el lugar de ángeles, demonios, hadas y santos, aunque debe decirse que este último grupo está haciendo últimamente su regreso.
Queremos sabiduría. Queremos esperanza. Queremos ser buenos. Por lo tanto a veces nos contamos historias de advertencia que tienen que ver con el lado oscuro de ciertos deseos. Como dijo William Blake mucho tiempo atrás, la imaginación humana gobierna el mundo. Primero gobernaba solo el mundo humano, que alguna vez fue muy pequeño en comparación con el mundo natural, enorme y poderoso, que lo rodeaba. Ahora estamos cerca de controlarlo todo excepto los terremotos y el clima.
Pero sigue siendo la imaginación humana, en toda su diversidad, la que decide qué hacemos con nuestras herramientas. La literatura es un divulgador de esa imaginación. Permite que las formas incorpóreas del pensamiento y los sentimientos –cielo, infierno, monstruos, ángeles–, salgan a la luz, donde los podemos ver bien y tal vez alcanzar una comprensión mayor de quiénes somos y qué queremos, y cuáles serían los límites de esos deseos. Comprender la imaginación ya no es más tan solo un pasatiempo, sino una necesidad, porque, cada vez más, si es algo que podemos imaginar, es algo que podremos hacer.
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