ENTREVISTA BRIAN CHAMBOULEYRON
Con el flamante Juglar, Brian Chambouleyron –nacido en Francia, criado en México y Brasil– no hace más que reafirmar su espíritu tan criollo como cosmopolita. Guitarrista y cantor exquisito, después de arrancar su carrera discográfica codo a codo con Soledad Villamil en Glorias porteñas y acompañar a Lidia Borda, en su nueva producción recorre desde canzonetas italianas hasta aires de fado y corridos mexicanos. Y, por supuesto, claro, también tangos y milongas que honran el cuidado repertorio que viene interpretando en solitario desde hace más de una década.
› Por Juan Ignacio Babino
“¡Ya bajo!” Medio cuerpo asoma desde el ventanal del cuarto piso en esta esquina del barrio de Parque Patricios. El gesto describe un poco la personalidad –hilarante, conversadora, pícara– de Chambouleyron. O algún otro gesto, por ejemplo, ese saludo que se cuela en un breve intercambio de mails: “Sí, soy yo mesmo”.
Brian Chambouleyron fue niño a fines de la década del sesenta en Francia: nació en París en 1964 porque sus padres se encontraban allí estudiando en La Sorbona; ella un doctorado en Semiología, él uno en Física. “Fueron por estudio, y se iban a volver antes pero con el golpe de Onganía decidieron postergar su regreso”, cuenta. “Tenían armada esa vuelta pero quedamos todos en Francia. Mi jardín de infantes y mi primera lengua fue el francés. En el ’70 regresamos a la Argentina y después, en el ’76 otra vez para fuera.” De aquellos días vuelve sobre una noche en la que una patota allanó su casa. “Estoy vivo de pedo”, cuenta. Volvieron a irse del país, esta a vez a México, y tardaría un tiempo en volver porque desde los dieciocho hasta los veintiuno estuvo en Brasil, más precisamente en Campinas, cerca de San Pablo. De esa estadía le quedó cierta pasión por el berimbao y por las músicas de la región: “Brasil tiene una cantidad de músicas increíbles, la nordestina es muy linda. Y todos los ritmos que hay: fevro, maracatú, baiao, samba, samba pagode, samba enredo, la música de Bahía, la música del sur que tiene esa cosa como litoraleña, la guarania, ese país que agarra Paraguay, Uruguay, un poco de Brasil y Argentina y toda esta zona del Río de la Plata”. Entonces, los años fundantes en la vida de Chambouleuyron fueron en varios y diferentes lugares. De aquellos primeros años de vida rememora algunas cosas: el Pabellón Argentino, donde se mudaron los días del mayo francés, el clima bohemio y militante. “Acá también me siento un poco extranjero”, apunta. “Hace unos años hice un espectáculo que se llamaba justamente Extranjero. Ya no sos una persona que tiene una única y sola pertenencia con tanto raigambre. También sos un poco espectador del lugar donde estás. Tenés todo eso y, por ejemplo, hablar otro idioma también es como otra forma de cabeza y pensás de esa otra manera.”
Brian tuvo formación musical desde muy chico –“a los seis empecé a tocar la guitarra y después fueron muchas horas de tocar y tocar, además de ir a profesores”– y luego siguió con algunos estudios: formación clásica, conservatorio, “unos buenos pedazos” en la Universidad y en Bellas Artes y también música contemporánea. Pero no fue sino a través de su abuelo que llegó al tango. “Tuve la oportunidad de vivir con mi abuelo materno un tiempo y él era muy tanguero. Además era pianista frustrado: pobre, no lo habían dejado tocar el piano. Era como el prototipo de esa época: burrero, le gustaba salir de noche, se fugaba a los cabarets, le gustaba el tango, bailaba muy bien. Y no sólo tocaba sino que escuchaba mucho tango en su combinado. Muchísimo Troilo, escuché por primera vez a Goyeneche. Siempre escuché tango, siempre estuvo muy presente”, se entusiasma.
A su vuelta de Brasil –alrededor de los veintiún años y viviendo ya definitivamente en Argentina– fue que empezó su recorrido musical: participó de los espectáculos teatrales/musicales y grabó en los discos de Recuerdos son Recuerdos (1997), Glorias Porteñas –Vol. I (1999) y Vol. II (2001), junto a Soledad Villamil– y Patio de tango (1999), acompañando a Lidia Borda y Esteban Morgado. Recién en el 2004 –a sus cuarenta años– editó su primer trabajo en solitario: Chambouleyron le canta a Gardel donde, claro, en formato de trío de guitarras, contrabajo y violín abordaba el cancionero gardeliano. Voz y guitarra (2005) y Tracción a sangre (2008), están cruzados por una misma línea: el repertorio criollo, tanguero, rioplatense, pampeano –Manzi, Piana, Maffia, Discépolo, Troilo, Castillo, Zitarrosa, entre otros– siempre desde su voz y guitarra. “Podés navegar infinitamente en el tango, porque además hay un repertorio que no alcanza para escucharlo. Como género popular es equiparable... no sé, al jazz quizá. Como un desarrollo, como cultura mundial. El tango no le es extraño a nadie, la melodía, la curva emocional de la melodía, la manera en que se canta a nadie le es extraño porque tiene un pedazo de cada lugar justamente.”
El próximo paso de Chambouleyron –Canciones al oído (2012)– fue el mismo y fue otro a la vez. La propuesta estética siguió siendo el canto y la guitarra pero el repertorio se abrió bastante más: a las siempre presentes interpretaciones de músicas criollas se suman otras, como por ejemplo, chanson, bolero y música brasileña. Así, las firmas van de Manzi, Le Pera y Gardel a José Alfredo Giménez, Caetano Veloso y
Georges Moustaki. Todo, claro, desde esa particular manera de Brian de encarar cada canción: intimista, despojada. De alguna manera, Brian tradujo toda aquella itinerancia inicial y la volcó a su música. Podría pensarse que, naturalmente, eso tenía que darse. “Y claro que toda la itinerancia que tuve en mi vida repercute en lo artístico. Y justamente en lo artístico es donde tenés la libertad de delirarte con lo que vos quieras, con lo que tengas una pulsión, que vibra. Esta vida un poco así fue fundante en mi manera de concebir lo que hago, mi arte, que es ciertamente cosmopolita. Con un anclaje en el tango y en la expresión criolla y rioplatense pero con muchas fugas”, dice. Y agrega: “Siempre me tiró el palo de la música popular y de raíz folclórica de cada lugar y la proyección, la elaboración que se hace de esas músicas. Siempre. En cada lugar me interesaba eso naturalmente. Y no solamente me interesaba sino también lo experimentaba. Tenía mis encerronas donde me ponía a tocar tal estilo o tal instrumento. Toqué el berimbao en Brasil, el cuatro, el charango, la salsa y el son cubano, la música del altiplano. Tenía como inmersiones en cada cosa pero eso después, curiosamente, confluyó en una cosa con el tango, como un género popular que de algún modo tiene un nivel de elaboración muy completo, un género. Y a partir de ese tronco, que es el tango para mí, es que se me fueron metiendo todas esas cosas y esas músicas”. En este disco, además, incluyó la preciosa “Milonga del amor”, composición propia junto a Jorge Centofanti.
¿Cómo vas a buscar una canción? Y cuando la encontrás, ¿cómo la trabajás?
–No soy gran buscador pero soy gran encontrador, es como que encuentro algo. Y lo que encuentro tengo que poder cantarlo. Porque si no, no puedo. Hay temas que son incantables, pero no porque sean difíciles sino porque vos, desde tu primera persona, no podés decir eso que está diciendo el tema. A algunos los canto desde cierta distancia y otras me meto dentro de un personaje, como actuándolo. Entonces, generalmente las canciones van cayendo muy de poco.
En tus discos no abundan las composiciones propias...
–Tengo algunas pero no demasiadas. No soy de componer mucho. Quizás es por pereza, prefiero montarme y meterme en ese texto, en esa obra, en ese logro, esas cosas maravillosas. Un poco la parte compositiva mía la pongo en la versión. En darle un color, en resignificar, en traerlo, de alguna manera, a una vibración presente.
Juglar, su reciente y flamante disco –en el cual cuenta con las parcerías en guitarras de Lucho Guedes, Nicolás Ciocchini y Daniel Yaría–, raya directo con Canciones al oído. “Este disco tiene un componente, el color de los arreglos. Es tan cosmopolita como local. Partir de una cosa local e incorporar la cosa del mundo. Bueno, eso decían los tropicalistas brasileros”, comenta. “Caprichosa” (Froilán Aguilar), “Flor de lino” (Stamponi/Expósito), “Vecchio frack” (Doménico Modugno), “Potrerito” (Alberto Mastra), entre otras, son algunas de las canciones que forman Juglar. Valses, aires de fado, milonga, tango canción, corrido mexicano. Hay algo en estas interpretaciones de Chambouleyron: más aún en la guitarrística de cada canción: no rellena hasta el hartazgo, no inunda de arreglos y yeites cada cosa. Hay algo diáfano ahí. “Hay espacio entre las cosas. No condicionar tanto la escucha, no llevarla hacia una cosa. Algo que te meta en esa curva, en ese río. De hecho muchos me dicen que tengo una manera de interpretar el tango, algunos géneros criollos que es medio ‘a la brasileña’. En el toque y en la manera de arreglar, más pianísticamente, más impasse, con notas pedales que le dan algo así como aéreo, de mucho aire, de amplitud y eso muchas veces la gente lo asocia con la música brasileña, con una manera medio de Milton o cosas así y que no son pomposos, son aéreos. A veces es un tratamiento un poco más dulcificado de la canción. Eso me dio mucho la música brasileña.” Algo de eso puede escucharse en “Por la vuelta” de Tinelli/Cadícamo y en “La cama de piedra” de Cuco Sánchez. En este disco, además, vuelve a incluir a un compositor contemporáneo como Lucho Guedes con la hermosa “Mi negra”: “Mi negra guarda en su sangre enjaulado, un pájaro de viento, un sauce conversando con el río, sus palabras son agüita que corre y sus sueños se derraman como gotas de rocío”. Ya había hecho lo propio en Canciones al oído con “Milonguera de ley” de Alfredo “Tape” Rubín y “Un gaucho bajo la lluvia” de Acho Estol: “Me parecen cancionistas en el amplio sentido del término, tienen una riqueza poética y melódica potente. A veces es muy difícil crear una canción vivida en relación al presente”, explica. Y es la primera vez que incluye una canción del repertorio popular chileno –“Manifiesto”, de Víctor Jara–: un homenaje a aquellas canciones que escuchaba con sus padres durante el exilio. El disco empieza con una versión bellísima de “Perfume de mujer” (Guichandut/Tagini); tanto que dan ganas de quedarse a vivir ahí, en esa guitarra, en esa voz y en ese tarareo al final de la canción.
Si hace unos años atrás le cantabas a Gardel, ¿ahora a quién le cantás? ¿De qué sentís que están hechas estas canciones?
–A la belleza, busco belleza. La experiencia estética, la vibración. Y a la comunión, al hombre y su creación. A eso le canto. El ser humano que tiene aspectos funestos y aspectos maravillosos, todo eso conviviendo en una misma cosa. Pero esa es mi propia interpretación, mi traducción, la manera en que puedo hacerlo. Ahora vibro acá, en la cosa más cosmopolita, en Juglar. Un poco “criollo-zen”. Agarro de todos lados, soy de acá pero soy ciudadano del mundo. Me gusta traer paisajes diferentes. En este momento de cultura global no se puede hablar de purismos. Hay cosas con las cuales comulgo y otras no tanto. Y es un momento muy bueno para el tango; por una cuestión de cantidad y de calidad. Hay maestros jóvenes, hay más información y mucha más formación. Está siempre la trampa de los clichés, con su cosa excluyente y de ghetto, que es una especie de peligro.
Y agrega: “A mí me gusta tocar y cantar”.
¿Cantor o guitarrero? Las dos cosas. Porque queda claro que a Brian ambas cosas lo pueden: el canto, suave como el aleteo de una mariposa, con toda la voz que tiene y le cabe en ese pequeño cuerpo; y pulsar, largar desde su guitarra la melodía que quiera, dibujada –imposiblemente, con esas manos tan chiquitas, como ramitos de jazmín– en su diapasón.
En definitiva: ésas, sus maneras de estar suavemente en el aire.
Brian Chambouleyron continúa presentando Juglar este jueves 16 en Santos 4040 (Santos Dumont 4040), a las 21.
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