TELEVISIóN SENSE8
En doce episodios que ya se pueden ver enteros en Netflix, los hermanos Lana y Andy Wachowski –junto a Tom Tykwer y J. Michael Straczynski– crean con Sense8 una serie de sci-fi distópica global en línea con su película Cloud Atlas. Y con fluidez y cierta dimensión mística, presentan a ocho personajes y aspiran a una narración total que abarca desde los conflictos de la pertenencia social, los vaivenes de la militancia política, la diversidad y la sexualidad como potencia liberadora.
› Por Paula Vázquez Prieto
Hace unos años los hermanos Lana y Andy Wachowski, en colaboración con el director alemán Tom Tykwer (Corre Lola corre, En el cielo, Tres), conquistaban una inmensa ambición: llevar a la pantalla en todo su esplendor la novela de David Mitchell, Cloud Atlas. Como una inmensa tela de araña, la ficción de Mitchell parecía demasiado espinosa, demasiado enrevesada, demasiado rocambolesca, para lograr una feliz concreción en un relato audiovisual que no sea pura cháchara y palabrería. Sin embargo el desafío no pareció amedrentarlos y en poco más de 170 minutos los creadores de Matrix construyeron un folletín fascinante, donde la pretendida interconexión de la que hablaba el tagline –“Everything is connected”– no quedaba reducida a un mensaje banal de solidaridad new age sino que cobraba una dimensión lúdica y a la vez sustancial, casi mística. Cloud Atlas consagra uno de los grandes valores de los Wachowski, injustamente soslayado en muchos acercamientos a su cine, que es su gran capacidad como narradores. Sus historias en Cloud Atlas, múltiples y barrocas, abordan los grandes temas de la narrativa universal, desde el camino del héroe, las tensas relaciones entre padres e hijos de raíz melodramática, los conflictos de la pertenencia social, los vaivenes de la militancia política, la definición de la identidad, los dilemas de la igualdad y la libertad, y la sexualidad como potencialidad liberadora. Además, conjugan formas diversas del arte, desde la sci-fi distópica, la historieta, la música clásica, y, como si fuera poco, hablan del mundo en el que viven, de los males del pasado que creían superados, de los traumáticos cambios contemporáneos. Todo en ellos se conjuga con una fluidez asombrosa, atravesando tiempos y lugares sin perder el hilo del relato, sosteniendo a pulso firme el ritmo y la tensión, y anclando a sus personajes en ese mundo sólido y personal, tan propio como muy pocos cineastas pueden hoy reclamar.
Del magma complejo de Cloud Atlas nace la nueva Sense8, serie de 12 episodios estrenada hace poco más de un mes en Netflix. Ahora no sólo con la colaboración de Tykwer (quien dirige algunos episodios y compone la música) sino con el aporte de J. Michael Straczynski, creador de Babylon 5, los Wachowski despliegan una fábula de aventuras y misterios que conecta a ocho desconocidos a lo largo del mundo con un don especial: el de sentirse los unos a los otros. Todo comienza con el recuerdo de un parto y una muerte: Angel (Daryl Hannah) es la madre simbólica de ese pequeño grupo de extraños –más adelante nos enteramos de que se llaman sensates, por esa incondicional capacidad empática que desarrollan entre sí– amenazados por una fuerza maléfica encarnada en una corporación multinacional de medicina y genética. Ellos son Will (Brian Smith), un policía de Chicago, Riley (Tuppence Middleton), una DJ islandesa que vive en Londres, Nomi (Jamie Clayton), una hacker transgénero en la gayfriendly San Francisco, Capheus (Aml Ameen), un improvisado y temerario conductor del autobús Van Damme (sí, por Jean Claude) en una calurosa Nairobi, Kala (Tina Desai), una joven profesional y moderna a punto de casarse en una ceremonia salida de Bollywood en Bombay, Sun (Doona Bae) una economista y empresaria –además de luchadora al estilo Bruce Lee– en Seúl, Lito (Miguel Angel Silvestre), una estrella de cine trash y novelesco de acción en México DF –que oculta que es gay para no perder su fama de recio–, y Wolfang (Max Riemelt), un ladrón de cajas fuertes en Berlín. Esa muerte, y la omnipresencia de un nacimiento compartido, los pone en sintonía: se encuentran pese a la distancia física que los separa, comparten visiones y habilidades, se ayudan y comprenden y, algunos, se enamoran.
En ese marasmo de confusión y desconcierto que inunda a los recién descubiertos sensates, y tal vez inicialmente al espectador, los Wachowski nos entregan las claves necesarias para la travesía: ahí aparece Jonas (Naveen Andrews) para decirnos quiénes son, o quiénes los persiguen, o si están en peligro y por qué. Pero a medida que nos captura el relato, que nos absorbe esa atmósfera cautivante, descubrimos que esa batería de referencias y explicaciones no es lo más importante, que son una variación del MacGuffin del que hablaba Hitchcock, esa excusa o pretexto que pone la acción en movimiento, que es siempre vital para los personajes pero no debe serlo para el espectador. Lo que importa verdaderamente es el viaje de nuestros héroes, los obstáculos que deberán superar, las vicisitudes que deberán afrontar, más allá de aquello que los espera al final del recorrido. Los Wachowski asumen el riesgo de crear mundos propios, con reglas complejas y ambiciosas, que se van desplegando a medida que nos internamos en la fábula, que nos ayudan a comprenderla pero nunca nos quitan el placer de disfrutarla. Y, sobre todo, nunca pecan de ingenuos al aislar ese mundo de la realidad concreta: aun bajo el amparo de lo fantástico, Matrix hablaba del control de las sociedades desarrolladas sobre los hombres que las integran, del poder de la tecnología al servicio del ultraje y el sometimiento de los débiles, al igual que Sense8 habla de la violencia y el maltrato a lo diferente, y de la firme convicción de que la diversidad no es algo excepcional sino intrínseco al mundo humano.
Más allá de las historias individuales de estos ocho aventureros, de sus conflictos con padres y madres, de sus infancias truncas y conflictivas, de sus presentes enigmáticos y decisivos, lo que importa en Sense8 es ese mundo compartido de experiencias y sensaciones, ese hilo invisible que los ata y los conecta, que hace sus destinos interdependientes, sus sufrimientos no tan solitarios, su extranjería no tan definitiva. Su comunidad trasciende las fronteras y es tan íntima que resulta dolorosa y angustiante, pero a la vez les permite resistir en un entorno a veces hostil y asfixiante. Los ocho protagonistas de Sense8 conjugan en ese vínculo imperceptible que comparten una solidaridad que el mundo contemporáneo parece aniquilar día a día a fuerza de una autoimpuesta soledad y un creciente aislamiento emocional. Para los Wachowski, son esas conexiones vitales, ya sea en forma de alucinaciones o experiencias trascendentales que escapan a explicaciones científicas y razonamientos lógicos, las que definen a sus criaturas. Su extrema sensibilidad no es más que aquella que les brinda su propia humanidad, que el resto cree haber perdido u olvidado y que ya es hora que recupere.
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