CONTRA LA CORRIENTE
Hogar, dulce hogar
Mediante un dispositivo escénico que hace del espectador un testigo indiscreto, Luciano Suardi despliega las dos caras de una familia tipo: la banalidad de lo cotidiano y el horror a punto de estallar.
Una casa de muñecas a escala humana, sencilla, sin ostentaciones. Adentro, una familia cena mientras escucha la radio. Indiferentes, cada uno está en su mundo, y el público los descubre no desde la comodidad de la butaca sino de pie frente a ellos, separados apenas por el hueco de la ventana. Algunos prefieren mantenerse más alejados de la escena; otros pegan la nariz contra los tres vidrios imaginarios. Impasibles y hastiados a la vez, los rostros de los actores Rodolfo Roca, Marta Lubos y María Figueras evocan un estado terminal del que parece no haber retorno ni posibilidad de redención.
Sólo se oyen los ruidos de los cubiertos y la noticias del día, hasta que los intérpretes, impulsados por fuerzas internas desconocidas, comienzan a desplazarse por el espacio, siempre dentro de los límites del hogar. Lo que invita a seguirlos e iniciar un juego de movimientos y miradas mutuas que deja vislumbrar distintas perspectivas de los hechos. Acompañar a la madre en la intimidad del dormitorio, al padre en el comedor, a la hija que llora, acostada en el jardín, la pérdida de su perro.
Los responsables de este pequeño laberinto son Luciano Suardi (director y dramaturgo) y Oria Puppo (creadora de la escenografía), que pergeñaron el dispositivo en el marco del Taller de Experimentación coordinado por Rubén Szuchmacher, Edgardo Rudnitzky y Jorge Macchi. El nombre de la experiencia es sugestivo –En casa (El último día que los vieron vivos)– y condensa los dos mundos que se ponen en juego: la cotidianidad del hogar y el horror a punto de estallar. En este micromundo casi no se oyen palabras, hasta que padre, madre e hija se lanzan a relatar, en lugares distintos, tres crímenes. Una vez más, cada espectador tiene que elegir qué escuchar, aunque por proximidad los relatos se entrecruzan y el registro de lo sangriento domina la escena. Las rutinas familiares continúan, incluida una sesión fotográfica entre padre e hija que remite al incesto y al abuso. Y a medida que avanza la acción, mirar se vuelve cada vez menos confortable, al punto de sentirse en parte cómplice de lo que sucede.
“Arranqué de una consigna espacial: investigar la parcialidad y la simultaneidad; es decir, privar al espectador de la totalidad de la información y darle a la vez la posibilidad de elegir qué ver”, cuenta Suardi. “Así llegamos a imaginar esta casa, que puede ser permanentemente rodeada, espiada. Y si proponemos una suerte de transgresión, lo que ocurre adentro puede ser muy violento.” Luego el director se sumergió en la historia del crimen local y eligió tres, ocurridos en diferentes momentos históricos, que son los que narran los personajes. El grado de detalle de cada narración contrasta con el crimen que se pone en escena, que transcurre en una pequeña zona vedada a los ojos del público. Tal vez por eso, cuando las luces se apagan, los espectadores permanecen en la sala y, en un intento por completar el rompecabezas, comentan: “¿Vos viste algo?”, “¿Qué me perdí?”, “¿Qué crimen escuchaste?”. Todo espectador se transforma así en editor de su “propia” narración, pero esa supuesta libertad contagia la tensión y la ansiedad de la ficción. “Los actores la pasan bárbaro: no les molesta en lo más mínimo tener los ojos de un espectador encima, clavados a pocos centímetros. Más difícil parece estar afuera y tan cerca y no poder intervenir”, dice Suardi.
En casa (El último día que los vieron vivos). Jueves a las 20 en Del Otro Lado, Lambaré 866.