CONTRA LA CORRIENTE
Vacas locas
Víctima de una curiosa peste vacuna, una familia oligárquica rumia su decadencia física y de clase en el último pedazo de campo que le queda.
No sucede en un teatro sino en el patio de una casona de Palermo Viejo, a pocos metros del bullicio de la plaza Serrano, pero los ruidos tienen la entrada prohibida. Allí, por las noches, aunque llueva suavemente, se desarrolla Alicia murió de un susto, la última propuesta de Mariana Anghileri, la artista que creó dos obras que dejaron boquiabiertos a más de uno, incluidos público, productores y críticos. En los espacios metálicos y desolados de IMPA, la Fábrica Ciudad Cultural de Almagro, esta morocha egresada de la carrera de dirección de cine (muchos recuerdan su enigmático rostro en el film Sábado de Juan Villegas, o su trabajo en la puesta de La casa de Bernarda Alba de Vivi Tellas) emplazó 3EX y Puentes, trabajos en los que combinaba elementos del cine y del teatro con el uso de proyecciones, iluminaciones atípicas, fragmentación de la narración y, en caso de la segunda obra, el desplazamiento de los espectadores por los diferentes ámbitos de ese contexto fabril.
Pronto llegó la invitación de unos promotores españoles para trabajar en Madrid, con un bonus más que tentador: la posibilidad de elegir el lugar donde sucedería su nueva obra. Convencida de que cada espacio “sugiere una historia diferente”, Anghileri se decidió por el Palacio de Linares, “un lugar con paredes de oro, ángeles, lámparas raras y escaleras de mármol”. En ese marco, y con cuatro actores españoles, estrenó Alicia..., “un culebrón gótico”, como lo definió la prensa española. El espectáculo participó del madrileño Festival Escena Contemporánea y desembarcó después en el jardín de la Casa de Oficios de la Papelera Palermo, con las actuaciones de Diana Lamas, Peto Menahem, Rafael Ferro (el Ferchu de Resistiré) y la muy talentosa Mariana Chaud.
En la penumbra, iluminados por un candil y algunos haces de luz que parecen salir de la tierra, el cuarteto recrea las últimas horas de una familia con aires de oligarquía venida a menos que se contagia una enfermedad de vacas y empieza a padecer extraños síntomas físicos y emocionales. La acción sucede en un terreno de césped alambrado como un corral, con algunas fosas que los actores esquivan hábilmente hasta el final y tan sólo algunos muebles y objetos (un sillón, un teléfono blanco, un escritorio). Frente a ellos, los espectadores, sentados en bancos de madera, degustan la copa de cognac de bienvenida mientras presencian la decadencia del matrimonio (Lamas y Ferro) y su acompañante, el funcionario público mediocre y temeroso que encarna Menahem.
Chaud –responsable de la dramaturgia junto a la directora– compone un personaje encantador y lo hace sin fisuras, destacándose del resto por el carácter orgánico de su trabajo. Admiración (así se llama su ama de llaves) sólo encuentra sentido a su vida al lado de sus “señores”, y todo en ella expresa temor y desesperación ante una posible pérdida: el temblor corporal, la voz entrecortada por la aceleración de la respiración, la mirada perdida. “Necesito que alguien organice mi vida, mi tiempo libre, mis horarios”, susurra en un momento. Y a la vez también es ella la que distiende la atmósfera con ocurrentes intervenciones directas al público. Su presencia se impone por sí sola, sin necesidad de exagerar gestos ni tonos de voz, mientras que los demás transitan una zona más exacerbada que resulta menos convincente. De todas formas, Anghileri logra imprimir un clima sugestivo que coquetea con lo lúgubre y el humor. “El año pasado estuve relacionada con funcionarios públicos y nuevos ricos. Ese contacto fue el germen del trabajo. Es gente que está como fuera de foco, apartadade la realidad, en un estado de cosas raro, como si estuvieran tan centrados en algo, con la mirada tan corta, que pierden de vista el resto”, asegura la directora. Que otros hayan abordado ya la podredumbre de un núcleo familiar cerrado no le resultó una traba: “No me da miedo retomar un tema, porque creo que los temas, en definitiva, son pocos. Sí me importa encontrarle un pulso propio y ofrecer una reflexión personal”.
Alicia murió de un susto. Viernes y sábados a las 21.30 en la Casa de Oficios de la Papelera Palermo, Cabrera 5227.