PáGINA 3
POR RODRIGO FRESAN, Desde Barcelona
Escribo esto desde muy lejos.
Lejos en el tiempo y la distancia. Lo escribo rápido y a medida que surge
como suele surgir todo ese tiempo extraviado que fluye y me alcanza y me cubre
como una ola. No escribo de memoria: escribo haciendo memoria, ¿se entiende?
La cosa es así: me llaman desde Buenos Aires, me dicen que la revista
Anteojito va a dejar de salir o ya dejó de salir, en estos días,
da igual. Me preguntan si quiero escribir sobre el tema y no se trata de lo
que uno quiere o deja de querer. Se trata de lo que está allí,
para siempre, al fondo y a la izquierda de la infancia. Ahí voy y desde
ahí vienen estos necrológicos apuntes dispersos.
LOS UNOS Y LOS OTROS
Entro en Internet. Lo que pensaba. No hay site de Anteojito. No sé
por qué, pero me parecía imposible que Anteojito tuviera site.
Y es que Anteojito siempre tuvo algo de retro, de primitivo, de artesanal, de
más cercana a Peter Pan que a Harry Potter. Me niego, por supuesto, a
fijarme si Billiken tiene site. Algo me hace sospechar que, sí, tiene.
Encuentro, sí, la siguiente noticia flotando en la Red: La revista
infantil creada por el español Manuel García Ferré el día
de su cumpleaños, el 8 de octubre de 1964, suspendería su publicación
en las próximas semanas, luego de 37 años de aportar a la educación
de los niños. La difícil situación del mercado editorial
no ha favorecido las expectativas de la revista que, en octubre último,
declaró al Instituto Verificador de Circulación (IVC) una venta
semanal de 33.330 ejemplares (habiendo llegado a vender hasta 200 mil ejemplares
por semana), contra 26.757 de Billiken, de Atlántida. La revista Genios,
de Clarín, consiguió quedarse con la mayor porción de mercado,
con una venta promedio de 72.673 ejemplares. Pese a la fuerza de la versión
sobre el cierre de Anteojito, fuentes próximas a García Ferré
lo negaron. No hay idea de cortar la publicación. García
Ferré mantiene reuniones con inversores para obtener fondo, dijeron.
Ahora, bueno, parece que García Ferré no consiguió ni inversores
ni chuculita-chuculata. Si yo tuviera mucha plata, algo pondría. Y no
tengo la menor idea de qué cuernos es la revista Genios (aunque su título
un tanto huxleyano me inquieta un poco); pero sí me duele que siga saliendo
Billiken, que vendía menos pero, seguro, está mejor apuntalada
por otras publicaciones de esa editorial con nombre de Continente Perdido. A
mi modesto entender, Anteojito y Billiken tendrían que desaparecer juntas
porque son dos caras de una misma moneda. Durante mi lejana infancia, la de
Constancio C. Vigil era prolija, burguesa, bastante desabrida, perfecto material
de lectura para chicos que querían ser los mejores alumnos y su parte
más lúdica buscaba emparentarse con la estética progre-aristocrática
de María Elena Walsh. La de García Ferré (quien paradójicamente
le debe su último gran éxito a la walshiana Tortuga Manuelita)
era caótica, alucinada, decididamente psicótica, dedicando páginas
al Día de la Bandera entre visiones del planeta Marte o instrucciones
para construir alguna ideíta de Leonardo Da Vinci. Los lectores de Billiken
calzaban Adidas y empuñaban lapiceras Parker, los de Anteojito metían
sus quesos adentro de zapatillas Flecha y mordían plumas Scheaffer. Los
que pateaban con Pampero y 303 no leían nada, pero eran los que mejor
jugaban al fútbol y los que ganaban todas las peleas en los recreos.
Es fuerte la tentación de proponer una teoría de cómo se
ha constituido la sociedad argentina de hoy a partir de la distribución
de lectores de entonces entre Anteojito y Billiken y, de hecho, alguna vez me
valí de este subterfugio a la hora de intentar explicar aquella vieja
contienda dentro de las entonces jóvenes letras nacionales entre los
llamados Babélicos y Planetarios (Dios mío: ¿habrá
sido eso un debate literario?). No sé. Lo cierto es que uno estaba de
un lado o de otro por más que leyera las dos revistas. Y lo cierto es
que, también, uno sabíaperfectamente quién era Anteojito,
mientras que todavía hoy sigo preguntándome quién o qué
cuernos es un Billiken.
EL CUENTO DEL TIO
Hay algo inquietante en el personaje Anteojito. Esa voz de pito, esa bufandita
maleva alrededor del cuello y por encima de todo- esa perturbadora relación
con su tío Antifaz de carácter un poco Humbert y un poco Tadzio.
Recuerdo a Anteojito como intérprete de una encendida canción
de amor sobrinesca; ese insufrible tíiíiiiiiiiio, tíiíiiiiiiio,
tíiíiiiiiiiiiiio y ya saben que tío y sobrino solían
ser eufemismos para definir con elegancia relaciones entre hombres consideradas
non-sanctas. Recuerdo, también, ese disquito con la canción del
Feliz Cumpleaños versión Anteojito. Mi tío
que no se llama Antifaz solía atormentar a mis primos que no se llaman
Anteojito con su obligatoria audición cada onomástico; en el lado
B venía una especie de monstruosidad calipso-caribeña de nombre
también equívoco: Juanita Banana. Y cómo olvidar
aquel formidable largometraje Mil intentos y un invento que a Tim Burton le
encantaría, seguro, y donde, si mal no recuerdo, en una escena Anteojito
se quita las gafas y la visión es tan horrible como la de Ray Milland
al final de El hombre con los ojos de Rayos X.
IMPORTANTE
Los juguetitos que traía la revista Anteojito eran mucho
mejores que los de Billiken (siempre más plásticos, prácticos
e inocurrentes, mejor hechos, pero menos divertidos) y, ah, aquel día
en que Anteojito anunciaba, triunfal, que venía con una computadora de
regalo, como otra veces nos había traído la alegría de
un endeble pantógrafo o unas torpes gafas 3-D seguramente desarrolladas
en el laboratorio croto del Tío Antifaz. Entonces, la palabra computadora
todavía era sinónimo de ciencia ficción, y corrimos hasta
los quioscos y armamos, entre emocionados e incrédulos, una computadora
de cartón que funcionaba en base a tarjetas perforadas. Funcionaba más
o menos bien. El único problema es que ofrecía nada más
que diez respuestas a preguntas del tipo: ¿Cuál es la distancia
entre la Tierra y la Luna?, y no decía nada sobre, por ejemplo,
cómo se sostenía el peinado de Isabelita y cuánto tiempo
iba a sostenerse el gobierno de Isabelita al frente de la presidencia de Trulalá.
EL MUNDO DE TRULALA
Al final resultará que Trulalá, patria de Hijitus y lugar
que Anteojito visitaba de tanto en tanto, es uno de los territorios más
poderosos, babélicos y planetarios que ha dado el imaginario argentino.
Anteojito decía intríngulis chíngulis, creo.
Hijitus exclamaba y chúcuchucuchu. Anteojito era clase media
en picada y, en ocasiones, trabajaba como canillita o, ugh, manicero para mantener
a su paupérrimo tío; Hijitus era un pobrecitus que vivía
con su pichichus en un cañitus y entre los dos y gracias a García
Ferré y sus secuaces conjuraron a una fértil galaxia de
personajes entre los que se contaban el oligarca Gold Silver y su hijo Oaky,
el Comisario, las Damas del Patronato, Ketchum, el Dragoncito Cantor, el robot
Truku, el Director del Museo, el Boxitracio, el terrible niño Raimundo,
la Bruja Cachavacha, la Vecinita de Enfrente y, por supuesto, el Profesor Neurus
siempre al borde de un ataque de nervios por las torpezas de sus ineptos cómplices:
el a veces bueno y a veces malo Larguirucho (a quien George Lucas plagió
subliminalmente o no para el engendro anfibio ese de Episodio I: La amenaza
fantasma), el tanguero Pucho (Pobre arrabal, qué viejo estás,
cantaba tristón) y el hermético Serrucho que sorpresa de
sorpresas resultó ser ni más ni menos que el maléfico
y todopoderoso Gran Hampa. A veces aparecían Donald (cantante) y Pipo
Mancera (television-man). Y, sí, a veces llegaban Anteojito y Antifaz
vaya a saber uno de dónde y quienes, con su extremo civismo enciclopédico
que más tarde se extendería alrepugnante y topogigiesco pingüino
sabiondo Petete, poco y nada tenían que hacer en esa Trulalá siempre
a punto de apocalipsis. Hijitus y Larguirucho también tenían revista
de historietas, pero que regalaban obras maestras de la literatura jibarizadas
en lindos minilibros de muy pocas páginas y que funcionaban en
tándem con Anteojito (Anteojito como publicación didáctica
para los días de colegio y la revista escolar más completa,
útil y divertida, el formato apaisado de Aventuras de Hijitus y
Desventuras de Larguirucho para sábados y domingos de permisividad y
fiaca absoluta) en los que llegaba, en la tele, El Club de Hijitus
(con Anteojito de invitado y la participación del Hada Patricia, Firulete
y Salta, Violeta así como el resumen semanal de los capítulos
de Hijitus), que después tendía sus redes vía
imperio golosinero los auspiciantes Georgalos con su Mantecol o Felfort
con sus chicles y su insuperable Chocolatín Jack con Sorpresa albergando
en sus tripas muñequitos trulalenses o lucha-catch hasta la melancólica
noche del domingo en la que negábamos la inminencia del retorno a las
aulas con nuestra dosis de violencia psicotrópica cortesía de
Martín Karadagian y sus Titanes en el Ring. Ico y Trapito
ya no son de mi época y me detengo aquí y releo esto y dos visitas
me interrumpen y yo aprovecho para preguntarles qué piensan del fin de
Anteojito. El escritor chileno Roberto Bolaño me dice: Nunca la
vi. A Santiago llegaba Billiken, pero era muy cara para mí. Y después
se pone a hablar de Andanzas de Patoruzú, y yo le cuento
que Dante Quinterno es una especie de Howard Hughes y no me cree. El director
de cine y ópera argentino Sergio Renán se disculpa con un: No
sé que decir... Seguramente algo melancólico.
R.I.P.
De acuerdo, las acusaciones contra García Ferré que
van desde franquista a procesista pueden ser pertinentes. Y la estética
Anteojito podía parecer como fosilizada en los 60/70. Pero era linda
e imprevisible e interesante. Era única. Calculín, Pelopincho
y Cachirula, Sónoman, La Pandilla Yé-Yé, esa cruza de Tweety
con Luky Luke que era Pi-Pío... Todos ellos desaparecen ahora y ya no
habitarán sólo mi memoria sino la memoria de ellos mismos. La
memoria de esa revista donde entraba todo un mundo y cuya computadora de cartón
jamás pudo responder la pregunta más importante de todas, el interrogante
decisivo, la duda existencial más absoluta de nuestras entonces f-a-c-u-l-t-a-d-e-s
intactas, pero ya definitivamente erosionadas por el amor y la sordidez: si
se llamaba Anteojito... ¿por qué tenía los anteojos tan
grandes, eh?
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