FOTOGRAFíA VERóNICA BELLOMO
La primera muestra de Verónica Bellomo reúne imágenes de dos series, Fauna y Hombría. En ambas está la patria chica de la fotógrafa, Bolívar, provincia de Buenos Aires, la pampa bonaerense como límite y horizonte, donde el hombre caza y se exhibe, donde la violencia es funcional y, a la vez, palpable.
› Por Angel Berlanga
En el centro de la fotografía está abierto el ojo de la liebre. Un hombre la sostiene por las patas y la ofrece a un perro de caza que la muerde. Es la pampa. No sabemos, en verdad, si la liebre está viva o muerta en el momento en que Verónica Bellomo rescató esta imagen, pero el ojo del animal nos mira desde el final de su agonía. Por ese umbral puede pasarse al centro de otra fotografía, en el que late una brasa: sobre su moto, un hombre joven acaso cancherea con un cigarrillo y deja ver una declaración, hard, tatuada en su hombro; apenas atrás, tres compinches motorizados lo festejan. Detrás de ellos, todavía, la pampa.
En el ojo de la liebre, en el brillo y la temperatura de la brasa, pueden cifrarse algunas claves de Fauna, primera exposición individual de Bellomo, que en rigor reúne dos series que trabajó en los últimos años, a las que llamó “Hombría” y “Fauna”: este último título, entonces, fue el que escogió para esas dos vertientes que dialogaban profundo desde muchísimo antes de esta presentación. Bellomo nació en 1984, en Bolívar, y tomó casi todas las fotografías allí, centro de la provincia de Buenos Aires, a 370 kilómetros de donde pueden verse ahora estas imágenes contemporáneas que, a la vez, remiten de algún modo a remotas conductas del Homo sapiens: el hombre como cazador, por un lado, que mata a sus presas para conseguir alimento y abrigo (y también para comercializarlas o para exhibir sus piezas embalsamadas), y por otro, variantes de cierto regodeo del macho en pose, que enseña en soledad o junto a otros su talante, sus potenciales capacidades, los animales a su servicio.
Un hombre más gordo que robusto, en cueros, sostiene la correa de un galgo con bozal, en medio de la arena de un canódromo; un paisano de rojo (boina, chomba y pantalón corto, deportivo) mira a cámara a la par de su caballo; casco en mano, contra un alambrado y con girasoles de fondo, un muchacho posa de frente con la cadera un punto quebrada y la remera recogida sobre el pecho, capaz que para mostrar abdominales; un par de pibes con shorts de box, gestos adustos y manos vendadas, levantan sus guardias delante de un vestuario visitante. Estos especímenes de “Hombría” podrían eslabonarse fácil, por ejemplo, con una fotografía de “Fauna”: la del cazador que enlaza sus manos y abraza un rifle con mira telescópica. A sus pies hay un zorro despatarrado, muerto. Otras imágenes amplían escalas: un tendal de zorros abatidos en el suelo, decenas de liebres colgadas boca abajo del lateral de una camioneta baqueteada, con ganchos apropiados para la faena. Tandas de pieles estiradas, todavía frescas, para que resequen, y algún animal despellejado que cuelga de una pata desde un techo, contra una pared. Esto hacemos con estas criaturas, nos dicen estas fotos. También las que retratan a unos ciervos embalsamados que parecen vivos y a una señora que, delante de una pared de granito, se abriga con un tapado de piel.
A comienzos de este milenio Bellomo se instaló primero en La Plata, donde se proponía estudiar Historia, pero eso duró poco y enseguida se consustanció con la fotografía. Luego se mudó a Buenos Aires y se especializó en fotoperiodismo en Argra, hizo talleres con Adriana Lestido, forma parte del grupo 13F y participa de sus exposiciones colectivas y cursa, por estos días, Crítica de Arte. Las series que componen Fauna tienen muchos puntos de contacto con otra que empezó en 2007 y es la más antigua de Bellomo, “Origen”: enfoca en el trabajo de su padre, que es criador de cerdos en Bolívar. Lo expondrá el año que viene en la Bienal de Tucumán y se trata de otro registro formidable que conduce a los engranajes elementales de un reloj que incita desde lo ancestral y marcará todavía muchas más horas: los animales de crianza que comemos, el tránsito entre el ser vivo y el cadáver, el cadáver trozado, la piel de ellos y la nuestra, el blanco del hogar, el barro del chiquero, la sangre.
Las fotografías que Bellomo presenta en Fauna hacen pensar en lo natural e interrogan sobre esa condición. Sus escenas no parecen preparadas (o apenas si lo están) y sus criaturas no se han producido especialmente para ser retratadas. Trabaja con luz natural; la grisura y un aire de gravedad sombría tallan en “Fauna”; en contrapartida, la luminosidad y cierta ironía, cierto paso de comedia, campean en “Hombría”. Cada una de estas características, sin embargo, tiene a la vez presencia en la serie complementaria. Bellomo ha retratado un mundo que conoce, en el que se crió, y nos devela algunas de sus claves, sus posibilidades, sus recurrencias. En una de sus fotografías el hombre posa junto a cuatro medias reses de cerdo que cuelgan, la sangre ha chorreado el piso. Anota John Berger, en “Cuestión de lugar”: “Ahora ya son piezas de carne; esas piezas de carne con las que sueñan los hambrientos desde hace cientos de miles de años”.
Fauna, de Verónica Bellomo, se puede ver en Casa Florida Galería, Gral. José María Paz 1530, Florida. De martes a viernes de 16 a 20 y sábados de 10 a 14. Hasta el 12 de agosto.
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