PáGINA 3
Esto no es un Informe para Ciegos
Por Juan Forn
Ustedes están leyendo esto el domingo, yo lo estoy escribiendo el viernes a la tarde, contra reloj (en unas horas es el cierre de Radar, que entrará en impresión en la madrugada del sábado para que llegue a sus manos el domingo a la mañana) porque recién me enteré del asunto el miércoles a la tarde, cuando me llegó por correo electrónico una de esas gacetillas anunciando debates, movilizaciones, conferencias y demás intervenciones sobre el espacio público que, afortunadamente, en estos días se reproducen como saludables anticuerpos frente al descalabro institucional en que se encuentra el país. La gacetilla anunciaba una charla con entrada libre y gratuita, el martes que viene, 8 de octubre (de ahí la urgencia de estas líneas), en la Sala-Microcine del Congreso de la Nación (entrada por Alsina 1835), titulada “La cuenta regresiva. La construcción periodística del golpe de estado de 1976”, que dictará César Luis Díaz, un estudioso del periodismo argentino y único historiador ciego de nuestro país, director de distintos proyectos de investigación en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (donde es profesor, además de codirector del programa Medios, Comunicación y Política).
César Díaz tiene 42 años y lleva catorce años investigando y rastreando elementos de juicio que le permitan verificar cuán cierto es el apotegma que dice: “Cada sociedad tiene los medios de comunicación que se merece”. Antes de estudiar historia intentó agronomía, periodismo, derecho y filosofía. Más conocido entre sus amigos como Tato (por “usar lentes, fumar, chupar whiscachos y también por hacer reír, como el gran Tato Bores”), César Díaz es ciego desde los veintiún años (“cuestión”, dice, “que tiene bastantes bemoles, pues para mí es mejor haber visto, pero para otros compañeros ciegos, no”). Comenzó en el ‘88 a dar clases en el Colegio Nacional de la UNLP (“una de mis más gratas experiencias”, aclara, “pues se podría decir que soy el profesor más democrático de la institución, ya que fui elegido por las bases: luego de hacer mis prácticas, los alumnos fueron –sin que yo lo supiera– al Departamento de Historia con una petición por escrito y presionaron hasta que la dirección me nombró docente del colegio”). Su primer proyecto de investigación fue una historia del periodismo platense (sus dos libros iniciales reconstruyen la vida cotidiana de la ciudad desde su fundación en 1882 hasta 1900). Luego vino el que tituló La cuenta regresiva, que se continúa con La voz de los no-socios del proceso militar (en alusión a aquellos medios que no pertenecían a la sociedad Papel Prensa). Además ha escrito sobre el periodismo afroargentino (“sí; existieron periodistas negros; te digo más: fuimos pioneros a nivel mundial”, me cuenta por e-mail, y agrega: “si me conseguís una beca para terminar el casi finalizado libro, te lo agradecería”), los primeros tiempos del diario La Tarde (fundado en 1893) y la revista Atlántida (fundada en 1918), y acumula y acumula información para su tesis doctoral y obra magna: los inicios y el desarrollo de la modernidad rioplatense, donde pone en tensión verdades establecidas en torno de la Revolución de Mayo (“mucho se ha hablado de que en aquella época casi nadie leía, y no se podía escribir pues había censura”, dice sobre Mariano Moreno y el periódico El Telégrafo, “lo que suele llevar a la conclusión de que, en definitiva, el periodismo no gravitó en absoluto en la Revolución; ésta es la clase de verdades que cuestiono, desde luego fundando mis objeciones, como corresponde”).
Gran parte de las lecturas obligadas de Tato Díaz no son accesibles para un ciego. “Hasta hace algunos meses me defendía con un escáner y un software para ciegos llamado Openbook, pero el bichito espichó junto con mi computadora, mi tesis doctoral, mi agenda, mis más o menos setenta libros escaneados y mis ilusiones.” Pero aquí es donde asoma su poderoso y boresiano sentido del humor, ya que en lugar de quejarse o rendirse,comenta: “Ya vendrán tiempos mejores, decía una vieja, mientras zurcía un preservativo”.
Su jornada empieza a las siete y media de la mañana en el Colegio Nacional, sigue en la facultad desde las 18 hasta las 22 y, cada quince días, viaja a Lincoln, su pueblo natal, donde dicta clases en el programa de extensión universitaria de la UNLP. Suele trabajar con su equipo, con quienes lee y elabora textos (“como podrás apreciar, escribo al tacto; nada de eso de hablarle a las computadoras que no sé quién tiró al ruedo y ahí anda peregrinando”). El equipo está compuesto de alumnos y graduados, que en la actualidad son cinco y supieron ser hasta ocho (“con esto de que no hay guita para ofrecer y sólo trabajo del arduo, cuesta un tanto conseguir voluntarios”), pero su colaboradora principal es su mujer, Celina. Díaz no da clases en lugares sólo para ciegos. De hecho, no tiene alumnos no videntes (“tuve uno solo, que nunca me dio ni cinco de bola”, dice). En cuanto a su proceso de escritura (desde el primer momento en que se le cruza una idea, pasando por las sucesivas correcciones hasta el desarrollo final), Díaz dice: “Ideas, lo que se dice ideas, no tengo muchas, pero las pocas que surgen, trato de que sean originales. El tema de la elaboración es bastante complejo, ya que se trata las más de las veces de trabajos teóricos, de modo que hay que ser muy preciso en los términos y el manejo de conceptos, para que sean accesibles y al mismo tiempo no sufran tergiversaciones indeseadas”. La corrección es todo un tema: se apoya mucho en su esposa y en su equipo. “Una vez concluido el estudio trato de darlo a leer, pero como siempre termino al filo del tiempo... así salen las cosas.”
Dice Díaz que, cuando alguien lo ayuda a cruzar la calle, o sus alumnos o cualquiera le preguntan cómo se quedó ciego, él contesta: “Por bagayero y por fumar”. Ya que las causas del desprendimiento de retina pueden ser muchas, y él siempre miró mujeres “muy indiscriminadamente” y fue un fumador empedernido. Y agrega: “Cuando veía, no daba pie con bola. Era timbero, haragán, no estudiaba, me mantenían las mujeres (mi mamá, mi tía y mi abuela). Al quedarme ciego pude, de algún modo, revertir la situación, pues estudié, conseguí trabajo (lo que no fue nada fácil), formé una hermosa familia (Tato y Celina tienen dos hijos, uno de quince y otro de once) y encontré un hermoso lugar de trabajo a través de la investigación, pues yo sólo quería ser profesor. En suma, ahora veo mucho más claro que antes, cuando veía”. Para equilibrar este momento confesional, Tato vuelve a apelar a su formidable humor a la hora de la despedida: “Bueno, che, nos vemos. O, como se dice en la jerga chicata: nos tocamos”.
Que un tipo como Tato Díaz esté el martes en el Congreso, explicando no sólo cómo se lee sino cómo se ve la Historia, justamente en ese Congreso que hace gala diaria de ceguera contumaz, entre otros pecadillos de comparable indignidad, es una demostración de que, si en este mundo no hay justicia, como tantos dicen, al menos hay cada tanto momentos de extraordinaria justicia poética, que no sólo hay que difundir sino también celebrar.
En las próximas semanas, Radar dedicará el espacio que se merece a un perfil completo de César Díaz y de los auspiciantes de la charla: el formidable equipo de Tiflolibros (Pablo Lecuona, Mara Lis Vilar, André Duré, Marta Traina y Gustavo Ramírez) que ha logrado crear, casi sin apoyo institucional y a puro pulmón, la primera biblioteca digital para ciegos de habla hispana, poniendo en circulación, por vía electrónica, un montón de libros y material de lectura que, al no existir versión en Braille de ellos, eran hasta ahora inaccesibles para los no videntes.