GASTóN “DINO” CIARLO
Para entrevistar a Gastón “Dino” Ciarlo, que hoy se presenta en un homenaje a Alfredo Zitarrosa en el Parque Centenario, Radar viajó hasta el pueblo de Dolores, al sur de Fray Bentos, en Uruguay. Dino llegó a ese pueblo, hoy corazón de la soja, hace más de veinte años, después de volver de Suiza. Antes de eso, fue pionero del rock uruguayo, figura del movimiento conocido como Canto Popular y autor de canciones inolvidables como “Tablas”, versionada por Jaime Roos, y “Milonga de pelo largo”, que inmortalizaría el propio Zitarrosa, entre otras. Peleado consigo mismo, Dino huyó del lugar que había llegado a ocupar y en su exilio de Dolores comenzó lentamente a desandar los pasos en pos de su regreso. En esta entrevista Dino repasa su vida en la canción, sus momentos de renuncia y resurrección y una actualidad que lo muestra activo y cruzando otra vez el río.
› Por Martín Pérez
“Te vas a reír, pero esto es lo que hago todos los días”, anuncia Dino, haciendo la cola bien temprano en una panadería de Dolores, un día cualquiera de la semana. No necesita pedir nada, apenas llega su turno deja un billete sobre el mostrador y le pasan lo de siempre: tres largas baguettes. Las abraza con un solo brazo contra el pecho, como quien carga a un niño o una mascota, y desanda su camino, emprendiendo sonriente el regreso hacia su casa, distante apenas a unas pocas cuadras.
Todo está a pocas cuadras en esta localidad del partido de Soriano, bordeada por el río San Salvador poco antes de su desembocadura en el Uruguay, al sur de Fray Bentos. Con el apodo histórico de “Granero del país”, Dolores es hoy capital de la patria sojera, un pueblo en el que las bicicletas se pueden dejar en la calle, sin que nadie se preocupe por atarlas, mientras que los bancos que lucen muchas casas en su puerta llevan todos cadena. “Cuando llegué, pocos sabían quién era”, recuerda con una sonrisa Gastón Ciarlo, que pasó a ser llamado Dino desde muy chico, por el parecido de su contundente perfil con el de la mascota de Los Picapiedra. “Ahora, veintidós años después, soy culo y calzón con la gente. A veces me paran por la calle y me dicen: qué cosa más rara, usted está en la televisión pero hace los mandados con esa bolsa toda podrida. Y yo les respondo que no tiene nada de raro, que por lo menos acá los puedo hacer”, se justifica el cantante, que al llegar a su hogar mostrará orgulloso la polémica bolsa, algo carcomida y desteñida por el tiempo, es cierto, pero aún perfectamente apropiada para su prosaico destino.
Pero eso será después, antes hay tiempo para una escala en la carnicería Los Paraísos. Aunque no para completar la lista de la compra, sino para dejar ahí dos de las tres baguettes compradas en la panadería. “¡Panadero!”, grita Dino al entrar en el negocio de su amigo Luis, que ya tiene separado el dinero correspondiente. “Antes yo vivía enfrente, y desde entonces me acostumbré a traerle también para él, así no se tiene que mover de atrás del mostrador”, explica el pionero del rock uruguayo y luego figura del Canto Popular, dueño de un repertorio histórico en el que se destacan canciones que son como monumentos, especialmente “Milonga de pelo largo”, que vendrá a tocar este fin de semana a Buenos Aires, como parte de un homenaje a Zitarrosa que se realizará en el Parque Centenario.
“Una vez fui a tocar al teatro Uamá, en Carmelo. Cuando terminé, una argentina me espetó que era un atrevido, que cómo me animaba a decir que ese tema era mío, cuando todo el mundo sabía que era de Zitarrosa. ¡Fue algo que me encantó!”, se ríe Dino ante el recuerdo, y reconoce que “Milonga” es la más versionada de sus canciones por lejos. “Hay versiones en italiano, otras en inglés y me contaron que hasta hay alguien en España que la hace estilo flamenco, pero yo nunca lo escuché. Debe estar en YouTube, pero no me doy maña con eso, no puedo estar mucho tiempo frente a la computadora”, confiesa Dino, que conoció a Zitarrosa en la radio, cuando él trabajaba en la discoteca y don Alfredo en el informativo. “Como dice Juceca, estaba siempre impecable. Era un compañerazo, y cuando se divertía le brillaban los ojos con algo de malicia”, dice, sentado en su cocina, preparando un mate, que ya no toma, y convidando pan, que ya no puede comer porque, revela, cuando dejó el cigarrillo sólo le siente gusto a sal. Desde sus recién cumplidos 70 años, Ciarlo calcula que lo único que le falta ahora es lograr sacarse un litro de vino por día. “Es todo cuestión de fuerza de voluntad –explica–. Cuando decidí que no iba a fumar, no fumé mas. Y hasta pido que me fumen al lado. Hay momentos en que doblaría un clavo con los dedos, porque todavía tengo fuerza en las manos. Pero no. Dije no, y es no.”
Aunque sabe que tal vez sea su canción más conocida, “Milonga de pelo largo” no está entre los temas preferidos de Dino. Tal vez ese lugar lo ocupe la extraordinaria “Tablas”, que Jaime Roos eligió para incluir en Contraseña, su disco de versiones. “Lo hice cuando trabajé de utilero en el Solís”, recuerda su autor, que también incluye en esa lista canciones como “Mi ciudad”, “Viento del sur” y “Para la vieja dama Elisa”, un tema de su olvidado primer disco solista, Underground... Dino, recientemente desenterrado en una compilación bautizada como Prehistoria de Dino. “Fue el primer tema que me hizo pensar que tal vez podía dedicarme a esto de hacer canciones”, confiesa. “Elisa era la tía de mi madrastra, que cuando tenía doce o trece años lo llegó a ver a Roberto de las Carreras. Era de la alta burguesía de Montevideo, de principios de siglo, y contaba que cuando el tipo aparecía la trompeaban para adentro de la casa, porque este loco no dejaba títere con cabeza. Era una cosa maravillosa la vieja. Cuando yo me fui a vivir un tiempo con mi padre, ella era mi compañera de cuarto. ‘Usted es tan desdeñoso, mi Capitán’, me decía”.
¿Qué tiene que tener una canción para ser buena?
–Si es ajena, me tiene que dar envidia no haberla hecho yo. Como esa del Grupo Pareceres, “Momentos”. Cuando la escuché fue como si me hubieran metido un dedo en el culo. “Cómo hallar en un momento tu rostro desvanecido, incierto. Por el tiempo que, implacable, va borrando lo vivido, dentro”. Chau.
¿Y si es tuya?
–Tiene que dolerme. Si no, no. También te puede pasar lo que me pasó con el tema “Guardo tantos recuerdos”, del disco Vientos del sur. El Garo Arakelián me hizo una versión en su disco, pero también la usaron en Tus padres volverán, un documental sobre el regreso de los hijos de los exiliados políticos. Está tocada diferente, y cantada por una muchacha, Cecilia Trajtenberg. Aparece en los títulos, al final de la película, y recién ahí yo me di cuenta, la mierda, qué buena canción. Claro, es algo que no percibís cuando la tocás vos, y tampoco cuando la canta un amigo, que pensás nomás que te hizo un favor.
Todas tus canciones en cierto sentido duelen...
–Me han dicho muchas veces que son demasiado obvias, y los que saben de poesía dicen que tendrían que tener un poco más de misterio. Pero yo en eso estoy con Odysseas Elytis, que dice que el verdadero misterio está en la luz, por la sombra. Yo sólo trato de ser simple, sencillo y directo. Hubo un poeta japonés que escribía sus haikus, o como se llamen, y no se los mostraba a sus pares, sino que se los mostraba a la sirvienta. Si ella los entendía, estaba bien. Es esa clase de cosas que vos decís: esto está bien, así es como ha de ser.
Dino también cuenta que, a esta altura de su vida, sabe que como artista se tienen ciertas obligaciones. “Yo aprendí que la gente para venir a verte se pone lo mejor que tiene, o lo más nuevo, y entonces vos no podés subir sucio ni mamado, como hice alguna vez”, cuenta. “Y también que la canción que esa noche tenés ganas de decir, ‘ta, ésta no la canto, me hago el chancho rengo y no la canto’, a veces es justo la que tenías que cantar”, explica, y pone como ejemplo justamente la “Milonga”, que más de una vez le han contado que se cantaba dentro de la cárcel, en la época de la dictadura. “Una vez fui a tocar a Bella Unión, uno de los lugares más apartados del Uruguay: me tomé el ómnibus a las 8 de la mañana y nos bajamos a las 5 de la tarde. Y si hubiese salido de Montevideo tendría que haberlo tomado a las 3. Era un lugar donde nunca había tocado, y estaba lleno de gente que se sabía las canciones. En eso se me acercó un veterano de mi edad, a decirme que hacía 35 años que estaba esperando el momento de poder darme la mano. Esos son los verdaderos premios, no los Graffiti ni otros que te dan por ahí.”
Cuando se le pregunta de dónde salió un tema como “Milonga de pelo largo”, Dino cuenta que salió de estar recién casado y tener un hijo. “Corría el año 67, y nos fuimos a Brasil a tocar rock’n’roll con un grupo que se llamaba Sound Machine”, recuerda. “En pocos meses nos sacamos un premio al mejor grupo del sur de Brasil, pero el problema era que allá también había dictadura, así que nos volvimos. Hubo que empezar a buscar trabajo, y algo se consigue, pero como la época está salada, te echan y vas al seguro de paro. Y ya no conseguís más. Y empezás a mirar la cara de los muchachos, por eso ‘ojos oscuros como la noche’. Sos tan joven y tenés tantos problemas, tenés que renunciar a cosas tan importantes, como el cigarrito, y no podés ni ir al cine. Tenés que dedicarte a comer arroz, y cuando se termina el seguro de paro, olvidate. Por eso nació la ‘Milonga’”, intenta explicar Dino, que recuerda que la cantó por primera vez en la Plaza de las Misiones, para sus amigos del barrio. “Algunos aullaban: Dale Nariz, seguí que vas a llegar lejos. Pero yo no pensaba nada, fue algo que no hice conscientemente, simplemente me salió. Porque, además, no estaba escrito en ninguna parte de mi vida que yo algún día iba a poder escribir. Nunca me orienté para eso, ¿me entendés?”.
De chico, cuenta, quiso ser lo que querían todos. Y enumera: “Médico, abogado, sacerdote”. La última opción de la lista llama la atención, y Dino rápidamente se justifica. “Es que fui al colegio San Miguel Arcángel”, dice mientras se encoge de hombros, y recuerda el terror que le inculcaron allí desde el primer día. “Un cartel que había pegado en la puerta de entrada decía: Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo. Tenía seis o siete años cuando yo leía eso, imaginate”. Tuvo que empezar a trabajar desde los doce años, y entró en la radio porque tenía un tío que era jefe de informativos.
Mucho antes del viaje a Brasil y la Milonga, Dino vio a Bill Haley en la película Semilla de maldad y sintió como si le hubiesen pegado una trompada. Hay una frase suya en esa Biblia del rock uruguayo que es el libro De las cuevas al Solís, de Fernando Peláez, que lo pinta de cuerpo entero, a él y a la época. “Una vez fui al cine Metro con jeans, camisa y chaqueta vaqueros. Una pinturita. Y no me dejaron entrar porque decían que estaba... ¡vestido de mecánico!”. Se ríe al recordar la frase, y recuerda que esa época los hombres y las mujeres iban muy bien vestidos a todos lados, incluso al Estadio Centenario. “Nosotros éramos los que rompíamos un poco el chiquero”, explica. “La sociedad no estaba acostumbrada a ver tipos de pelo largo y rock’n’roll, y te estoy hablando de antes de los Beatles”
Y si era antes de Los Beatles, ¿Por qué el pelo largo? ¿A quién imitaban?
–No sé por qué. Pero el problema es que, cuando sos joven... ¡te crece mucho el pelo!
Por entonces, Dino aprendió rápidamente a tocar guitarra y armó un grupo que se llamó Los Gatos. Cuando se le recuerda que en Argentina había uno llamado igual, aclara enseguida: “Ellos se llamaban Los Gatos Salvajes”. Pero no sólo fue uno de los protagonistas de la incipiente movida beat uruguaya, sino que también –por su trabajo en la radio– uno de sus principales difusores. Conoció a Eduardo Mateo cuando todavía era sesionista (“era un animal”), y luego en Los Malditos, con los que llegó a tocar todos los fines de semana. “Nos poníamos contentos cada vez que llegaba Rada de Buenos Aires”, agrega. “Porque para nosotros eso significaba que íbamos a tocar con Ray Charles.”
Después de aquel viaje a Brasil, sin embargo, Dino empezó a hacer con su música lo que, según cuenta, “estaba cantado que iban a hacer todos”. Porque la Tropicalia estaba en auge, y en Uruguay tenían que intentar lo mismo con el candombe. “Un grupo como El Kinto estaba en eso, hacía una fusión que era gloriosa”, recuerda Dino, en referencia al grupo mítico de Mateo y Rada. “Pero el Tótem de Rada fue algo único”, se entusiasma. Por entonces, sin embargo, también explica que en los recitales se empezó a condenar con silbidos a los que usaban instrumentos eléctricos, porque eran considerados símbolos del imperialismo. “Yo nunca estuve de acuerdo, siempre usé guitarras de folk con cuerdas de acero”, aclara, al tiempo que recuerda haber tocado con su grupo Montevideo Blues –con los que editó la primera versión de “Milonga de pelo largo”, en 1972– una noche, bien eléctrico, nada menos que ante Daniel Viglietti. “Pensé que al final del show nos mataba, pero se nos acercó y nos confesó que, si hubiese sabido que existíamos, su disco Canciones chuecas lo grababa con nosotros”.
Aquella era la época, explica Dino, en que muchos uruguayos decidieron que se iban del país. “Yo fui uno de los tantos que hizo aquella cola interminable, de madrugada bordeando el Estadio Centenario, porque ahí estaba la oficina que te daba los pasaportes”, recuerda el cantante, que aclara que esto sucedía mucho antes de la dictadura, con Pacheco como presidente. “Me acuerdo que por entonces tenía el pelo bien largo, y las muchachas que sacaban la foto para el pasaporte me lo escondieron con horquillas para que no tuviese que cortármelo”. Pero nunca lo usó, aclara. “Tenías dos opciones, o te ibas o te quedabas. Y si te quedabas, no era para colaborar. Tenías que estar con tu gente”.
Pasando sus canciones al ritmo de milonga –sus características milongas rockeadas–, Dino se reconvirtió en uno de los referentes del Canto Popular, un movimiento artístico que se enfrentó con la dictadura uruguaya. “Poco a poco te vas dando cuenta que tenés enfrente a un enemigo poderoso”, explica. “Nunca estuvimos tan juntos los uruguayos como en aquel tiempo”. Hoy recuerda como una de las cosas más lindas de la época cuando llegaban a burlarse de la autoridad. “Era maravilloso”, dice. Y explica que, antes de cada concierto, había que presentar una lista con las canciones que se iban a interpretar, nombre de los autores, cédula y dirección de cada uno de los músicos. “Pero no te pedían una partitura”, aclara, y cuenta la noche que al final de uno de los temas aprobados agregaron un fragmento de una canción de Zitarrosa, interpretado por el flautista de la Reina de la Teja, y las 8 mil personas presentes en el Palacio Peñarol se vinieron abajo. “No sabés lo que fue aquello”, recuerda. “Fue grandioso, una de las cosas más lindas que me pasaron en la vida. ¡Y también no sabés cómo nos sacaron del escenario! Estás de vivo, qué te crees, me decían. Y yo les respondía: ¡ustedes me permitieron tocarla! Y les mostraba el papel firmado.”
Pero también de aquella época es una canción como “Arma de doble filo”, otro de sus clásicos. “Lo saqué de un artículo sobre la pintura de Hugo Mercader, a la que calificaban con la frase que usé como título de la canción”, revela Dino. “Me quedó en la cabeza, y se me apareció en una de mis peores épocas, en la época de oro del Canto Popular, donde podés venir de tocar para diez mil personas, todos te tratan bien, qué grande y todo eso, pero en tu casa estás solo como un perro”. Fueron épocas de pasarla mal con el alcohol, confiesa, hasta que un día Labarnois y Cabrero, junto al “Bocha” Benavídez, le hicieron un juicio político. “Usted no puede estar haciendo lo que está haciendo”, cuenta que le dijeron. “Y tenían razón. Porque yo era casi un símbolo para una cantidad de gente, y no podía andar por ahí, dando lástima. A partir de entonces no tomé más grapa con limón, ni whisky, ni nada. Me dediqué al vino, que era mucho más manejable”.
Lo que resulta admirable es que, en épocas tan vigiladas, de uno y otro lado de la trinchera, Dino haya logrado hacer un clásico como Vientos del sur, un disco en el que reinventó a su manera la milonga, basándose en el folk anglosajón y la canción francesa. Pero además, como bien señala Andrés Torrón en su libro 111 discos uruguayos, lo sorprendente es que, en ese trabajo nocturno e invernal, más de la mitad de sus canciones celebran al sexo como un vehículo de libertad. “Si bien es un disco autobiográfico y melancólico, es también una celebración del amor y el erotismo en uno de los momentos más duros de la historia del Uruguay”, escribe Torrón. Cuando se le pregunta cómo pudo evitar otro juicio político por aquellas letras, Dino se ríe, y asegura que esa vez el Bocha Benavídez lo defendió ante los que efectivamente consideraban que esas canciones eran una vergüenza. “Si no me hubiesen criticado, no sería quién soy”, murmura el cantante, que confiesa que esa temática apareció naturalmente en aquellas canciones. “Uno tiene deseos y actividades, y no es el único. Porque hay una cantidad de gente que hace lo mismo. Son muchos más que vos, pero el asunto es que todos ellos se callan”, calcula Dino, que recuerda que no siempre los hacía en vivo, pero que llegó a tocar algunas veces los temas del disco durante aquella época. “Siempre me quedé asombrado porque había mucha gente que los conocía.”
Además, luciendo una remera en la que se lee la frase La vida es un litro abierto, y que dice usar en honor al Rubbaiyat de Omar Khayyam, Dino confirma la impronta general del disco con el recuerdo de la noche en que compuso el tema que lo bautiza. “Fue una Nochebuena que me había peleado con una novia que tenía, y cuando llegué a mi casa descubrí que mi tía y mi abuela no estaban”, cuenta. “Ahí me empecé a dar cuenta de la subjetividad de las fiestas tradicionales, porque la pasé solo y no me morí. Al contrario: el joven Ciarlo en aquella época tenía guardaditas unas botellas de vino y acababa de descubrir a Khayyam, era una noche de sudestada y estaba frío, y ‘Viento del sur’ salió así. Incluso con la música, y por suerte alcancé a transcribir las notas, porque si no me las iba a olvidar. Como me pasa ahora, que hay veces que me despierto en medio de la noche con una canción en la cabeza, letra incluida. Pero apenas hago el movimiento de levantarme, ya me la olvidé.”
Aunque se enorgullece de tenerlo y no haberlo usado en los tiempos más duros, Dino terminó usando ese pasaporte del pelo largo y las horquillas cuando ya no era cuestión de vida o muerte. Peleado consigo mismo, se reencontró con una vieja novia que tenía la vida hecha en Suiza, con un hijo pequeño y todo, y decidió viajar para probar suerte. “Me voy y los problemas los dejo, me dije. Pero me los llevé conmigo”, confiesa. Se casó y estuvo cinco años viviendo allá, pero cuando la pareja fracasó lo primero que hizo fue pensar en volver. Le contó a Aldo Novick, autor del libro Momentos, relatos y fotos de la música uruguaya, que cuando llegaban las encomiendas, con una amigo lo primero que hacían al abrirlas era oler la humedad, que para ellos en Suiza no había. También guardaban como un tesoro una guía telefónica de Montevideo, de donde leían nombres y se imaginaban sus vidas. Y llegaban a quemar al mismo tiempo los fósforos de madera con los escarbadientes, para sentir el olor a medio tanque. “Me volví con una mano atrás y otra adelante”, dice Dino, que se apareció por el molino en el que trabajaba antes de irse, donde le dijeron que en Montevideo no lo precisaban. Si se animaba, agregaron, había lugar para él en Dolores. “Cómo no me iba a atrever a viajar 300 kilómetros, si había estado a 15 mil de distancia, por favor”, se asombra hoy al recordar la propuesta, de la que ya han pasado mas de dos décadas.
Al comienzo, confiesa, no fue nada fácil. “Yo siempre he tenido grandes problemas con Jekyll y Hyde, con el Dino y el Gastón”, intenta explicar. “No tengo idea por qué me pasa eso. Tal vez porque soy hipercrítico conmigo mismo. Creo que no tengo eso que llaman autoestima”, calcula Dino. “Hace tres años que me jubilé, y ahora que estamos juntos todo el día, pienso que nos llevamos bastante bien. Pero fue una cosa muy embromada durante mucho tiempo. Porque no podía soportar escuchar mis canciones. Viajaba a Montevideo a visitar a mis hijos, que eran pequeños, y en la radio del ómnibus me pasaban bastante, y me daba como cosa.”
Durante su estancia en Suiza, cuenta, no agarró ni una sola vez la guitarra. Y, antes de viajar, ya llevaba más o menos la misma cantidad de tiempo sin tocar. Así que cuando se instaló en Dolores, se había pasado casi una década sin ser Dino. No se podría decir que lo hubiesen olvidado sus congéneres, pero había terminado siendo demasiado rockero para los folkloristas, y demasiado “cantopopu” para los rockeros. “Cuando estalló el rock de los 80 yo estaba en otra cosa, era la época de las grandes peleas del Dino con el Ciarlo”, recuerda. “Pero era algo que se veía venir, porque las guitarras y los bajos eléctricos se seguían vendiendo. Era claro que el rock iba a volver a aparecer, y me parece bárbaro que así haya sido”. Aquella nueva generación rockera cortó lazos con el pasado, salvo por el grupo Níquel, que con Jorge Nasser al frente tendió puentes con la historia rockera uruguaya en su momento de mayor éxito, editando a comienzos de los 90 un disco llamado De memoria donde se colaron muchas de las canciones de Dino, que por entonces todavía estaba en Suiza.
“Yo creo que muchos de los problemas que tuve fue por la crisis de los 40”, dice ahora Dino. “Porque ya estaba acá cuando cumplí 50, y te juro que sentí como un alivio.” Si bien, al comienzo, en Dolores nadie lo reconocía, algunos de sus compañeros de trabajo en el molino empezaron a darse cuenta con quién trabajaban. Y fue justamente con ellos que Dino volvió a tocar, en una banda que bautizaron como La Dolores. “Vuelve un padre de canciones”, anunció Fernando Cabrera, productor del apropiadamente titulado Cruzar el río, el disco con el que Dino anunció su regreso, que intercalaba canciones históricas con otras nuevas. “¿De qué época es esta música? De muchas. La música de Dino parece flotar en el tiempo sin estancarse en una década. En su juventud siguió el sonido de los Rolling Stones, pero iba hacia Elvis. También persiguió un blues montevideano, o una milonga ardiente que lo dejó luego en una milonga más universal, es decir más uruguaya”, escribió Cabrera en el librillo que acompañó el disco. “Renunciante del retiro, Dino pone de nuevo en las vidrieras la inocencia, esa posible verdad en pocas y exactas palabras”.
Ahora que las mañanas son suyas, Dino cuenta que las dedica a la lectura. “Como mi vida siempre fue de levantarme muy temprano, para el turno de la mañana, me quedó la costumbre. Así que ahora aprovecho y me siento tranquilo con un buen libro”. Está disfrutando, cuenta, una antigua enciclopedia de literatura universal de unos 24 tomos, que le compró a un librero que encuentra los domingos en la plaza principal de Dolores. “Vengo bien, ya voy por el tomo 8”, se enorgullece el músico, que al año de llegar a su ciudad adoptiva conoció a Margarita, la mujer que lo acompaña hasta el día de hoy. “La conocí en un bar, era amiga del dueño”, cuenta Dino. “Las doloreñas son muy emprendedoras, así que a los tres días ya estábamos viviendo juntos.” Su nombre titula el tema que abre el que hasta ahora es su último disco, el admirable Vivo y suelto, que incluye una versión de “Entonces”, de Jaime Roos –que suena como si la hubiese hecho Pink Floyd–, y la extraordinaria “Hombre envejeciendo”, una especie de continuación de esa obra maestra que es “Autobiografía Nro 2”, que apareció originalmente en Viento del sur. Pero las canciones, anuncia, siguen saliendo, así que ya está preparando al sucesor.
“Por ahora, lo único que puedo asegurar es que va a incluir una versión dinesca de ‘Las Golondrinas’, del maestro Falú”, adelanta Dino, que también forma parte de los Kafkarudos, suerte de Travelling Wilburys uruguayos, que integra junto a Walter Bordoni, Alejandro Ferradás y Tabaré Rivero. “Vinieron un par de veces a encontrarse conmigo en Dolores, y entre el pelo blanco de Bordoni y la pelada de Tabaré revolucionaron al pueblo”, cuenta Dino, que aún recuerda cuando los punks locales tocaban el timbre de la casa de su suegra –que vive casi al lado de la suya– preguntando por el líder de la Tabaré. También habrá nuevo disco de los Kafkarudos, anuncia Dino, que confiesa que aún no se terminan de acostumbrar a que Eduardo Darnauchans, el particular Roy Orbison del grupo, haya muerto antes de llegar a grabar el disco debut, que incluye el que tal vez sea su último tema, “Madrugada filipina”. “Cuando grabé esa canción, sentí algo que sólo había sentido antes el día que me engañaron para que me parase delante del Cuarteto Zitarrosa en un homenaje, a cantar la ‘Milonga del pelo largo’. Esa vuelta lo vi al viejo Alfredo parado con las manos cruzadas delante mío, mirándome con el ojo medio cerradito, que era como te miraba a ver si dabas la talla. Y lo mismo me pasó con el Darno, cuando entramos a Sondor para grabar esa canción en el disco de los Kafkarudos. Sentí que el Darno me estaba mirando. Yo lo quise mucho, muchísimo. Mucha gente dice que era muy dark, pero para mí siempre fue un tipo luminoso.”
Aunque sigue teniendo canciones por escribir, Dino confiesa que últimamente tiene como un prurito de discreción o de vergüenza. “Pienso: a quién le puede importar esto. Si ya estoy fuera de concurso, si ya estoy más cerca de la puerta de salida que de la entrada. Pero sé que igual tengo algunas cosas pendientes, que estoy tratando de resumir.
¿Sentís que escribís mejor ahora que antes?
–No lo sé. Pienso que no. Porque vas madurando y también quiere decir que te vas pudriendo. Ya no tengo aquella mirada esperanzada, que creía en la gente, en el otro. Ahora me veo los ojos, y tengo ojos de viejo. Ya sé que soy falible. Los emperadores romanos llevaban siempre un esclavo que les decía, no te olvides que sos mortal. Porque eso pasa, cuando sos joven decís a mí no me puede pasar nada, y hacés cualquier cosa, y decís cualquier estupidez. Ya no es así. Yo ahora vivo en mi mundo. Tengo otro mundo dentro mío, con mis valores. Y vivo ahí, esté donde esté.
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