MUSICA 1 Se los conoce como algunos de los principales representantes del post rock, pero los díscolos Mogwai, con sus hermosos, lánguidos y agresivos discos casi íntegramente instrumentales resisten cualquier calificación. Nativos de Glasgow, como Arab Strap y Belle & Sebastian, fueron el lado B del brit-pop en los ’90 y ahora sus canciones laberínticas e introspectivas llegan a Buenos Aires.
› Por Micaela Ortelli
Camille va en su mundo, escuchando música, mirando por la ventanilla, con ganas estar en otro lado o preocupada por algo, cuando el colectivo escolar en el que viaja desbarranca y cae al vacío. Llega a casa de noche, algo desconcertada y muy hambrienta; le cuenta a la madre, que la mira sin pestañear, que le pasó algo muy extraño: se despertó y estaba en la montaña, tuvo que caminar una hora para volver. En ese momento su padre está reunido, justamente, con los otros padres que enterraron a sus hijos cuatro años atrás después de aquel accidente. Cuando se queda sola –Camille sube a bañarse como cualquier día–, su ahora ex mujer lo llama y le pide por favor que vaya. Mientras, la hermana melliza de Camille, Lena, se emborracha en el bar del pueblo; antes de irse a dormir ayuda a un chico de rostro angelical a encontrar una casa que buscaba con insistencia (él, Simon, parece más ansioso que desconcertado). Después, la mejor parte: cuando Camille y Lena se ven, una adolescente, la otra ya una hermosa mujer.
Recién al final de la temporada Les Revenants –escrita y dirigida por Fabrice Gobert, estrenada en 2012– muestra una hilacha demasiado for export; hasta entonces –aun cuando uno de los muertos que revive es, además, asesino serial– resulta sobre todo inquietante. Ayuda la poca presuntuosidad de las actuaciones, pero artífice fundamental de ese clima tan cautivante –un denso intermedio entre el thriller psicológico y el terror clásico– es sin duda la banda sonora. De hecho Gobert se la encargó a Mogwai antes de empezar a filmar para que la música inspirara los primeros escenarios. Es que, después de veinte años de carrera con pocos vaivenes, ese tono es la especialidad de la banda de Glasgow fundada por Stuart Braithwaite y Dominic Aitchison, amigos de la adolescencia que todavía buscan un nombre mejor para el grupo que el del cachorro de Gremlin.
Y así con todo: no hay demasiado relato alrededor de Mogwai, y que se haya desarrollado mayormente como banda instrumental no colabora en ese sentido. “Teníamos canciones cantadas y otras que no; las instrumentales simplemente eran mejores”, bosteza Braithwaite desde Newcastle, Inglaterra, a semanas de tocar por segunda vez en Buenos Aires (en 2012 presentaron Hardcore Will Never Die but You Will, su celebrado séptimo disco). “Hablamos a través de los pedales”, dijo con más ingenio en otra oportunidad. Mogwai es una banda muy prolífica, no sobreprotege a sus discos ni es nostálgica. Con esa actitud labró un estilo riguroso que a la vez admite búsqueda y renovación, por eso no aburre. Lo que no admite es compañía: Mogwai siempre en soledad o en silenciosa confianza, incluso en los shows, a tales decibeles –y esto lo aprendieron de My Bloody Valentine– que todo el mundo está allí necesariamente solo: los músicos y el público, nadie intenta siquiera hacerse un comentario. Son agresivos, pero no la banda más ruidosa y distorsionada: han usado flauta, violín, piano, por ejemplo (en Happy Songs for Happy People, de 2003, recuerdan a Air, pero Braithwaite lo negaría), y en su último disco, Rave Tapes, de principios de año, hay menos guitarras y más sintetizador (pero lo de “rave” es una ironía).
Les sienta muy bien la languidez de discos como Come on Die Young (el segundo, de 1999) que, no obstante, arranca con un audio de Iggy Pop hablando del punk-rock en 1977: “No lo conozco a Johnny Rotten, pero estoy seguro de que le pone tanta sangre y transpiración a lo que hace como lo hacía Sigmund Freud”. Braithwaite escuchó más Hendrix que Tortoise, y 13th. Floor Elevators es una de sus bandas predilectas (en “Devil Rides” canta Roky Erickson). Siguió a Joy Division, Spacemen 3 y The Jesus and Mary Chain, y jamás a Los Kinks. Mogwai, con sus compatriotas Arab Strap y Belle And Sebastian, fueron los hermanos perfil bajo del brit-pop; ahora Braithwaite lo suaviza, pero en 1999 mandó a hacer remeras que decían “Blur es una mierda”: “Creo que en ese momento el brit-pop ponía acento falso y era negativo respecto de música que para nosotros era importante, como la de Nirvana. Lo de Blur era más por cómo actuaban en el escenario que por la música, hay bandas mucho peores”. Ahora dicen que Metallica es una mierda.
Sus texturas, contracciones y expansiones históricamente ubicaron a Mogwai dentro del post-rock (o todo lo que se hace con los instrumentos del rock pero no con sus fines, según el crítico Simon Reynolds), pero es algo de lo que nunca se hicieron cargo: para ellos hacen rock (aunque no lucen rockeros y en más de un festival los han querido echar del backstage). Puede que sea la ausencia de letra en ese contexto lo que incomoda al escuchar: algo de qué agarrarse, una historia que seguir, que empiece y termine, no como los laberintos de la introspección. Mr. Beast (2006) tiene tres canciones cantadas –muy a lo Jason Pierce– y se dice que es su disco más accesible. Pero Mogwai no intenta ser mística, ni oscura, ni sofisticada. “No planeamos nada, componemos y ensayamos hasta que nos parece que está bueno lo que tenemos, como cualquier banda”; después sí: ponen sus títulos provocadores y que cada cual viva su película.
Mogwai se presenta el lunes 24 de noviembre (feriado) en el Music Wins Festival, en Mandarine Park (Costanera Norte). Tocan Juana Molina, Yann Tiersen y Beirut. Cierra Tame Impala. Entradas desde $ 500.
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