ARTE Durante todo noviembre se puede visitar en Ushuaia, Tierra del Fuego, la III Bienal Regional de Arte Contemporáneo Mes del Arte Fueguino, con obras de casi 40 artistas, entre residentes de la isla e invitados de Río Negro, Santa Cruz y Chile. Bajo el concepto de “islario”, las obras, distribuidas en cuatro sedes de la ciudad, exploran la inmigración a este confín del mundo, la relación con el paisaje, los vínculos con los ritos ancestrales aborígenes e incluso el trabajo de la Cooperativa Renacer, fundada por los trabajadores tras la quiebra de Aurora Grundig.
› Por Verónica Gómez
En el extremo más austral del continente americano hay una isla con forma de botineta, la misma que en 1520 Fernando de Magallanes, al divisar desde el barco las fogatas de los onas, dio en llamar Tierra de los Fuegos. Bosques de gris pétreo, valles encantados, lagos glaciarios, cordilleras nevadas y extensas zonas de mullidas y anaranjadas turberas son los rasgos inconfundibles de un paisaje de fábula. Por estos lares, los castores han aprovechado la ausencia del lobo y la estupidez humana (la Marina los insertó en Tierra del Fuego en 1946 para comercializar sus pieles, sin calcular el impacto ecológico que causarían) para multiplicarse vertiginosamente. Construyeron diques a troche y moche, creando plácidas lagunas para alzar su casita en el medio, dejando así agujeros enormes en bosques milenarios. También en esas tierras de apariencia mágica, en un solo día pueden desfilar, a un ritmo enloquecedor, las cuatro estaciones. El índice de suicidio adolescente ocupa un lugar destacado en el ranking nacional y alcoholismo y consumo de drogas pelean un primer puesto en las estadísticas patagónicas. Por si faltara algún dato sórdido, su capital, Ushuaia, ha nacido en torno del presidio, cuyo recluso estrella fue nada más y nada menos que el Petiso Orejudo. En una ciudad donde el porcentaje de NyC (Nacidos y Criados) es todavía bajo, la pregunta frecuente suele ser ¿hace cuánto vivís acá? Y la siguiente, si uno se tomara el atrevimiento de formularla, es ¿por qué demonios te viniste al culo del mundo? Las respuestas no varían tanto, casi todos han arribado huyendo de algo –asfixiantes lazos familiares, apremio económico, un amor roto o la inseguridad galopante de las grandes urbes–, pero si la decisión de empezar en otro sitio es de por sí radical, la condición extrema del paisaje elegido –clima inhóspito, escasa vida social– la acentúa en un aspecto casi estoico.
Aquí donde los castores son los artistas más destacados del Land Art, en este paisaje de sublime prestancia... ¿Qué hace un artista con tanto privilegio visual? ¿Cómo escapar de la posición de mero testigo frente a tanta maravilla natural?
La Bienal Regional de Arte Contemporáneo, MAF, con curaduría de María Teresa Constantin, merodea las respuestas a esos interrogantes. Con el trabajo conjunto del Museo Marítimo, el gobierno de Tierra del Fuego y el Municipio de Ushuaia, sumado a la destacable coordinación de Gustavo Groh, y distribuida en cuatro sedes: Casa Beban, Espacio Renacer (ex Aurora Grundig), la Casa de la Cultura y la Galería del Museo Marítimo, la Bienal estrena su tercera edición y se constituye como referente indiscutible de las producciones artísticas en el confín del mundo.
“Islario” es el concepto elegido por la curadora para reunir las obras de casi 40 artistas, entre residentes fueguinos e invitados de Río Negro, Santa Cruz y Chile. Cabe aclarar que la mayoría de los artistas no ha nacido en Tierra del Fuego, algunos incluso viven allí desde hace muy poco.
“La isla móvil es quizás uno de los más bellos mitos que pueden permitir pensar la Tierra del Fuego. Es la isla que nunca se deja poseer y, justamente por eso, más acariciada y anhelada”, reflexiona Constantin en su texto curatorial, y agrega: “Es ese enamoramiento arduo el que aparece una y otra vez en la obra de los artistas fueguinos. La isla es un territorio donde proyectar mundos posibles, donde lo real se mezcla permanentemente con los sueños o, a veces, choca duramente con ellos”.
La sensación de lo inasible, o de aquello que se materializa tan frágilmente que sería riesgoso tocar, es explorada en varias de las obras. Melisa López (Río Gallegos), con su intervención “Conectores”, hecha con fibra óptica y leds azulinos, diagrama tensiones, en una cartografía lumínica donde las gotitas de luz titilan sobre las diagonales que atraviesan un espacio que se vislumbra irremediablemente vacío. Las relaciones ilusorias de las redes sociales y la consecuente eliminación de la experiencia física son los tópicos que la artista visita. El cuerpo actúa bajo amenaza, la posibilidad de herir (quebrar los hilos luminosos) y ser heridos imprime cierta cautela al acercamiento.
“La escultura parece generar un aura que redefine el espacio, ya sea como un polo de atracción de la mirada o bien como un eje vertebrador de una plaza o un paisaje”, escribía Miguel Pereyra, artista asesinado en 2010 y a quien la Bienal rinde homenaje incluyendo una serie de fotografías de sus esculturas en entornos naturales. Si las esculturas de Pereyra tienen su origen en la experiencia física del paisaje, sólo la fotografía puede hacer el recorte necesario para que podamos percibir el gesto poético y sutil del artista. La idea de vértebra, o la acción de vertebrar, atraviesa también la obra de Rosana Ramoa. Pequeñas piezas, mezcla de arcilla blanca y pulpa de papel, se entrecruzan formando un círculo abierto que puede ser penetrado por el espectador con sumo cuidado. La obra de Ramoa es una corona pálida y frágil flotando en la semipenumbra de una de las salas de la Casa de la Cultura.
En su obra Autómatas, Carina Gavalda cubre un auto accidentado con impulso ornamental: conchas, hojitas, caracoles, piedras, ramas, todo lo acomoda obsesivamente, como una piel extremadamente calculada que vendrá a aplacar la violencia de una estructura rota. Luego lo abandona en la bahía y el paisaje lo devora, pudiendo pasar fácilmente inadvertidos. Desde lejos es un desecho cualquiera, de cerca, un bricolage insólito, una minuciosa pieza artesanal. “No sólo vivimos en una isla, sino que nosotros mismos nos convertimos en islas, encerrados, aislados en nuestros autos”, dice la artista. Si Gavalda logra la invisibilidad del tesoro a plena luz del día, Valeria Dávila Gronros en sus fotos debe explorar los interiores, someterlos a altos contrastes para subrayar en las escenas domésticas hallazgos metafísicos.
En “Bitácoras orales”, Rosalía Muñoz Jofré traza constelaciones que combinan con tono enigmático y melancólico imágenes poéticas, infografías, textos y audio, siete relatos de experiencias migratorias, siete personas que recuerdan el viaje que marcó el principio de su residencia en la isla. En una de ellas, una mujer cuenta cómo se sintió cautivada por la primera visión del paisaje, esa chatura abierta hacia el mar, esas amplias zonas carentes de vegetación. En su Córdoba de origen, el ruido del viento atravesando el follaje de los árboles la irritaba. Se aferró entonces a las tierras fueguinas porque no había nada allí que le recordara el hábitat que había dejado atrás. Otro es el abordaje del paisaje de Maximiliano López quien se calza el traje de artista viajero para brindarnos visiones paisajísticas oníricas y hallazgos recabados en tacos xilográficos cuyas estampas son dispuestas de manera museística. Es notable cómo logra sensaciones atmosféricas en los tacos de madera de lenga que exhibe como piezas de su instalación.
La melancolía del paisaje, rozando la sordidez, reaparece en las fotos de Maya Villasante, soslayadas por la intervención gráfica de Gabi Kun y sus espíritus del bosque, un proto Miyazaki fueguino. Otra clase de melancolía, más cercana a la distopía, se cuela en el video protagonizado por cajeros automáticos en desuso de Gustavo Facciuto, artista fallecido en 2013, incluido en la sección homenaje de la Bienal. La música tiene aquí un papel ineludible y contribuye a la épica de un futuro desalentador.
En el espacio Renacer, la Bienal destinó un sector para que la Cooperativa de Trabajo Renacer –fundada en mayo de 2003 a partir de la quiebra de Aurora Grundig, momento en el que los trabajadores se hicieron cargo de la fabricación de electrodomésticos– desplegase su historia en imágenes y folletería, intercaladas con desechos de fábrica, como carcasas de lavarropas y televisores. Dentro de este espacio la curaduría no metió mano, se les dio libertad a los integrantes de la cooperativa para seleccionar las imágenes, los textos y tomar las decisiones de montaje. Si el gesto es políticamente correcto, incluso arriesgado, el resultado estético es difícil de digerir. Es uno de los vínculos que la Bienal estableció con la comunidad local, y desde ese punto es rico para realizar un análisis más profundo de las relaciones arte-política. Muy cerca del sector ocupado por la cooperativa, un cubo blanco, exteriormente impecable, encerraba el experimento pictórico del dúo de artistas Cecilia De Sousa y Gustavo Oddone, una apuesta al trabajo colectivo, pero esta vez en el terreno estricto del arte.
Mónica Alvarado, una Tracy Emin estilo Selk’nam, realiza un ritual en una isla. Para acceder a los vestigios de esta ceremonia unipersonal hay que navegar el canal de Beagle, e ir bien advertido para distinguir el gesto mínimo de la artista en un paisaje abrumador de bello. Por si no pudimos ir, hay un video exhaustivo en la Casa de la Cultura, donde vemos a la artista descalza entre manipulación de piedra, humareda, manta colorida y fotos de aborígenes fueguinos. Si la práctica intenta ser un homenaje a costumbres ancestrales, no lo logra. El espectador se queda completamente afuera, presenciando un acting de revestimiento religioso del cual desconoce los códigos como para poder participar emocionalmente. Es que un ritual difícilmente admite espectadores.
José Luis Miralles nos ofrece, en cambio, una mirada mucho menos idealizada de los primeros habitantes. En su “Vestuario diferenciado para gente con poder en una isla de fantasía” realiza un abordaje kitsch del elitismo y los sistemas de exclusión en la sociedad de hechiceros.
Evelyn Bendjeskov retoma el tema aborigen en su gran instalación en la ex panadería del presidio. Sus extensos fieltros colgando del techo, teñidos de colores extraños que sugieren desde sangre hasta moho, construyen un ambiente tan sensual como desgarrador, y aunque la apuesta sea mostrar la violencia cometida contra los selknam, logra más bien una visión altamente sexual de estos personajes con su miembro erecto y colorado. Como contrapartida, las fotografías de Fernanda Luque congelan la temperatura de la carne y comprimen las señas particulares de un sujeto en un catálogo editorial anodino.
Si el repaso por algunas de las obras de la Bienal puede recortar ciertas zonas de sentido, subrayar empatías y contrapuntos entre los postulados poéticos de los artistas, lo cierto es que la pregunta más compleja de responder no refiere tanto a la calidad o cualidad de las obras seleccionadas, sino a las posibilidades de circulación de sus creadores, amén de la participación concreta en esta exposición, evento por demás festejable y que, ojalá, continúe fortaleciéndose en cada nueva edición.
III Bienal Regional de Arte Contemporáneo
MAF Mes del Arte Fueguino.
Del 1º al 30 de noviembre
Ushuaia, Tierra del Fuego
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