› Por Claudio Zeiger
La Recoleta y el Barrio Norte a oscuras, postal de estos últimos días, a causa, aparentemente, de un drástico intento de bajar la alta tensión social con un novedoso método llamado tuneladora, deja al descubierto sensaciones encontradas, desordenadas y –dicho esta vez sin ironía– soterradas. Hay un cierto clima de retirada de la ciudad, no tanto de los vecinos que buscan refugio y luz, conexión y agua, sino de parte de una gestión que cuando se rasca un poquito deja al descubierto lo mismo de siempre: insólitos descuidos, proliferación fantasmal de deriva de tareas y la irritante explicación de que la culpa siempre la tiene otro, no importa ya quién a esta altura. Hay un abandono que es evidente en el sur (nota personal: mi vida urbana se divide en tres zonas bien definidas y de tránsito casi cotidiano en la ciudad que amo y padezco: el Barrio Norte, Constitución y Once; y aclaro que no se me cortó la luz) y que ahora se hizo visible y explosivo en el norte, y que hasta debería ser algo trivial comparado con lo que pasó en Soldati unas semanas atrás.
El tema roza levemente la campaña electoral (aunque es de esperar todavía que Massa salga a prometer mano dura contra los irresponsables tuneladores y que Scioli incorpore prontamente a la Comuna 2 a la agenda del desarrollo) pero deja una sensación casi alarmante de cara a los próximos años que se vienen en la graciosa ciudad de Buenos Aires: desgobierno por desaliento, sensación de inexorable ley de Murphy.
Los medios, siempre sensacionalistas y catastrofistas, esta vez fueron de la cautela a la crítica costumbrista (se notaba cierto desconcierto a cámara, como preguntándose qué debía enfocarse y qué no según los dictados de Gran Hermano) pero todos mostraron ese chip tan desagradable de que un corte en la Recoleta es algo muuuy sensible, para tomar con muuucho cuidado. En las primeras horas de cobertura un dron sobrevolaba la zona, no se sabe si para evitar la boca del lobo o para que no se escuchara a vecinos sensibles a los gritos. Después iban bajando al territorio y comprobaban que los comerciantes se lo tomaban con cierta resignación aunque mucho menos crispados que en las inundaciones de unos años atrás. En otro tipo de crónicas, el vecino de Recoleta aparecía como una persona que se retira a su country de fin de semana, mientras su vocero de prensa, el Encargado, que suele vestir de traje y corbata, hace declaraciones cautelosas a la prensa. No han faltado el recurso al estereotipo y la burla solapada hacia el tono tan Santa Fe y Callao, parte de un sutil revanchismo que suele aquejar a algunas personas cada vez que un evento de emergentología roza a la comuna 2, un como que se jodan, devolución de favores del otro “humor social” en parte entendible por tanta cacerola que supo sonar, tanta boina vasca y cuentaganado en la cintura pero en el fondo también poco solidario si hablamos de recomponer el tejido cultural urbano en serio.
Lo cierto es que para quien anduvo por estos días en la zona que en definitiva es muy céntrica, muy poblada, muy característica de la ciudad y también muy transitada por personas de otros barrios y turistas que andan por ahí, eran bastante impresionantes las postales de perpendiculares absolutamente a oscuras, grupos electrógenos a granel y haciendo un ruido que acentuaba el silencio expectante de las calles, semáforos dislocados, imágenes que replicadas por pantallas y pantallas –la paradoja de las pantallas brillantes multiplicando la oscuridad– deben hacernos pensar en un paisaje de abandono.
El problema no es que en una gran ciudad pasen cosas impactantes, porque eso es en el fondo inevitable resultado de la modernidad, ni que haya mayor o menor blindaje mediático y hasta un larvado servilismo en los medios, porque en definitiva lo que pasa en el lugar, las personas lo viven en vivo y en directo y nadie se los va a contar.
Es muy triste comprobar que para casi todos, revanchistas incluidos, impacta porque es la Recoleta. En realidad, es el abandono de Buenos Aires, que esta vez, desde la oscuridad de la zona norte, debería iluminar con luces cada vez más gigantes la verdadera profundidad del túnel en el que estamos metidos.
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