Dom 23.11.2003
radar

IDEAS

Operación perturbar

Inventor, músico, artista plástico, Esteban Castell se parece mucho a uno de esos sabios locos que se entusiasman enrareciendo el mundo. Ya urdió un disco que cambia según el contexto en el que se lo escucha (el Cotidiáfono). Ya grabó tres discos perturbadores (Adrogué, Cubos, Sincro). Ya mostró el audiovisual Elipse, realizado con Alicia Herrero, en el prestigioso N.G.B.K de Berlín y la Rothe Fabrike de Zurich. Ahora, en un experimento que llama a desgano “audiovisión”, Castell presenta Vagabungi, una instalación en la que, entre otras sorpresas, Miles Davis toca la trompeta desde un avión.

Por Santiago Rial Ungaro
Lugar: el cielo de Adrogué y Burzaco. Fecha: 28 de octubre del 2003. Desde allí, entremezclados con el motor de una avioneta y el resto de los sonidos que por azar aparecen y desaparecen en nuestra atmósfera más cercana, suena la trompeta de Miles Davis. Es Miles
tocando algunas de las improvisaciones que hizo con los músicos europeos con que dio forma al soundtrack del film de Louis Malle Ascensor para el cadalso. Vecinos, transeúntes, niños y desocupados miran hacia arriba y se asombran, se deleitan o simplemente se rascan la cabeza y se preguntan: ¿Qué es eso? ¿Qué significa esa avioneta que emite esos sonidos en el cielo, tan imperceptibles como asombrosos?
Quizá la respuesta la tenga Esteban Castell, cuyo metro 90 suele elevarse por encima de los demás mortales. Castell es el responsable de esta curiosa performance cuyo registro fotográfico forma parte de Vagabungi, una de las muestras más sutiles e inclasificables del año. Instalada en la sala 2 del Centro Borges y curada por Graciela Hasper, la obra de Castell (más conocido por su singular y breve trayectoria musical, que incluye los discos Adrogué 1994 (1994), Cubos (1998) y Sincro (2000)) explora las posibilidades de un arte que, según afirma el artista, aún está en ciernes: la audivisión. “Todavía no descubrí la palabra para definir el arte que busco. No es audio-visión. Es un punto imaginario entre la imagen y el sonido”. Castell dice que sus obras son eso: una colección de evidencias que prueban que existe un arte que, hasta no dar con un término más adecuado, se llama así: audivisión. “Yo empecé con los videos cuando edité Cubos. Hice como 30 videos. Pero lo que estoy haciendo ahora no es un videoclip: ahí se juntan dos elementos, no es un elemento sólo. Durante estos años estuve haciendo –ahora me doy cuenta– puntos de imagen y puntos de sonido. Hay un sentido que ya no es la vista ni el sonido, que declina directamente hacia ese centro natural entre estos dos puntos. La palabra audio-visión me dice que hay algo que no tiene nombre aún: estamos llamando roji-amarilli al color naranja”.
Estos interrogantes tienen su origen en una anécdota que Castell supo convertir en un invento, un invento con forma de disco: el Cotidiáfono. “Estaba tirado en un sillón y enchufé un micrófono a una consolita. Después, a esa consola le conecté unos auriculares. Y de repente pasó un auto y.... ¿Qué fue eso?” Eso fue y es el Cotidiáfono (2002), que también integra la curiosa instalación Vagabungi. El artefacto, con sus tres elementos (micrófono, amplificador y auriculares), genera una audición forzada de la realidad. Al generar las condiciones para una escucha monoaural, se pierde la capacidad de ubicar espacialmente los sonidos, que en condiciones normales, surge a partir de un cálculo entre los oídos, relacionando los datos que llegan a cada uno de éstos. Si en cada movimiento y cada imagen correspondiente esperamos siempre un sonido determinado, con el cotidiáfono nunca aparece el sonido esperado.
Ya sea para aumentar nuestro extrañamiento, o simplemente para guiarlo, Castell escribió un pequeño texto sobre su invento: “La información que llega es la misma en ambos [oídos] y al unísono; quedan, de la percepción de espacialidad, las diferencias de volumen de un sonido que parece alejarse o acercarse, sin saber de dónde viene, hacia dónde va o cuál es su recorrido. Allí la audición se vuelve escucha...” Sea en el cielo del sur o en el Sonido Unico que genera la audición forzada del Cotidiáfono, la música se convierte en un medio de autoconocimiento y de reflexión sobre el mundo que nos rodea. En otra de las obras de Vagabungi se pueden ver once parlantes que emiten un único sonido. El origen de la obra es, otra vez, una anécdota: “Estaba jugando con los parlantes y quise apagar el sonido. Apagué un parlante y vi que el sonido seguía. Apagué otro... y nada. Y bueno: seguí apagando hasta que al final el sonido desapareció. Pero en la muestra vos ves hasta qué punto la imagen del sonido nos remite al sonido”.
Con sus manifiestos metasónicos y metafísicos, con su intervención fotográfica (que registra la acción de la avioneta musical), con esa piezaescultórica en la que un imán y una arandela se atraen, señalando el espacio vacío que los une y los separa, con sus inquietantes operaciones sonoras, Esteban Castell nos obliga, con persuasión casi didáctica y definitivamente lúdica, a unir puntos imaginarios y pensar en cómo todo está relacionado por el vacío, por lo invisible. Por eso la actitud de Castell termina resultando encantadora, paradójica y sabia: “A mí todo me sirve. De ahí viene el nombre de la muestra: de ese vagabundear por los distintos géneros. Los trabajos los hice boyando de aquí para allá durante los últimos tres años. Los vagabungi tenemos mucho tiempo”.

Vagabungi de Esteban Castell. Hasta el 2 de diciembre, de 10 a 21, en la sala 2 del C. C. Borges, Viamonte y San Martín. El viernes 28, Castell cerrará la muestra con un cóctel que musicalizará Dj Blue.

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