Dom 31.05.2015
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BICHOS DE CAMPO

MUSICA Son un verdadero supergrupo del indie local, reunido por afinidades y la certeza de que la unión podía funcionar: Tomi Lebrero, Jano Seitún (más conocido como Alvy Singer), el Gnomo Reznik (la Filarmónica Cósmica, Les Amateurs) y Faca Flores (Onda Vaga, Los Campos Magnéticos y más) se juntaron para formar Los Grillos del Monte y acaban de editar su primer disco. Aires de chacarera, chamamé, bolero, valsecito criollo, reggae, cumbia, retropop y guitarras rockeras: canciones que suenan como epifanías alrededor de un fogón tocadas por músicos que, además de tener un lugar ganado en la escena, son cómplices y amigos.

› Por Juan Andrade

Los Grillos del Monte iban rumbo a Mar Chiquita, donde tenían que presentarse por la noche en el marco del festival Un mundo feliz. El verano de 2014 estaba a punto de concluir, la banda había debutado en vivo hacía poco más de un mes y el viaje para tocar en un campamento cerca del mar era una aventura en sí misma. Pero a la altura de Dolores, justo a mitad de camino, el auto sufrió un desperfecto técnico. Y nunca llegaron a destino. “Para mí la historia tiene elementos sobrenaturales, medio de cuento de Stephen King. Porque el auto se rompe cuando Tomi se pone al volante y estamos a 10 kilómetros de un lugar con el que tiene un rollo muy fuerte, al que no termina de abandonar”, recuerda Jano Seitún. “Es un campo al que fui mucho en mi infancia, pero mi familia lo vendió. Hay un monte de talas alucinante”, cuenta el aludido, Tomi Lebrero.

“Todavía sigo creyendo que Tomi cortó la correa de distribución a propósito para parar ahí”, tira Martín Reznik, entre risas. “Era el último día del festival, llamamos para ver si nos podían venir a buscar, estábamos a 300 kilómetros. Y no podían, era un quilombo. ‘Bueno, nos quedamos acá’, dijimos”, explica Facundo Flores. “La ruta 2 es una zona de buitres que van pescando autos que caen. Y te cobran el remolque, servicio de remisería, taller, todo eso. Uno de esos caranchos nos llevó al monte”, dice Seitún. Y sigue: “Aprovechamos las horitas de luz que quedaban para tocar. Y, ya medio de noche, armamos las carpas. Tomi dijo: ‘Acampen ahí, que hay resguardo’. Al otro día nos levantamos y resulta que habíamos acampado en los diez metros de caca que dejan las vacas del lugar”. “Tomi insistía que no era caca, era pasto procesado”, completa Reznik. Y todos largan la carcajada.

La anécdota sirve para ilustrar un episodio fundacional en la breve historia del grupo, un hecho tan fortuito como simbólico, abonado por la bosta acumulada en un monte bonaerense en el que también, seguramente, abundaban los grillos nocturnos. “Tuvimos un bautismo de fuego. O de caca”, bromea Flores. Metidos en el paisaje rural al que tiende la fuerza natural de su repertorio, en aquel atardecer en Dolores, en medio de la zapada a cielo abierto en la que se trenzaron y perdieron noción del tiempo, le dieron forma definitiva a la canción que abre su disco debut. “En esa situación pasó algo y estuvo bueno, porque el tema ‘Como grillo del monte’ se cerró ahí. Pintó tocarla, era medio distinto el tema. Y lo terminamos ahí”, dice Flores. “Fue medio mágica esa tarde. ¿Viste que cuando perdés algo, nace algo nuevo? Nos recopamos”, concluye Lebrero.

Aires de chacarera, chamamé, bolero, valsecito criollo, reggae, cumbia o retropop atraviesan el álbum. “Todos tenemos un flash con la música de raíz. Hay algo natural, roots en nuestro sonido. Pero después de un joropo o una chacarera, al toque puede venir un rocanrol o una balada melódica”, describe Lebrero. “Tal vez nos gusta todo eso, pero nunca encarado desde el lugar del ‘género’, de respetar y hacer un bolero ‘como hay que hacerlo’. Tomamos ese olorcito y lo llevamos para nuestro lado”, agrega Seitún. A su manera, reivindican la escuela beatle & stone: “Cuando los Stones flasheaban que estaban haciendo un blues radical, los bluseros debían pensar: ‘¿Qué están haciendo?’. Y así llegaron a un estilo que es único, como cuando Los Beatles se ponían a hacer jazz y les salía ‘When I’m Sixty Four’. Son las cosas corridas de lugar, fuera de eje las que nos gustan”.

Todo comenzó a fines de 2013, en la pausa de una prueba de sonido de Onda Vaga, la banda que suele contar con la colaboración de Seitún y Flores. Recuerda el primero: “Estábamos con Faca haciendo tiempo y yo, divagando, le conté una fantasía que tenía: formar una banda con ellos dos”. Flores confirma: “Me lo dijo ahí, en la prueba: ‘Che, este verano podemos armar un ciclo de 8 fechas con Tomi y el Gnomo. Y hacemos tres temas de cada uno’”. Lo que no sabía Seitún era que, unos años antes, el Gnomo Reznik ya le había propuesto el mismo plan a Lebrero. “Con el Gnomo habíamos hecho varios temas juntos. Y una vez me dijo: ‘Tenemos que hacer algo con los temas, yo toco la viola, Faca la batería y Jano el bajo’”, cuenta Lebrero. El cuarteto que parecía predestinado a cobrar vida debutó, finalmente, con un ciclo de conciertos acústicos en La Playita.

“Después pasó que, en la primera juntada, ya surgió la idea de que sea una banda con temas propios. Al principio la idea era tocar los más conocidos de cada uno. Y yo tenía temas nuevos para proponer, no me daban tantas ganas de tocar los mismos temas que venía tocando con mi banda desde hace quince años”, confiesa Reznik. En su caso, se trataba del repertorio de La Filarmónica Cósmica. Flores también tenía canciones frescas de su cosecha personal para compartir. Lebrero seguía adelante con El puchero misterioso, pero se copó con el naciente proyecto. Por su parte, además de compartir el escenario con Flores en Onda Vaga, Los Campos Magnéticos y Nacho y los Caracoles, Seitún entraba en una “pausa indefinida” con la Alvy Singer Big Band. Realidades bien distintas, que a la vez encajaron en un mismo punto: esa zona de intersección que, siguiendo la teoría de conjuntos, configuran Los Grillos del Monte.

A las primeras fechas en La Playita, pronto se fueron sumando otras. Y luego otras más. El repertorio del grupo fue creciendo de cara al público. “Básicamente, nos juntamos y armamos los temas. Y, bastante rápido, dijimos: ‘Che, ¿y si hacemos un disco?’. La banda tiene un año. Pero bueno, todos tenemos más o menos diez años de experiencia en conseguir lugares, en hacer un disco. Y ese tipo de dinámicas las teníamos más aceitadas, más ganadas”, explica Lebrero. “Ahora, con la edad que tenemos, ya sabemos un poco en qué situaciones meternos, con qué gente colaborar. Me parece que todos olimos que la cosa iba a funcionar”, acota Seitún. “Sabíamos que podía fluir”, sigue Lebrero. “Y no es que somos sólo los Grillos, sino que seguimos manteniendo nuestras identidades individuales: somos una especie de Mazinger, como los Súper Fantásticos cuando se juntan.”

Más allá de la referencia a los héroes de ficción, lo cierto es que se trata de un auténtico supergrupo del indie criollo, algo así como un equivalente actual de aquella unión de fuerzas y talentos que dio origen a FlopaManzaMinimal. En los Grillos del Monte el todo es más que la suma de las partes: sinergia, que le dicen. “Para que una banda exista es fundamental la amistad, el respeto y la confianza. Y sobre todo, lo que pasa con los Grillos es que nos reconocemos los cuatro como partes iguales de un proyecto. No hay una estructura de poder piramidal. Y estamos experimentando eso por primera vez”, define Reznik. Esa forma de participación más horizontal, entonces, se ve más como un monte que como una montaña. “Claro, buenísimo. Anotalo”, reclama Flores, entre risas. “Sí, desde ese lugar es algo renovedoso para todos, a pesar de los miles de proyectos en los que estuvimos”, coincide Seitún.

A cuatro voces, versionan a Palo Pandolfo (“A través de los sueños”) e invocan a los espíritus fiesteros con temas como “San Expedito”, “Quiero que seas mi novia” y “Hasta luego chau”. Y en otros como “Pequeño Buda”, “Como alguna vez lo dijo John” y “Canto nuevo” proyectan la luminosidad de verdaderas epifanías cantadas alrededor del fogón. “En el grupo jugamos un poco con la fantasía de escapar de la ciudad”, dice Seitún. “Estamos en un entorno muy urbano, todos tenemos un flash con las plantas, la luna, el monte”, agrega Lebrero. “Cantamos todos: buscamos esa unidad que se genera al fundir las voces. Y los grillos son unos bichos que cantan cuando empieza a atardecer o llega la noche: se juntan y hacen su ritual, que es como algo orgánico”, completa Reznik. “Nos gusta que nuestro imaginario del canto grupal también ocurra en la naturaleza.”

Los Grillos del Monte tocan el viernes 5 de junio a las 20.30 en Santos 4040 (Santos Dumont 4040), junto a Nacho y los Caracoles.

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