ARTE TEKOPORá, ARTE INDíGENA Y POPULAR DEL PARAGUAY
En los años ’70, como una forma de resistir a la dictadura de Stroessner, se fundó en Asunción el Museo del Barro, que expone en pie de igualdad obras de arte popular, indígena y mestizo, y obras que responden a los cánones occidentales. Parte de ese material se puede ver ahora en el MNBA en la muestra Tekoporá, arte indígena y popular del Paraguay. Además de ubicar máscaras, textiles y tallas junto a piezas de pintura contemporáneas, la muestra pone en cuestión el paradigma del museo y propone un intercambio institucional reflexivo y un acercamiento al muy poco conocido arte paraguayo.
› Por Sofía Dourron
En 1972, cuando Alfredo Stroessner llevaba ya cumplidos dieciocho de sus treinta y cinco años de dictadura, dos artistas paraguayos, Carlos Colombino y Olga Blinder, fundan, en un osado acto de resistencia, la Colección Circulante, un proyecto que buscaba evadir las restricciones del stronismo, haciendo circular sus colecciones de arte gráfico moderno –de por sí contestatario– por los rincones más recónditos del Paraguay, montando sus exposiciones de grabados y dibujos en las escuelas y espacios públicos que estuvieran dispuestos a recibirlos. Con el tiempo la colección creció, tanto creció que se hizo ineludible crearle un espacio propio, convirtiéndose, en 1979, en el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo. Junto con esta nueva e innovadora institución nació también el Museo del Barro, fundado en colaboración con los artistas Osvaldo Salerno e Ysanne Gayet, poseedor de una vasta colección de cerámica popular. Ambas colecciones son el germen de lo que hoy conocemos como Centro de Artes Visuales/Museo del Barro, ubicado en el apacible barrio Isla de Francia, en las afueras de Asunción. Un edificio de ladrillos que se funde con el naranja de la tierra, y que reemplazó el edificio original destruido por un terrible tornado cuando aún estaba en plena construcción, brindándole un renovado horizonte de compromisos con la comunidad y la posibilidad de reconstruirse a sí mismo a partir de estos nuevos y sólidos cimientos.
El acervo de este particular museo representa un fenómeno poco frecuente en la vasta mayoría de los museos del mundo. No sólo colecciona y expone en pie de igualdad obras de arte popular, tanto indígena como mestizo, y obras que responden estrictamente a los cánones occidentales y académicos de arte y belleza, sino que lo hace percibiendo y respetando la singularidad de cada uno de estos conjuntos. Esto implica para la institución una profunda reconsideración del estatuto de lo artístico, que resulta en la desarticulación de las nociones etnocentristas establecidas por los relatos de la modernidad que suelen regir toda sala de exposiciones. Al mismo tiempo enfrentando el desafío de poner en juego un dispositivo de exposición que provoque la interacción entre piezas tan diversas como artesanías del Chaco paraguayo, esculturas jesuíticas, obras de arte contemporáneo, tocados plumarios Ishir y delicados encajes Ñandutí. Se trata de un modelo de coleccionismo inclusivo y reflexivo, que a través de sus políticas de investigación y exhibición del patrimonio ha logrado profundizar como pocas instituciones el conocimiento del amplio espectro de producciones culturales, materiales y simbólicas, específicas de un país.
Tekoporá, la muestra que despliega parte del patrimonio del Museo del Barro en la sala de exhibiciones temporarias del Museo Nacional de Bellas Artes, pone en discusión su propio discurso al insertarlo, en un juego de cajas chinas, dentro una museografía ajena, cuyos preceptos se contraponen a los suyos y a sus abarrotadas y caóticas salas. En esta confrontación de modelos de pensamiento, uno arraigado en las historiografías del arte universal, otro originado a mediados de la década del ’80 para reflexionar sobre los derroteros de la cultura latinoamericana, estas colecciones parecen envolverse la una a la otra para discutirse, pero también para complementarse. Dejando de lado lo que el curador de la exhibición, Ticio Escobar, denomina arte erudito, el conjunto está compuesto por piezas de arte popular: indígena y mestizo, que buscan polemizar con la muy erudita muestra de la colección permanente de nuestro museo nacional. Así, Tekoporá no sólo constituye un intercambio institucional y un acercamiento para los locales al muy desconocido arte paraguayo, sino un intenso debate sobre el paradigma del museo moderno y la prédica del arte occidental que se nos ha presentado durante décadas como un arquetipo irrevocable.
Las pinturas de Osvaldo Pitoé, Carlos Federico Reyes e Ignacio Núñez Soler hablan de este intersticio que se abre en prácticas como la pintura popular del siglo XX, vinculada a imaginarios campesinos y obreros, rurales y urbanos, indígenas, mestizos y marginales, prescindiendo de los ideales de la contemporaneidad y sus estrategias de ruptura y recetas para el éxito. Las obras de estos artistas retratan los derroteros de las historias más vulneradas y obliteradas, entretejiendo elementos de la pintura de vanguardia con los usos populares del color y la forma. Su potencia yace entonces en la dinámica yuxtaposición de signos heterogéneos que se confrontan con los planos anquilosados de la memoria histórica, y abren un camino para la constante destrucción y reconstrucción de su propia identidad y bagaje cultural.
Una de las cuestiones más debatidas en los últimos años hacia el interior de la cultura de América latina ha sido el estatuto de este tipo de producciones artísticas locales en relación al discurso englobador de la modernidad, el discurso que absolutamente todo lo deglute. Ticio Escobar ha sido una de las voces más potentes en estos debates, como resultado sus reflexiones acerca de lo artístico popular atraviesan por completo la colección del Museo del Barro, y por lo tanto también esta exhibición, de una manera que desborda la figura del curador. Según Escobar, “el arte popular se aposta en recodos que cimbran los espacios extensos de la cultura popular. Provoca en ellos disloques, tensiones y cortocircuitos que, al perturbar el curso ordinario de las significaciones, replantean el sentido y, así, movilizan los contornos sociales”. Las artesanías, los artilugios rituales, los atuendos tradicionales, la pintura popular, la santería religiosa y las máscaras son, desde el tiempo de la colonia, espacios de constante negociación y disputa, en los cuales se ponen en juego los avasallantes influjos de las estéticas y las políticas externas, y las tradiciones, lenguajes y relatos nativos. Los procesos de hibridación y transculturación que han sufrido las manifestaciones materiales de las culturas de América latina han confrontado el modelo occidental, pero también han discutido las transformaciones en las temporalidades e itinerarios propios de cada pueblo y comunidad.
Las máscaras populares utilizadas por los oficiantes o kambá ra’angá (imagen o representación del negro) en ciertas festividades, son una pequeña muestra de los desplazamientos estéticos que la contemporaneidad ha impulsado en este tipo de prácticas. Las tradicionales máscaras de raíz de timbó que representan a los bandeirantes, saqueadores provenientes de Brasil, imagen del adversario, ahora manifiestan la fealdad no sólo a través de distorsiones faciales y gestos grotescos, sino que incorporan elementos como anteojos de sol, pelucas y telas para acentuar estos rasgos. Asimismo, como relata Escobar en el catálogo que acompaña la exposición, los ritos en los cuales se activan estas máscaras también han comenzado a incorporar parodias de hechos de la actualidad local, nacional e internacional. Los tocados y atuendos plumarios que se exhiben en la sala siguiente, por el contrario, han permanecido casi intactos ante el avance de los modelos foráneos, sosteniendo con obstinación una de las tradiciones indígenas más antiguas de la región y defendiendo la vigencia de su valor tanto simbólico como estético.
En el marco tangencial del sesquicentenario de la Guerra Guasú o Guerra del Paraguay y de la reconfiguración de las cartografías del poder de la última década, las reflexiones que propicia parecen más atinadas que nunca. No sólo en términos de reconocimiento y atención dirigidos a las producciones que afloran en los márgenes de la cultura, sino a cómo se conciben estas posiciones dentro de las asimetrías y desavenencias políticas y económicas que nos atraviesan. El tekoporá, el buen vivir colectivo, el vivir con belleza característico de la cultura guaraní, se extiende a través de la exhibición como un imperativo ético, una resistencia, y una fuerza que moviliza cada una de las piezas, librándolas de su deber ser objetual y restituyéndolas al mundo, a pesar de estar momentáneamente acorraladas en este prístino cubo blanco.
Tekoporá. Arte indígena y popular del Paraguay. Colección Museo del Barro se puede visitar hasta el 13 de septiembre de 2015. Museo Nacional de Bellas Artes, Av. del Libertador 1473.
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