MUSICA 1 Amigos desde la adolescencia, Julián Tello y Julián Larquier se hicieron conocidos en el circuito del teatro independiente, especialmente como la dupla protagónica de la celebrada Los Talentos, de Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob. Pero, además, los une otra pasión: la música. Juntos lideran Jvlián, grupo de rap que mezcla carisma con letras frescas y sensuales que ya se consiguen en su primer disco, que lleva el nombre de la banda.
› Por Mercedes Halfon
Julián Tello y Julián Larquier se conocen desde hace trece años, cifra que en su tierna juventud representa la mitad de su vida. Se encontraron durante el secundario, en un curso de teatro. Quizás motivados por su condición de tocayos, quizás por pura afinidad, se hicieron inseparables. Hoy son dos de las caras más nuevas y fulgurantes de la escena independiente de teatro y cine porteño y han trabajado con directores de todos los colores en todo tipo de espacios. Pero este dúo además de teatral es musical: hace casi diez años empezaron a explorar esa veta que a los dos los atraía y que tenía que ver con cierta atracción por la música negra y el rap. Su banda se llamó Julián y al lograr su formación definitiva –con Ignacio Martín (bajo eléctrico), Pablo Anglade (teclados y electrónica, y programación) y Juan Martín Chacón (batería)– pasó a ser Jvlián, con el cinco en números romanos que alude precisamente a la totalidad de los integrantes.
Hoy los julianes están en un momento de vorágine pura. Acaban de sacar su primer disco homónimo, que vienen de tocar en The Roxy. Hasta hace días podía vérselos en Barroco, de Estanislao Buisel, en el Malba. Por si fuera poca emoción, están haciendo la última temporada de la obra que los catapultó como dupla estelar: Los Talentos –de la también dupla Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob–. Música y teatro se combinan para dar una imagen aproximada de estos jóvenes talentos, que derrochan carisma en cualquier escenario que se encuentren.
Ante la pregunta de qué cosa vino primero, la respuesta de ambos es: el teatro. Ambos tomaron clases en su adolescencia y luego directamente pasaron a las armas. Larquier actuó en varias obras de Agustina Gatto y Luis Garay antes de cumplir los veinte. Tello actuó en El adolescente de Federico León, siendo un ídem (era el chico de afro que tocaba la guitarra eléctrica). Hasta que ambos se encontraron en un escenario en Los Talentos. La historia de los dos juntos con la música sucedió paralelamente y también de un modo más intuitivo, espontáneo y fatal. “Nos juntábamos en casa. Yo me había comprado una computadora, un teclado y una placa para grabar audio. Era como un hobby hacer canciones, programar en la compu algunos temas, covers. En un momento apareció Nacho, el bajista, que es un chico estudioso del jazz, fan de la música negra. Ninguno de nosotros dos era músico, entonces él nos empezó a ayudar con las estructuras y la composición. Empezamos a hacer cosas nuestras con él, a grabarlos, hasta que tuvimos dos o tres temas. Al poco tiempo empezamos a tocar, con un dispositivo más bien PC”, cuenta Tello. Y Larquier agrega: “Pero no estaba muy bueno. Eramos muy tímidos, cantábamos mirando el suelo, no encontrábamos la manera de proyectar, todavía no teníamos muy resueltas algunas cosas con lo actoral ¡éramos muy chiquitos!”.
Lo que puede llamar la atención en un primer momento, su interés en el rap clásico norteamericano tipo Cypress Hill, para ellos es muy natural. Larquier cuenta: “Yo siempre escuché rap, aunque me daba vergüenza. Me garpaba la estética, es algo que me vino naturalmente. Yo sé que es muy yanqui, misógino, muy impositivo, pero había algo que me capturaba de entrada. Pantalones anchos, gorras, me gustaba. Escuchaba un beat y me volvía loco. Pero no quería admitirlo porque todos escuchaban Los Redondos, La Renga, Los Piojos, y yo tenía que inventar que me gustaban aunque no me sabía ni dos letras. Fue muy solitaria mi adolescencia en un sentido musical. Y en un momento dije ‘ya fue, me gusta esta música’. Un tío dj me empezó a pasar data. Iba a galerías, buscaba discos. En ese momento estaba mezclado con el hardcore, el rap. Eso fui escuchando”. “Y yo me fui contagiando”, agrega Tello.
Escuchando este primer disco de Jvlián, lo que se escuchan son grooves inspirados en la música negra norteamericana, con una impronta ecléctica y bastante pop donde las melodías acercan la música al formato canción, siempre con una tendencia a lo bailable. Diez temas pegadizos, mechados con interludios inquietantes. La particularidad de su sonido sobreviene por el uso de instrumentos electrónicos analógicos junto con un sonido “vivo” aportado por la guitarra, el bajo y la batería. Las letras son una cuestión aparte, con las rimas y métricas típicas del rap, pero una búsqueda lírica personal. Como dice Tello: “Lo que me empezó a pasar con las letras es coparme con describir una historia en miles de detalles. Lo que rescato del rap es esa posibilidad narrativa, que es mucho más extensa y densa que la canción. Tiene más versos y más palabras”. Larquier acota: “A veces es un peligro, casi contraproducente. Metés tantas palabras que es difícil mantener la coherencia, te podés contradecir. Igual el rap es lo que me surge hacer, es lo que me expresa más directamente. Capaz si nacía en otra época lo hubiera hecho folk. En un momento, de hecho, no creíamos que íbamos a ser una banda de rap. Pensábamos ‘Los raperos son malos, cuentan historias donde está todo mal, hay pistolas’. Pero terminamos haciendo eso. Pese a que no nos cerramos en esa idea, yo creo que podrían entrar otras cosas que no sean rap en un futuro”. En la música nacional encuentran dos referencias en este campo: “Por un lado, los Illya Kuryaki. Nos marcaron mucho en esas fantasías de sus letras. Ellos arman una fantasía con material de la tele, de sus viejos, de sus vidas, de los juegos entre ellos, una poesía ninja que no se sabe de dónde viene. Después, Babasónicos: Adrián Dargelos también tiene esa lírica de la parte glamorosa de la noche en esta ciudad que no tiene tanto glam”.
¿De qué hablan las canciones de Jvlian? Un encuentro sensual en un ascensor, los deseos asesinos que posee un mesero de Palermo, un chico llamado Timmy infiltrado en un grupo de amigos del barrio, las preguntas que nacen a partir de una mochila perdida. Algunas más realistas y testimoniales, otras deliberadamente fantasiosos: viajes crudos, sexuales, sensibles, graciosos, nocturnos, frescos.
En los últimos shows en los que vienen presentando el disco, su camino en el teatro y en la música parece haber encontrado su ecualización conjunta. Derroche de energía histriónica, vibrante sonido contagioso, Jvlián pone en movimiento a todos: hasta los más reacios. Tienen algo de ritual y también de fiesta de teatro donde todos bailan. Como cierra Larquier: “Ahora que el disco está editado el show cambió. La gente está activa, canta los temas y mueve el brazo ‘como argentino’ y entonces está buenísimo”.
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