Dom 01.10.2006
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PáGINA 3

Los días y las noches

› Por Diego Golombek

1. Soy sueñóloga, confiesa la protagonista de “Humor vítreo”, uno de los cuentos de Paola en que se mezclan ficción y realidad, como fue su vida, su doble vida que era la pregunta obligada de todo reportaje (incluyendo los que, un poco jugando, le hice yo alguna vez): ¿científica de día?, ¿escritora de noche? (Claro que en el caso de Pao los roles solían invertirse, ya que trabajábamos muchas veces por la noche, buscando el tiempo escondido en el cerebro de nuestros animalitos.) Esa misma doble vida de heroína enmascarada que está en todos sus cuentos, en el descubrimiento del jardín de Emily D. (“el cerebro es más amplio que el cielo y más ancho que el mar”) cuando escuchaba el ruido que hacían las neuronas –literalmente– en Massachussetts, en su traducción del Somnium de Kepler y en ese mazazo al hipotálamo que debió llamarse Taxonomía, como buena obra de historia natural, y devino en el lago que ahorita nos está inundando de pena y de recuerdos.

2. Las facturas del desayuno. La tómbola que organizaba para el Oscar (y que solía ganar). Los viajes a Quilmes escuchando Abba. Sus zapatones. Los primeros cuentos compartidos. Su máquina de hacer pan. Los papers Yannielli. El gin Bombay Sapphire en el freezer. Las novelas de la tarde en el viejo laboratorio de medicina (sobre todo si estaba Laport). Los libros Kaufmann. Sus cicatrices. Maria Callas. Su pelo cambiante. El mate interminable. El curso forense que nunca llegó a comenzar (y que sin duda aparecería en su próxima novela). Su inexplicable afición a las películas clase Z con monstruos, sangre y aparecidos. Su cumpleaños 30, más allá de la edad de su mamá. Poe, el gato negro. El paraíso, que otros llaman la biblioteca.

3. Le costó confesarlo, pero casi con vergüenza me dijo, en algún momento de este infierno de los últimos meses, que si zafaba de esto se dedicaría puramente a la literatura, que prefería jugar con las palabras a tiempo completo antes que jugar con los hamsters y las neuronas en dedicación parcial. La conversión final de Yannielli en Kaufmann. Nada para sorprenderse: la vida pasaba a través de su mirada de loba celeste y salía procesada en literatura. El desierto cerca de la casa de unos amigos biólogos en California se transforma en el campo de golf del diablo. Un visitante cubano al laboratorio es de pronto Idilio, protagonista de un romance transoceánico. Un chisme de gatos que se esfuman, pero reaparecen en el estómago del señor demasiado real para ser real. Una pasantía de investigación en Chile aparece en las ostras de un cuento, de la misma época de los viejitos que se desintegran en un spa de aguas termales (con la tremenda imagen del encuentro con estos ancianos en la noche, y uno que levanta la cabeza y dice, casi a cámara, “quema”). Ana Mullin, tan rebelde, tan mareada, tan obsesiva, tan Paola. Algunas de las frases más hermosas escritas a este lado del mapa. Una escritura luminosa, una vida iluminada.

4. La ciencia, también la ciencia. De joven (¿de joven?, ¿de qué estamos hablando?) se dedicó a investigar si las ratas pueden deprimirse y, por qué no, estar ansiosas. Peor aún: si lo hacen más de noche que de día. Después llegó el obligado exilio científico, y a escuchar a las neuronas cantar. Es en serio: uno pincha con un tubito muy fino una rodaja de cerebro, trata de acertarle a una neurona y lleva la señal a un amplificador que hace ruido de lluvia sobre techo de chapa cada vez que la célula está activa. Y así, una y otra vez, durante horas. Imagino que, junto al equipo de registro, Pao tendría pilas de libros de la biblioteca, sus apuntes de notas, el fantasma de Emily merodeando. Y, por fin, el regreso, a entender cómo se pone en hora el reloj que todos llevamos dentro. Hace poco, hace muy poco, enviamos su último trabajo a publicar a una revista científica. Suena paradójico: resultados, números, tablas, gráficos, volando para que algún señor al otro lado del mundo lo evalúe fría y calculadamente, como si de veras importara.

5. El epígrafe de su tesis de doctorado: ¿Qué es el día y la noche para aquel que está sumido en la congoja?, William Blake dixit. Y qué es el día y la noche para aquel cuyas células enloquecen y se sienten dueñas del mundo y del cuerpo, invaden territorios inexplorados, conquistan fantasías y voluntades. Su humor casi hasta el final parecía vencer cualquier destino, el brillito de sus ojos que decía que sí, todavía estoy aquí, no se duerman. Pero ya está, se acabó el juego de Qué bello es vivir, ya vimos cómo es –cómo puede ser, cómo no puede ser– la vida sin Paola, es hora de que regrese como James Stewart y todo comience nuevamente. Demasiados experimentos inconclusos, demasiadas palabras sin decir o, peor aun, sin escribir, demasiadas ideas desparramadas en quienes quedamos. Por qué, por qué, por qué. The answer my friend, is blowin’ in the wind.

La escritora Paola Kaufmann, también doctora en Neurociencias, área en la que se desempeñaba como Paola Yannielli, murió la semana pasada a los 37 años. Sus libros publicados son El campo de golf del diablo (cuentos), La hermana (novela) y El lago (novela con la que ganó el último Premio Planeta).

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