PERSONAJES Fue escenógrafo del Teatro Colón, pero Franco Fasoli se descubrió como artista en la calle, como graffitero y con un seudónimo: JAZ. Primero fue un muralista referente en Argentina, especialmente porque evitaba la iconografía del hip hop y prefería temas locales, como el mundo barrabrava. Ahora se dedica a pintar paredones del mundo, desde Dinamarca hasta Australia, pasando por México y Turquía, obsesionado por el nomadismo y reconociendo influencias del muralismo latinoamericano. Y hasta Terry Gilliam lo “plagió” usando uno de sus murales porteños –sin permiso– en su nueva película, Zero Theorem.
› Por Fernando Krapp
Los últimos quince años fueron muy agitados para el muralista y pintor Franco Fasoli. El mundo –su mundo– se convirtió en un simple plano de conexiones sincrónicas. Poner un punto de encuentro (virtual) con Fasoli es lo más parecido a viajar, en random, con el Google Earth. Puede pasar algunos unos días en Dinamarca, pero con el check-in del avión listo para moverse hacia Arizona, después –ya que está– a México, sin dejar de pensar que tiene que irse a Turquía, o hasta Australia. “Ya estoy un poco cansado de esta vida nómade. Quiero volver unos meses a Buenos Aires para no hacer nada”, dice mientras, contrario a sus ambiciones domésticas, muestra con la cámara de su computadora los cuadros de una nueva exposición que por estos días prepara en Miami.
No hay espacio en su memoria familiar que no esté cubierto de pintura: “Nunca trabajé de otra cosa, esto es lo que sé hacer y lo que siempre hice”. Franco Fasoli nació en Buenos Aires en 1981. Egresado de la Escuela Nacional de Cerámica, no llegó a meter las manos en la masa de un modo profesional. Trabajó, eso sí, como escenógrafo en el Teatro Colón hasta lograr un respeto y una amplia experiencia. Pero fue en la calle donde Fasoli descubrió los materiales y el vértigo de la pintura actual. “Nunca hice graffiti para hacerme el loco ni para oponerme a nada. Siempre me interesó su costado pictórico y estético, así como toda la cultura, o bien toda la contracultura que viene de las calles.” De ahí le viene el clásico seudónimo graffitero con el que firma: JAZ (y del que no tiene ya registro de cómo surgió). “Pintar en la calle tiene una energía, un vértigo, que no tiene el trabajo en un bastidor. Es, si se quiere, un trabajo mucho más ‘violento’ y conflictivo.” Fasoli en sus trabajos iniciales logra capturar esa violencia callejera argentina sin necesidad de recurrir a motivos hiphoperos norteamericanos. Así como Francis Bacon tenía devoción por la plasticidad del boxeo, en sus primeros trabajos, Fasoli refleja el mundo de los barrabravas y el momento de condensación previa a que estalle la violencia en las tribunas: hombres estáticos decapitados, jefes barrabravas sin cara, enormes figuras antropomorfas previas a un combate. Desde ahí, JAZ se convirtió en una contraseña para el muralismo argentino, y su vida dio un giro: se subió a un avión y se dedicó a pintar los paredones del mundo. De todas esas experiencias viajeras, toda esa trasculturación, esa multiplicidad de temas y de estilos, Fasoli tensó la temática de la violencia hasta canalizarla en un mismo eje: la idea abstracta de identidad. Su obsesión actual pasa por ahí: el nomadismo y las claras consecuencias identitarias. Tema que se transfigura en grandes multitudes peleando máscaras –conocidas en México como las Tigras–, en sus enormes minotauros con guantes de boxeo, sus caballos que corren a contramano por una autopista, sus figuras espejadas como precisos y deformes tests de Rorschach.
Fasoli sabe dónde está parado: hay una larga tradición del muralismo latinoamericano, desde los popes de siempre, Siqueiros, Berni, Spilimbergo y un largo etcétera. Pero la diferencia con aquel muralismo latinoamericano (cuya máxima metáfora está en Ejercicio plástico: un mural hecho en un sótano que terminó en un bunker) no sólo está dada por los materiales (resulta raro imaginar a Berni pintando con un aerosol las Galerías Pacífico): está en su funcionalidad política. “Hoy el muralismo es mucho más efímero y su búsqueda de la permanencia está condicionada por la velocidad de la vida cotidiana; la única permanencia está dada en la foto que se pueda colgar en Internet”. Fasoli no puede evitar hablar en plural cuando tiene que referirse a un determinado grupo que, como una tribu de pintores profesionales, se mueve en un circuito establecido de festivales, pero cuando una categoría pretende aglomerarlos en una misma etiqueta revolea para atrás su gorra de skater y su aspecto pacífico y un tanto tímido parece tambalear. “Odio el término street art, graffiti y todas esas expresiones que se usan para meter en una misma bolsa distintos trabajos. Este es un movimiento que se encuentra en proceso, y es mucho más amplio que una simple y cómoda etiqueta. Es un movimiento mucho más relacionado con la pintura contemporánea, con la herencia de Francis Bacon, con el trabajo de sacar a la calle el arte conceptual.”
Nafta, brea, cal, asfalto, carbón, ladrillo, pintura en aerosol, Fasoli puede hacer un mural con cualquier material, sobre cualquier superficie, y casi en cualquier lugar. Lo que no siempre puede determinar es el espacio exacto donde va a llevar adelante su acción: generalmente, asegura, el sistema de Festivales de Arte Callejero en el que se encuentra inmerso establece algunas pautas de trabajo. Ya hay un lugar determinado, un espacio asignado donde trabajar. A partir de ahí, Franco acopia imágenes y materiales relacionados con el entorno cultural del lugar, los mezcla con sus propios intereses pictóricos y, casi sin bocetos previos, se lanza a trabajar sobre una superficie que puede tener cuarenta metros de ancho o cinco pisos de altura. “Es como si jugaras más de cinco partidos de fútbol. Me gusta eso del muralismo, la actividad física, la llegada que pueda tener en la gente. Me gusta pintar en la calle por sus dimensiones físicas. Es un trabajo donde uno tiene que poner el cuerpo. Me interesa también trabajar con personas a mi alrededor, es mucho más divertido que estar encerrado en tu taller pintando.” Anécdotas en la calle hay miles, y eso de algún modo también se filtra en su pintura: desde una señora que le leyó las manos en la calle hasta utilizar la grúa desde donde pinta para salvar gente.
“Cuando termino un mural, tomo una foto, la guardo en un disco rígido y ya me desprendo de él”, dice Fasoli. Sin embargo, hace poco inició, junto con otros dos muralistas, una demanda judicial por plagio. En el año 2010, JAZ, el artista canadiense Troy Lovegates y Nicolas Romero (aka EVER) pintaron un muro en un lugar muy conocido por sus graffitis, al punto tal que todos los tours alternativos de Buenos Aires (esos que incluyen algo así como “Street Art” o “Cultura Urbana”) lo toman como referencia, ya que todavía se mantiene en pie. Se llama “Castillo” y está en Palermo. Para su sorpresa, el mural no sólo aparece en esos folletos turísticos, sino que está, tal cual se lo ve en la calle, en la última película de Terry Gilliam The Zero Theorem, con Matt Damon y Christoph Waltz entre sus estrellas de renombre. Sobre ese caso judicial que lleva adelante hace ya un tiempo, Fasoli prefiere hablar poco pero señala lo que quizá sea la quintaesencia del arte urbano y el muralismo en el siglo XXI: “Hay gente que, después de terminado un mural, me envía sus fotos donde se ve qué fue lo que pasó o cómo la gente terminó interviniendo en él. De alguna manera, cuando ponés tu firma y guardás tus cosas, el mural pasa a ser parte de un sistema social más complejo que una simple muestra de pinturas. Pero otra cosa muy diferente es cuando ese mural aparece tal cual en una película: los derechos de autor no diferencian el soporte de las obras”.
Antes de cerrar su computadora, Fasoli dice que no sabe cuál va a ser su próximo proyecto. Sabe, eso sí, que no va a poder establecerse definitivamente en Buenos Aires, ya que el movimiento del que forma parte no tiene una mayor amplitud en la ciudad, algo que no le permitiría otro desarrollo profesional. “Cuando se organizan intervenciones de este tipo en Buenos Aires, siempre se lo termina asociando a la diversión, o lo que es peor: aparece un slogan del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires debajo del título. Ahí es cuando digo no. Creo que todavía, después de tantos años, no se llega a entender la verdadera naturaleza del hecho artístico en las calles, de pintar una pared y ver qué pasa socialmente con eso, hasta que desaparece, o se transforma cotidianamente en otra cosa.”
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