PUNK, LA MUERTE JOVEN
En 1976, Juan Carlos Kreimer estaba en Londres casi por casualidad. Una editorial española le pidió que registrara en un libro lo que estaba sucediendo a su alrededor: el punk. Los Sex Pistols, Malcolm McLaren, los escándalos en la prensa amarillista, la nueva revolución juvenil que renovaría la ética y la mística del rock. Tenía apenas un mes para hacerlo. Se pasó una semana de su fecha de cierre, pero lo consiguió de una manera admirable. Tanto que este primer libro en retratar el fenómeno en castellano se terminó convirtiendo sorpresivamente en un manual de instrucciones para jóvenes punks en toda América latina. Ahora, Punk, la muerte joven (Planeta) acaba de ser reeditado, incluyendo una segunda parte, que devela la cocina de la escritura y de la escena, y ofrece escenas imperdibles con los protagonistas de este momento fundacional.
› Por Salvador Biedma
1968: Sale el que se considera el primer libro argentino sobre Los Beatles. 1970: Se publica el primer libro sobre rock argentino. 1978: Aparece, en España, el primer libro en castellano sobre punk. El autor, en los tres casos, es Juan Carlos Kreimer. El mismo que escribía notas de rock en revistas como Eco Contemporáneo, Claudia o Panorama en los ’60. El mismo que a principios de los ’70 se fascinaba en Francia con la Internacional Situacionista. El que después, en 1982, fundó la revista Uno mismo. El que lleva más de veinte años editando la colección Para Principiantes, con títulos como Freud para principiantes o Bob Marley para principiantes. El autor de Bici zen.
En la década del 60, Kreimer viajaba con frecuencia a Estados Unidos. Se conseguían pasajes muy baratos con carnet de periodista y él los utilizaba. Volvía con información fresca, con revistas y libros que no circulaban en Argentina, para cubrir la escena del rock en los medios donde trabajaba. En 1971, se mudó por seis meses a Nueva York. Regresó a Argentina y enseguida se fue a San Francisco. En 1973, cruzó el océano, pasó por España, recaló en París. De un lado del Atlántico había visto a Allen Ginsberg recitar poesía; del otro lado, conocía a Guy Debord.
En 1974 se instaló de nuevo en Argentina y en 1975 partió otra vez rumbo a París. No como exiliado político, estrictamente. Acá no encontraba espacio la contracultura juvenil que le interesaba. “Eramos resistidos porque no estábamos jugados a favor de la ‘liberación nacional’ ni a favor de ‘lo reaccionario’, del sistema.” Desde París viajó hasta Londres siguiendo a una chica. Ahí vio la explosión del punk. Sin embargo, la idea de un libro sobre ese movimiento no surgió de Kreimer: fue un encargo de la editorial española Bruguera.
Mientras se las rebuscaba cumpliendo distintas tareas en un teatro, escribió una novela con un protagonista argentino exiliado en Londres. Se llamaba Tipo de ningún lugar (en obvia alusión a “Nowhere Man”, de Los Beatles). El texto llegó a Bruguera y al tiempo lo llamaron. Le dijeron que muchísima gente estaba escribiendo novelas similares y que les había parecido mala, pero como trasfondo estaba la Londres de ese momento, quizá podía escribir un libro sobre los punks. No sabían que Kreimer había editado en Argentina Beatles & Co y ¡Agarrate! Le dieron un mes, sin contrato ni nada, para armar el libro. E, increíblemente, lo armó. Tardó una semana más, pero lo armó. Así nació Punk: La muerte joven, ahora reeditado por Planeta.
Se agacha, saca de abajo de un largo sillón una caja para chequear las varias veces que se imprimió el libro: ahí está la edición española, de 1978, la que hizo Distal en 1993 y la que publicó él mismo en 2006. En cada ocasión se vendieron dos tiradas completas. Y hubo también ediciones piratas. El libro de Planeta es muy atractivo, incluye fotos, reproduce en papel ilustración páginas de la versión española y trae un agregado valiosísimo: partes que habían quedado fuera de la edición original fusionadas con el relato, escrito casi cuarenta años después, de las peripecias alrededor del texto. Una especie de “lado B” del trabajo original.
Cuenta Kreimer que le daba un poco de vergüenza que Planeta publicara este libro, que él incluso sugirió hacer una edición chiquita, de bolsillo. Hasta que le propusieron sumar esos “extras”. Los escribió durante el verano, en las sierras de Córdoba. Por años, él no le había dado mucho valor a Punk: La muerte joven, lo tomaba simplemente como un libro por encargo, pero varias circunstancias (hay personas a las que este texto marcó a fuego) y la escritura de un agregado lo hicieron cambiar de idea.
Parece increíble que un argentino que tenía publicados dos libros pioneros sobre rock estuviera en Londres para describir la explosión punk en vivo y en directo. Y que lo hiciera con un extraordinario nivel de detalle y, a la vez, una clara perspectiva histórica: ya planteaba el punk como reacción al rock sinfónico, por ejemplo, lo vinculaba a la realidad palpable de adolescentes desempleados que no encontraban futuro ante una monarquía en decadencia y un neoliberalismo en germen, citaba a Lou Reed o David Bowie como precedentes, distinguía al punk estadounidense del inglés...
Ahí estaba Kreimer. En el momento justo, en el lugar indicado. Iba a los recitales en pleno 1977, tomaba nota de las frases que escuchaba entre el público, hablaba con adolescentes anónimos y con las principales bandas del momento, se vinculaba con Malcolm McLaren y Vivienne Westwood –ideólogos de los Sex Pistols y promotores de las estéticas punk–, trataba con muchos músicos que se transformarían en mitos. Con poco más de treinta años, entendió enseguida la complejidad del movimiento punk y supo también marcar sus contradicciones.
Estaba mandando el original a Bruguera (luego sumaría algunos datos y un apéndice sobre la movida punk de Barcelona) en el momento en que salía el que se considera el primer libro sobre el tema a nivel mundial: 1988, The New Wave Punk Rock Explosion, de Caroline Coon. Los Sex Pistols estaban juntos y The Clash no había editado aún London Calling.
¿Estás más contento con la parte que agregaste que con el texto original?
–Es más representativa de quien soy ahora. El de ese momento era yo, pero estaba en una de las épocas más difíciles de mi vida. Y todavía pensaba que la cultura viene de afuera hacia vos. Después me di cuenta de que la cultura surge de vos hacia afuera y de que el resto es consumo.
Fue idea de Guillermo Schavelzon. Era amigo de Kreimer, se conocían desde chicos. Le propuso que escribiese un libro sobre Los Beatles para Galerna. Se publicó en 1968, con la banda en actividad, el año en que salía el Album blanco. Después, en parte porque no le podía pagar las regalías del libro, en parte porque la editorial estaba creciendo y confiaba en que un periodista ayudaría a conseguir prensa, Schavelzon le ofreció asociarse. Así, Kreimer se transformó en subgerente de Galerna.
Para esa época, decidió hacer un libro sobre rock argentino. Solía ir a La Cueva y a La Perla, había conocido de casualidad a Billy Bond, lo fascinaban Moris y Javier Martínez. “Ellos decían cosas loquísimas, que no decía ningún poeta. Y, después del éxito de Beatles & Co., me pareció que correspondía hacer un libro a nivel local.” Sin embargo, no consiguió armar una historia: aquello todavía estaba en ebullición. Entonces, hizo un collage con testimonios, fotos, fragmentos. El resultado, ¡Agarrate!: Testimonios de la música joven en Argentina, ni siquiera lleva el nombre de Kreimer en la tapa. Todavía puede conseguirse en Librería Hernández porque habían quedado unos cuatrocientos ejemplares arrumbados en algún depósito. Al igual que Beatles & Co., tal vez no sea una obra culminante, pero tiene un gran valor histórico y detalles interesantísimos.
El vínculo de Kreimer con el rock había nacido en los medios gráficos en los que trabajaba. Las propias empresas –explica– compraban revistas extranjeras, de Estados Unidos, de Francia, y las hacían circular por las redacciones; se consideraba una inversión para que los periodistas estuviesen informados. El rock y la contracultura resultaban temas novedosos y convocantes y, como él estaba entre los más jóvenes, le decían “¿por qué no escribís sobre esto?”. Cuando Schavelzon le propuso armar el libro sobre Los Beatles, ya había publicado un artículo sobre el grupo: Eco Contemporáneo, número 5, “La mística de los Beatles..., mi primer escrito sobre rock”, recita como un embrujo.
Son muchos los libros y películas sobre el punk y sus vastos alrededores. Muchísimos. Greil Marcus escribió una Biblia sobre el tema: Rastros de carmín. Se hace difícil que algo resulte novedoso, por más que esté escrito en 1977, por más que se le sume la mirada actual del autor. Sin embargo, Punk: La muerte joven resulta fascinante y las casi cien páginas agregadas bajo el título Historias paralelas sirven para redondear su sentido.
Parte del material agregado, hojas que Bruguera había quitado en la primera edición, anotaciones que Kreimer llevaba en cuadernos o una carta suya a Patti Smith (“Gracias por el beso que me tiraste a través del vidrio”, le decía), reapareció hace poco. Vía Facebook, lo contactó alguien a quien le había dejado unas cajas antes de irse de Londres. No se veían desde fines de los ’70. Le pidió la dirección y dos meses después llegó, desde Australia, el envío.
Al contar esto, Kreimer golpea una caja. Adentro está la máquina de escribir que se ve en la tapa de la nueva edición. Señala su ropa en esa foto, el estilo Jack Kerouac. “Jeans, remera lisa, campera de cuero negra. Limpio y planchado, funciona bien para todo.” Explica que los afiches que se ven en la pared son de películas en súper 8 que él filmó.
En el libro marcás contradicciones, no tenés prurito en decir que muchos grupos sonaban mal o que había quienes asumían el punk como pose.
–Es un libro sobre el espíritu punk y marco las contradicciones del punk rock. Creo que eso le da fuerza. Yo había vivido el primer ciclo del rock en Argentina, la época de la marginalidad, la rebelión, y había visto cómo eso era absorbido por el sistema y los músicos olvidaban sus fundamentos. Cuando me encontré en Inglaterra con estos chicos, que tenían toda la razón del mundo en rebelarse, sabía que el sistema iba a comérselos. Hay tipos muy rebeldes, como el Indio Solari, Moris o Alejandro Medina, que rechazan el sistema durante toda la vida, pero la mayoría termina transando.
¿Ser más grande que los punks marcaba una distancia con ellos?
–Marcaba una distancia conmigo mismo, con mi pasado. Ya tenía más de treinta y, en aquel momento, te podías considerar joven hasta los veinticinco o veintiséis. Veía que a estos chicos iba a pasarles lo mismo que a mí. Con los años, no te gusta dormir en el piso, querés una cama. Yo podía gozar con el pogo o bailando con una chica o escuchando la música, pero también veía que ahí estaban los buitres para definir a quién ponían como el próximo héroe punk en las revistas semanales.
Después de publicar Punk: La muerte joven, Kreimer empezó a colaborar, desde Inglaterra, con medios de distintos países. En la revista española Vibraciones dejaron de darle trabajo después de una nota durísima sobre la música disco. Afirma que podría haberse convertido en un “niño mimado de las discográficas” internacionales; era cuestión de hacer las notas que le indicaban los grandes sellos y mostrarse complaciente con los músicos. “Si aceptaba eso, me convertía en un empleado de las compañías grabadoras, que eran mi enemigo.”
Volvió a Argentina en 1982. El poder destructivo de la última dictadura militar estaba mellado. El punk había desembarcado unos años antes al país, con Pedro Braun y la banda Los Testículos (luego rebautizada Los Violadores). Juan Gatti, que había hecho tapas míticas en la primera época del rock local, le habló a Kreimer de “la higiénica”. Significaba desintoxicarse, llevar una vida más sana y buscar en otros ámbitos lo que habían descubierto antes en la contracultura juvenil. Lo encontraron por carriles diferentes.
Kreimer fundó entonces Uno Mismo, revista que dirigiría hasta 1994. Al principio, quebró y él perdió su departamento. Apareció después un inversionista y la publicación llegó a tener una tirada de 35 mil ejemplares. En aquellos años, entre otras cosas, coordinó grupos de respiración holotrópica, un intento de alcanzar estados alterados de conciencia sin utilizar drogas. El link con las contraculturas de décadas anteriores parece obvio.
Le costó encontrar un título –mejor dicho, subtítulo– para el libro sobre punk, pero, en cuanto se le ocurrió, no tuvo dudas. La muerte joven puede interpretarse como una profecía sobre el camino del movimiento, pero también está la muerte como metáfora de cambio, de renovación. ¿Cuántas vidas vivió Kreimer? El se entusiasma, relaciona Historias paralelas –el agregado de la nueva edición– con el “viaje del héroe” en la teoría de Joseph Campbell. Tuvo que bajar el ego hasta el sótano del teatro donde trabajaba, comenta, para después volver desde otro lugar. En el texto hay un claro rito de pasaje (marca de cambio, de muerte y renacimiento) cuando se corta la melena hippie. “Sentía que estaba bloqueado y no sé dónde había leído que cortarse el pelo al ras era como llevarse a un extremo. En otras circunstancias, tal vez me hubiese cortado las venas.” El nuevo look hizo que los punks lo miraran con menos desconfianza. De todos modos, él nunca fue punk ni hippie.
A la vez que su libro marca muchas contradicciones en el movimiento punk, se nota su simpatía por los chicos de dieciséis o dieciocho años que armaban fanzines, su atracción por la furia y la sensualidad de muchos adolescentes. También es claro su entusiasmo por la obra de músicos más grandes que, si bien tenían vínculos con el punk, apostaban mucho más allá: Lou Reed, Iggy Pop, David Bowie, Patti Smith.
Kreimer expone la fuerte censura a los Pistols y al mismo tiempo muestra los ardides publicitarios que le dio a eso McLaren, manager de la banda (mantuvo con él un vínculo amistoso; a través del situacionismo, cuenta, “enseguida se dio un diálogo a nivel de compañeros políticos” y lo describe como “muy psicópata y despectivo, pero también brillante; Vivienne, su novia, era más brillante aún”).
En pleno 1977, el autor supo ver que, más allá de los nombres, buena parte del sentido del punk estaba en las decenas y decenas de bandas (llega a enumerar casi 150 bandas inglesas en el libro, marcando que son el doble). Vio al instante la solidez de los Clash o, al otro lado del océano, Television. Por otra parte, claro, se hacía imposible saber entonces que algunos grupos que englobaba dentro del punk terminarían identificados con el postpunk.
¿Qué te pasó al encontrar, de regreso a Argentina, que el punk había llegado acá?
–Me encantó, pero yo ya estaba en otra. Había aprobado esa materia, no era una asignatura pendiente. Tampoco estaba para hacerme el pendejo. La gente de la revista El Porteño me propuso ir a un festival y les dije que no quería escribir más sobre rock. Ya no creía en eso. Hoy puedo escribir sobre algo de Patti Smith o sobre Tonolec porque me encanta esa música y les creo. Si no es así, no quiero alimentar la maquinaria.
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