Dom 03.03.2002
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CINE

Godard y después

CINE A pesar de ser exhibida en una copia en Betamax, el estreno porteño de Después de la reconciliación es todo un acontecimiento. Principalmente porque Jean-Luc Godard ocupa la pantalla durante los setenta minutos de duración de este film, dirigido y co-protagonizado por su mujer Anne-Marie Mieville, ofreciendo a sus fieles momentos de gozo irrepetible: como comediante y como un notable llorón.
Por Martín Pérez

Una vez que ha quedado atrás la larga secuencia de títulos del film, en la pantalla aparece la ciudad. O, mejor dicho, la naturaleza que se empeña en seguir existiendo a pesar de la ciudad. La cámara se detiene en esos pequeños brotes de vegetación que se abren paso entre las baldosas, bajo los bancos o en las grietas del pavimento. Acto seguido, se oye una voz que anuncia desde un auto: “Ahí está Robert”. Y lo que aparece es la inconfundible imagen de Jean-Luc Godard, el Robert de Después de la reconciliación, cuarto opus en la cinematografía de Anne-Marie Mieville, su mujer, amiga y correalizadora de muchos de sus últimos trabajos, que en esta película es no sólo directora sino co-protagonista. De hecho, es su voz la que anuncia la aparición de Robert.
Jean-Luc se ubica al lado de Anne-Marie, en el asiento delantero del auto. En el asiento trasero hay una segunda mujer. Pero, para que no quede ninguna duda de quién conduce los hilos, es Anne-Marie quien va al volante. El diálogo que presenta a Robert tiene cierta impronta que recuerda los últimos films de Godard. Lo que en realidad quiere decir los últimos films de ambos:
–Parece que no va a llover.
–¿Estás queriendo decir que falta el aire?
–No dije nada y ya me acusas.
–No, Robert. Hablábamos de la palabra. Forzosamente llegas y debemos adaptarnos.
–Pero tampoco pedí nada. ¿Esto es una entrevista o una conversación?
–Justamente ése es el tema. Intentamos escuchar las palabras.
–¿Molesto?
–Ponte cómodo, Robert.
–Hablé demasiado.
–El ser humano habla. Hablamos despiertos, hablamos en sueños, hablamos sin cesar aun cuando preferimos que nos hablen. La palabra le da vida al hombre.
Presentado en la cartelera porteña en una copia en Betamax y en un solo cine –el Cosmos, cuándo no– el estreno de Después de la reconciliación es todo un acontecimiento, de la misma manera que lo fue su exhibición en el Festival de Cine de BA el año pasado. Principalmente porque significa poder ver a Jean-Luc Godard en pantalla nada menos que durante setenta minutos –los que dura el pequeño film de Mieville–, y no a la manera de un documental sino como actor, literalmente. Una experiencia que el propio Godard explicó de esta manera: “Es la segunda vez que hago algo así, porque ya en el anterior film de Anne-Marie tuve que reemplazar un actor. Aquella vez tuve muchos problemas para aprenderme el texto profundamente, de manera que improvisé. Esta vez, en cambio, tuve tiempo para comprender mis líneas, recitarlas en voz alta hasta escucharlas realmente. Y me dije a mí mismo que, si uno trabaja como actor, debe recibir antes de poder dar. Sólo si uno ha recibido puede devolver, cuando la cámara está ahí y lo demanda. El gesto de dar es sencillo cuando uno ha recibido. Como director, muchas veces he notado que los actores quieren dar inmediatamente. Uno les entrega un texto y ellos inmediatamente, sin tomarse un tiempo para comprenderlo, quieren entregar una interpretación. Pero todo necesita tiempo. Uno no puede devolver en tres segundos. Aquí tuve tiempo. Y creo haberlo utilizado muy bien”. La confesión fue hecha en una conferencia de prensa realizada luego de la exhibición del film de Mieville en el pequeño festival de cine de la ciudad francesa de Sarlat, y transcripta por Cahiers du Cinema.

ESCUCHAR ANTES QUE INTERPRETAR
“Los films que hago son los que sé que puedo hacer”, ha dicho Anne-Marie Mieville a la hora de hablar de su cine. “Nunca me vi obligada a hacer compromisos ni concesiones, pero eso es porque todas mis películas han tenido un presupuesto muy reducido. Algo que otorga libertad, pero también te hace sentir un poco abandonado, porque uno extraña no tener interlocutores. Y los productores pueden ser una mierda, pero también se encargan de que el film vaya a festivales, se estrene, dure en cartel y hasta se edite en video. Los míos, en cambio, son casi un trabajo confidencial. Apenas si necesito algunos francos para rodar.”
Vinculada a Godard a partir del momento en que el director francés dejó París para instalarse en Grenoble, el primer trabajo que realizaron juntos fue Ici et ailleurs (1974), un mediometraje que describe a una familia francesa frente a un televisor sobre el cual aparecen imágenes de luchas palestinas. Dos años más tarde, ambos se mudarían a la comunidad suiza de Rolle, desde entonces centro de actividades de ambos. Coautora de varios de los films de Godard desde entonces a esta parte –figuran como suyos los guiones de Detective (1984) y Carmen (1985) y el montaje de Te saludo, María y 2 x 50 años de Cine Francés, por ejemplo–, la obra en solitario de Mieville consta de apenas una serie de cortos y cuatro largometrajes, el primero fechado en 1989 (Mon cher sujet) y el último (precisamente Después de la reconciliación) en el 2000. “Cuando alguien nos pregunta cómo trabajamos juntos, respondemos: como dos guionistas que se llevan especialmente bien, y que hacen cosas juntos o separados”, declaró alguna vez Godard hablando de su trabajo con Mieville. “Pero la diferencia entre ella y yo es que Anne-Marie ha sido atraída por el cine a una edad mucho más temprana que la mía. Yo comencé a interesarme lentamente en el cine y recién a partir de los dieciocho años. Ella, en cambio, se sintió físicamente atraída desde niña. Muchas veces me olvido de hacerle justicia a esa diferencia entre ambos.”
Salvo un extraño prólogo cuasi-confesional, poblado de imágenes familiares, y la presencia de la iconografía urbana, Después de la reconciliación bien podría ser una obra atemporal, como le gusta señalar a Mieville, protagonizada por cuatro personajes que hablan de cuestiones sin época: el deseo, el miedo o el cansancio, entre otras cosas. “Ese prólogo es algo que excede toda interpretación”, se limitó a explicar Mieville sobre el virtual corto que precede a los títulos, grabado en video y que funciona como diario de preproducción e incluso de rodaje. “Lo lamento, pero no puedo ser más explícita. Tiene que ver con niños que están relacionados conmigo. Fue una idea que se me ocurrió durante el rodaje”, agregó después, en una entrevista realizada junto Jean-Luc para el diario francés Liberation. “La gente a veces interpreta demasiado”, intervino Godard. “Y ahí no hay nada que interpretar. Alcanza con escuchar. Después de todo, la primera palabra que se oye es hablar. Que es el enunciado fundamental del film. El espectador promedio o los distribuidores nos han dicho que ese prólogo es difícil. A la gente le gusta más la segunda parte, la más extensa, sin darse cuenta de que sin ese comienzo no disfrutarían de la misma manera lo que viene a continuación”.
Lo que viene a continuación en el film, vale aclarar, es puro Godard.

UN LUGAR URGENTE
Con sus lentes de marco grueso, su calva incipiente y despeinada –pero sin ese cigarrillo omnipresente en casi todas sus imágenes pero ausente en el film de Mieville–, la figura de Godard ha devenido un icono del cine como pocos directores pueden presumir de serlo. Gran parte del interés cinematográfico de este cuarto opus de Mieville reside en la presencia de Godard como uno de los protagonistas. El placer que produce ver a Robert escondiéndose detrás de un periódico mientras ignora los avances del otro personaje femenino del film se vuelve doblemente significativo sabiendoquién lo encarna. Aunque una confesión de Mieville permite imaginar lo que hubiese sido el film sin la presencia de su marido: “El primer actor que tuve en mente fue Pierre Richard”, confesó la directora, preocupada por aclarar los tantos. “Luego probé con otros, pero Jean-Luc insistió en hacer el papel. Yo no quería que lo hiciera, porque ya había actuado en mi film anterior, y además porque su nombre sería una carga difícil. Incluso podían acusarme de utilizarlo para promocionarme. Pero finalmente no encontré ninguna otra opción más adecuada”.
En un comienzo el texto de Después de la reconciliación iba a representarse en teatro. “Pero enseguida descubrí que no es nada fácil poner algo en marcha en el mundo del teatro francés. En cambio, dada mi experiencia en el medio, sé cómo iniciar una producción cinematográfica aunque no tenga un franco en el bolsillo. Por lo tanto, adapté el texto para cine, un trabajo muy duro porque lo había escrito con la idea de que los cuatro personajes estaban presentes todo el tiempo en escena”, explicó Mieville, que reconoció haber sido fuertemente influida por el libro La ceremonia del adiós, en cuya segunda parte Sartre y Simone de Beauvoir dialogan sobre problemas políticos y privados: “Siempre pensé que su lenguaje era adulto y al mismo tiempo muy joven”. Acusada en aquella conferencia del Festival de Sarlat de hacer un cine ajeno a los jóvenes, no fue Mieville sino su marido quien recogió el guante y contestó: “Este film de Anne-Marie presenta la demanda urgente de ir a un lugar donde nadie ha estado antes. Un lugar señalado por el título: Después de la reconciliación. La gente joven ha vivido demasiado poco para haber estado en ese lugar. De hecho, gran parte de los adultos nunca ha estado allí tampoco. Hablo de ese lugar cuyo nombre no es la reunión o después de la discusión. Un lugar en el que hebreos y palestinos no se han encontrado en dos mil años. Por el momento uno sólo puede ir allí yendo al cine. Y yo sólo pude visitarlo como actor”.

EL LLANTO DE JEAN-LUC
Además de recitar todo el tiempo epigramas memorables, Godard no sólo se ríe como un niño en Después de la reconciliación. También llora, de una manera estremecedora. ¿Fue difícil esa escena?, le preguntaron los periodistas de Liberation. “No, yo lloro muy fácilmente”, fue la sorpresiva respuesta de Godard. “Por lo general lloro por enojo. Lo más difícil fue una pequeña irreverencia de los técnicos, que al principio no se dieron cuenta de que estaba llorando. Y hubo que hacer otra toma.” Mieville agregó con ironía que la idea era, justamente, que Godard se enojase. Y remató: “Lo que sucedió es que había que hacer tiempo para cambiar el rollo”. Según Godard, “siempre hay un momento en que el profesionalismo se hace menos profesional, y ése es siempre el momento en que el actor actúa mejor. Pero llorar sólo fue difícil por eso. Se me puede hacer llorar sin mucho esfuerzo. Incluso usted puede hacerme llorar, si sabe desarrollar una discusión. Lo que se plantea aquí, creo, es ese tabú de la ficción cinematográfica, sobre el hombre que llora”.
Envalentonada por el rapto confesional de su marido, Mieville fue aun más lejos: “Conozco desde hace treinta años a Jean-Luc, y puedo asegurar que es un muy buen llorón. Llora tanto como yo. En el guión decía simplemente Robert llora pero Jean-Luc lo llevó tan lejos como pudo”. El modo en que Mieville trata a su marido sorprende a los fans de Godard. Por ejemplo, fue ella quien le dijo a Jean-Luc que el guión original para Elogio del amor era flojo, y –según bromeó Godard en una reciente nota para L’Express– también suele decirle que le está llegando el Alzheimer. “Esto es porque apenas pienso en un nombre cualquiera, se me va de la cabeza. Pero yo sé que no se ha ido realmente. Sólo se corrió a un costado. Si busco lo suficiente, vuelve a aparecer.” Y, para tranquilizar a sus fieles, el autor de Sin aliento agrega: “Tengo muchos recuerdos,luego de setenta años de vida. Podría hacer un buen film sirviéndome de mi memoria. Sólo que sería demasiado caro. Pero puedo imaginarme perfectamente a cada uno de los actores y de los extras disfrazados de sus personajes, esperando su momento para entrar en escena”.

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