Dom 09.11.2014
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DOS TIPOS IMBÉCILES

CINE Fue una pieza fundacional: en 1994, cuando los hermanos Farrelly estrenaron Tonto y retonto, con Jim Carrey y Jeff Daniels, inauguraron una nueva era de la comedia que balancea chistes escatológicos, humor negro y mal gusto con una sensibilidad auténtica y un sincero amor por sus patéticos protagonistas, sus desgraciados y sus perdedores. En su momento la crítica la destrozó, pero los Farrelly igual consolidaron su éxito con la no menos clásica Loco por Mary, al tiempo que Carrey llegaba al superestrellato. Veinte años después llega al fin la secuela de los dos idiotas, una segunda parte muy apegada al original que con todo el tiempo encima resulta inocente e inofensiva pero igual de divertida.

› Por Mariano Kairuz

Hace veinte años, en 1994, se estrenó Tonto y retonto, la primera película de los hermanos Farrelly, y la crítica la recibió con desconfianza, cuando no mero desdén. “Algunos de los gags de mal gusto son graciosos, y los gestos de Jim Carrey tienen cierto grado de inspirado delirio, pero esto está muy lejos de la comedia social de Jerry Lewis”, escribió Jonathan Rosenbaum en el Chicago Reader. “El guión de esta farsa exagerada no pasa de ser una sucesión de sketches estúpidos –llenos de chistes de orín y flatulencias– o una parodia de las buddy-movies”, dijo Michael Sragow en la influyente The New Yorker. “Una comedia abominable y abdominal (sic)”, opinó The Washington Post. “La ironía cómica que puede extraerse de la visión de dos tipos adultos comportándose como verdaderos estúpidos tiene un límite”, escribieron en la Entertainment Weekly, que dentro de todo trató a la película con cierto aprecio.

El enorme éxito que tuvo la película en los cines del mundo (costó 17 millones, recaudó 125 en EE.UU. y más del doble en el mundo, y después vendió más de 60 millones en video) tuvo probablemente mucho que ver con Jim Carrey, que se estaba convirtiendo en el comediante del momento. Ese mismo año había estrenado Ace Ventura: detective de mascotas, un éxito inesperadamente millonario en el que el actor canadiense había revelado al público su stock de gesticulaciones de caricatura, y luego La Máscara, un homenaje a las animaciones de Chuck Jones, en la que completaba su transformación en un –literal– dibujo animado viviente. Para algunos, las tres experiencias con Carrey en algo menos de un año resultaron agotadoras y lo que fue una novedad y una revelación instantánea, pronto saturó. Para unos pocos críticos, como Roger Ebert –siempre atento y dispuesto a reconocer el valor de nuevas expresiones de la cultura popular–, las morisquetas de Carrey habían empezado resultándole insufribles pero, escribía en el Chicago Sun Times, con su idiota irredimible de Tonto y retonto el actor había terminado de conquistarlo. Para el público más joven, los chicos y adolescentes a los que apuntaban en buena medida estas tres películas, cuanto más imbécil, más divertido.

Lo que llama un poco la atención, retrospectivamente, es que el periodismo especializado no haya registrado en su momento que en esos límites que la película estaba rompiendo –la tolerancia a ver a dos adultos absolutamente idiotas durante casi dos horas, el humor escatológico, los chistes incorrectos que involucran actos de crueldad hacia discapacitados físicos– estaba el comienzo de algo nuevo, del gesto vanguardista en que se convertiría la obra de los Farrelly.

Por distintas razones, la secuela de Tonto y retonto, que se estrena el jueves que viene en Argentina y un día después en Estados Unidos y buena parte del mundo, se hizo esperar veinte años, y en este tiempo que pasó, los Farrelly –y Carrey– corrieron de tal modo las fronteras de lo que es admisible en una comedia mainstream de Hollywood, que su espíritu, tan deliberadamente apegado al del film original, hoy resulta completamente inocente e inofensivo. Un pedo en el viento.

LOS IDIOTAS

Antes de que Peter y Bobby Farrelly consiguieran que New Line Cinema firmara contrato con Jim Carrey (como Lloyd Christmas) y Jeff Daniels (como Harry Dunne), el proyecto fue rechazado por muchos actores, entre ellos Steve Martin y Martin Short, Rob Lowe y Nicolas Cage, entre otros. Jeff Daniels fue originalmente resistido por los productores, porque no era percibido como un comediante, sino más bien como un actor de materiales serios como La fuerza del cariño, El amor es un eterno vagabundo o Días de radio. Ahora resulta un poco imposible imaginarse a otros dos tipos en los papeles de Lloyd y Harry (bautizados así en homenaje a Harold Lloyd y a uno de los géneros favoritos de los Farrelly: la comedia física), y si para los críticos y espectadores adultos fue en su momento un pozo sin fondo de estupidez, para muchos chicos que tenían unos diez años cuando se estrenó se convirtió en un clásico; la definición misma de la nueva comedia para toda una generación, que tal vez no llegó a verla en el cine, pero siguió sus infinitas repeticiones en el cable durante la segunda mitad de los ’90. Y en cuanto al polémico “toilet humor” –la comedia de fluidos corporales que tanto disgustaba a los viejos guardianes del buen gusto–, es cierto que los Farrelly y Carrey no inventaron los pedos ni los eructos ni la orina en el cine, que éstos tenían sus antecedentes. Algunos muy cercanos, como el episodio de Ren & Stimpy, todo un clásico, titulado “El hijo de Stimpy”, en el que el algo lento gato gordo se la pasaba buscando una flatulencia que se escapó de su cuerpo, y tenía sobre el final un emotivo reencuentro. Así como, bastante más atrás en el tiempo, algunas de las primeras películas de John Waters (en Pink Flamingos está la famosa escena de Divine comiendo caca de perro, así como también hay un tipo que hace música con el agujero del culo), aunque ésas fueron experiencias más marginales que sólo con los años tuvieron difusión masiva. Sobre el mal gusto, Waters escribió lo suyo en su libro Shock Value: “Hay un buen mal gusto y un mal mal gusto”, pero “el buen mal gusto puede atraer un sentido del humor especialmente retorcido, que es universal”. A ese humor negro y cruel apuntan los Farrelly, pero lo hacen con una fórmula difícil de imitar, que se compone de una sensibilidad auténtica, de cierto amor por sus patéticos protagonistas, de un profundo afecto por sus desgraciados y sus perdedores. Y si bien al principio fueron elevando la apuesta por la aplicación de fluidos corporales tabú en el mainstream (el semen convertido en gel para el pelo de Cameron Diaz en Loco por Mary; la imagen del sorete de perro que se funde con el cono de helado de chocolate en Irene y yo y mi otro yo) eventualmente fueron limpiando sus películas de esos elementos, no renegando pero prescindiendo de ellos en historias que no los necesitaban, como el relato de amor de Fever Pitch (gran película con Jimmy Fallon y Drew Barrymore, sobre libro de Nick Hornby, no estrenada en cines por acá) o eventualmente en su versión de Los Tres Chiflados, simplemente porque consideraban que ciertos chistes sexuales no aptos para chicos no iban con el espíritu original de sus adorados Moe, Curly y Larry.

Por esto es que a Peter y Bobby Farrelly no les gusta nada cuando se dice que sus películas son gross-out comedies (comedias asquerosas), porque, argumentan, sus asquerosidades forman parte de sus historias cada vez que aparecen, o tienen que ver con sus personajes, o sencillamente, con cualquier ser vivo. Un tiempo atrás, Peter Farrelly contaba que había ido a ver Freddy Got Fingered, la comedia guarra y escatológica de Tom Green, intrigado porque muchas críticas la ligaban a sus películas, y que se había ido de la sala a los 20 minutos, no ofendido (un Farrelly nunca tendría ese gesto de hipocresía) sino aburrido, porque, decía, “era una película que buscaba ser asquerosa por el mero hecho de ser asquerosa, y lo que nosotros hacemos no es eso: para cuando llega la escena del semen en el pelo de Cameron Diaz, llevamos una hora contando la historia de un tipo que ha buscado durante una década y media a la chica de la que se enamoró en el colegio secundario”.

Aunque se convirtió en un hito para varias generaciones, cualquier fan de los Farrelly entiende que Tonto y retonto no es la mejor película de los hermanos sino apenas el punto de partida sobre el cual edificaron un subgénero, y perfeccionaron su sistema. Pero hay algo innegablemente potente y eficaz en la idea de pasarse casi dos horas viendo a estos dos tipos adultos haciendo caras de estúpidos sin ningún pudor. El concepto es tan tarado que termina dando toda la vuelta, y en la flamante y demorada secuela que se estrena esta semana, los protagonistas consiguen un efecto Forrest Gump-Chauncey Gardiner (el protagonista de Desde el jardín): dicen y hacen cosas tan soberanamente estúpidas, sin la menor conciencia de lo que están haciendo y diciendo, que la gente los recibe equivocadamente como genios que están más allá de todo, maestros del sarcasmo, mentes brillantes que encuentran en la sencillez y el humor infantil la mejor expresión posible de su infinita sabiduría. Por lo demás, la razón de por qué ver a estos idiotas es tan gracioso es uno de esos misterios que caracteriza también a Los Tres Chiflados: se trata de uno de esos fenómenos tan básicos que no admiten una verdadera explicación; está todo en la superficie; lo que vemos es lo que hay. En 1999 Rodrigo Fresán escribió en la revista Página/30 que “la gracia y el vicio” de Moe, Larry y Curly tal vez resida en “mirar a tres imbéciles una y otra vez porque acaso nos hagan sentir un poco más normales y menos imbéciles”. O quizá nos vemos reflejados en toda esa idiotez como una parte constitutiva de nuestra naturaleza, que el tonto y el retonto son el lado bueno de nuestros instintos, liberado. Aunque los Farrelly probablemente no admitirían siquiera estas lecturas básicas de sus idiotas: “Somos los anti-Coen”, ha dicho Peter. “Nadie analiza nuestro cine, y no queremos que lo hagan.”

VEINTE AÑOS NO ES NADA

Y la razón por la que tardaron dos décadas en hacer una secuela de su primer éxito es que sus actores, en particular Carrey, se convirtieron en grandes estrellas. En algún momento el actor de La Máscara, cuyo ascenso había sido meteórico, sufrió el síndrome de comediante encasillado (después de hacer de El Acertijo en la pésima tercera Batman de los ’90, de una secuela de Ace Ventura, de Mentiroso, mentiroso y Todopoderoso) e intentó un cambio de registro con un thriller bastante malo (Número 13), aunque también hizo algunas comedias dramáticas muy buenas, como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y Una pareja despareja (I Love You Philip Morris), que probaron que tenía un rango mayor. El fue quien durante mucho tiempo se resistió a repetirse. New Line Cinema, que no estaba dispuesta a desaprovechar una propiedad tan valiosa, produjo una precuela, Tonto, tontos y retontos (Dumb and Dumberer: When Harry Met Lloyd, 2003), en la que no tuvieron nada que ver ni Carrey ni Daniels ni los Farrelly, y que resultó malísima y un fracaso comercial. Un par de años atrás, Carrey se encontraba en un hotel cuando pescó la película original del ’94 en televisión, y volvió a verla casi completa por primera vez en mucho tiempo –o al menos ésa es la leyenda que inventaron para la prensa– e inmediatamente llamó a los hermanos de Providence para decirles que ahora sí, que ya estaba listo, que qué esperaban.

En cuanto a Daniels, el tipo alcanzó uno de los picos de su carrera en los últimos años protagonizando The Newsroom, la serie escrita por Aaron Sorkin, que por estos días estrena su tercera temporada por HBO. Justo la noche anterior a empezar a rodar Tonto y retonto 2, Daniels recibía su primer Emmy a mejor actor protagónico por su magnífico Will McAvoy, en ese programa. “Me resultó mucho más fácil volver a hacer de Harry que interpretar a McAvoy, lo cual me asusta un poco”, dijo.

La nueva película es tan similar a la original en tono, que hasta se ve un poco demodé, demasiado años ’90, pero ése fue el plan de los Farrelly desde un inicio: que no fuera ni un poco más sofisticada que aquélla, ya que la película no debía haber progresado en nada, igual que sus protagonistas, que son igual de idiotas, pero más viejos (y por lo tanto un poco más patéticos). Hay un McGuffin que los lleva a emprender otra vez un largo viaje on the road: Harry y Lloyd salen en busca de la hija que el primero habría tenido con un antiguo amor (Kathleen Turner, parodiando la maciza figura a la que dio lugar con los años la belleza clásica y deslumbrante de su juventud). Pero nada de esto importa, como no importaba la trama policial que servía de excusa en el primer film; lo que importan son los personajes, y los gags. Y la incomodidad que la idiotez ajena (y la capacidad de vernos reflejados, a veces, en ella) puede provocar.

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