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Domingo, 6 de octubre de 2002

TELEVISIóN 1

Cuatro cabezas

En “Televicio” hacen de cuenta que en el próximo bloque ya no estarán en el aire del 9 y que son lo peor de la TV. Si bien exageran, nadie les puede quitar el mérito de mojarle la oreja a “Caiga quien caiga”.

POR C.Z.

¿Qué se puede agregar al género de la televisión autorreferencial después de “PNP” y “Televisión Registrada”, por citar algunos ejemplos notables del rubro? El primer desafío de “Televicio”, entonces, era ése: ofrecer algo novedoso sobre la base de un formato ya gastado. Después de las primeras emisiones, quedó claro que la mezcla de perfiles de los conductores y el temperamento entre kamikaze y resignado que ostentan por el hecho de estar demoliendo famas en el canal de Daniel Hadad, es la sal y la pimienta de esta propuesta de domingo a las 23.
Empezaron con el pie izquierdo: Gastón Trezeguet, uno de los conductores, nunca llegó al primer programa, lo que se convirtió en una fuente de chistes procaces, pero no disimuló el hueco y la calentura de los otros conductores (Antonio Fernández Llorente, Mariano Iudica y Martina Luri); uno de los platos fuertes del programa es Caire quien Caire, una gastada a “Caiga quien caiga” basado en chismes de la movida tropical: debutó el día en que estaban velando a Walter Olmos. En fin, igualmente, con un informe impiadoso sobre cómo cubrieron algunos medios los primeros minutos de la caída de las Torres Gemelas, salieron airosos y demostraron que la falta de piedad y la falta de autocompasión en dosis parejas iba a ser la fórmula de “Televicio”, el nuevo producto de Gastón Portal (aunque en los créditos, quizás como una ironía hacia Gerardo Sofovich, la Idea y Producción se la adjudican a un tal GS).
La mezcla de estilos y de humores de los cuatro jinetes de este apocalipsis es quizás lo mejor de “Televicio”. Luri es cool, distante y altiva: una chica del cable y la dorada modernidad, que deja en claro que está más allá de la grasa de la tele abierta; Iudica es un atorrante que sabe que es más que eso: es un agilísimo locutor, un humorista natural, uno de esos granos que de vez en cuando le salen a la televisión; Fernández Llorente es lo que fue y de eso juega: “Veinte años de carrera tirados en una hora”, dice de sí mismo el periodista serio, cara de noticieros, que cubrió casos como los de María Soledad y de Cabezas. Sin embargo, se revela un dúctil animador apto para tiempos versátiles, de crisis. Y por último, Gastón, al fin reconciliado con la fama y la TV. ¿No es lo que quería? Parecía que iba a tirar todo por la borda faltando a la primera emisión, pero lo cierto es que lo suyo es, además de inestable, bueno: inimputable, dice lo que le viene in mente (ése, justamente, es su papel) y explota el costado gay, transgresor y divertido que lo singularizó en “Gran Hermano”.
Pero el contexto de “Televicio” no es precisamente la tolerancia y el pluralismo. Todo el tiempo parece que el programa fuera a estallar en el aire, a desaparecer después de la tanda. O al volver del corte, ya no estará la Luri, o Gastón habrá sido amordazado. Nada de eso sucede, pero la latencia del desastre los hace insistir demasiado con ese humor kamikaze y, por contraste, un tanto culposo. Los informes sobre los medios (incluido el 9) suelen ser demoledores, el humor imperante, ácido; y probablemente nadie les quite el mérito de ser los primeros en mojarle la oreja a “Caiga quien caiga” (Tinelli no cuenta, ya que tiene fuertes intereses en la disputa); pero quizás no haga falta abrir tanto el paraguas cuando en realidad están actuando bajo un paraguas: de otro modo, no se entendería que puedan hacer el informe sobre La Bonaerense (como si fuera la cola de la película de Pablo Trapero, El bonaerense) en el canal que hace permanente apología de la hidalguía policial. ¿O sí?
¿Durará? Eso no lo sabemos. “El resumen de los medios” (con Gonzalo Bonadeo y Gillespi), producido por Gastón Portal, no duró. Como propuestadesacralizadora de la televisión, “Televicio” luce más fresca que otras ideas que andan por el aire, básicamente gracias a la inestabilidad emocional y la diversidad anímica de sus conductores, que impiden la rutina y la repetición en las que suelen caer los programas de humor. Los muchachos y la chica son, de momento, imprevisibles.

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