PERSONAJES > MARICEL ALVAREZ
Es una de las actrices argentinas más reconocidas internacionalmente: trabajó con Alejandro González Iñárritu (como protagonista de Biutiful) y con Woody Allen en un papel muy breve. Maricel Alvarez fue alumna de Carlos Parrilla y Laura Yusem y la dirigieron Villanueva Cosse, Rubén Szchumacher y sobre todo su compañero Emilio García Wehbi, con quien forma una dupla profesional y personal. Desbordante, exquisita e inquieta, está presentando un libro-objeto, Yo tenía un alma buena (fragmentos de un relato mutilado), sobre la inolvidable instalación teatral que hizo en 2013 en Fundación OSDE. En esta entrevista, habla de su temprano amor por Lorca, de su trabajo como audaz directora y de cómo se hace para caminar la alfombra roja en Cannes.
› Por Mercedes Halfon
Maricel Álvarez dice que el primer lazo que anudó su vida con el teatro fue un libro. Según cuenta, de niña era una ávida lectora, devoraba todo aquel material de lectura que sus dos hermanas mayores dejaran a su alcance. Pero la imagen grabada a fuego es la de un libro que ganó en una promocionada rifa de su escuela primaria: las obras teatrales de Federico García Lorca. “Recuerdo estar en la cama, con 40 grados de fiebre, leyéndolo como una loca y que mi mamá se preguntara ¿Qué le pasa a esta criatura?” Estaba tomada, fascinada por esas voces y esos libros. Más tarde, guiada por la misma certeza, se anotó en la carrera de Letras de la UBA. En un segundo plano el teatro ya estaba despuntando y como una mancha voraz, iba a empezar a crecer, hasta ocuparlo todo.
Lo que se puede notar es una especie de continuidad entre aquella niña y esta mujer. Hoy Maricel Álvarez, una de las actrices argentinas más reconocidas internacionalmente, la única que trabajó con nombres como Alejandro González Iñárritu y Woody Allen, está presentando un libro. Claro que no se trata de un libro convencional, porque ella tampoco lo es. Se trata de un libro objeto sobre la video instalación teatral Yo tenía un alma buena (fragmentos de un relato mutilado), que Maricel hizo en el Espacio de Arte de Fundación OSDE en 2013. En aquella oportunidad la performance estaba protagonizada por ella, que se había rodeado de colaboradores de lujo: el dramaturgo Santiago Loza, la fotógrafa Nora Lezano, el músico Marcelo Martínez y el diseñador Martín Churba. Aquella velada, para los presentes, fue una gema. Y como suele suceder con las mejores performances, logró alcanzar una sobrevida en otro formato que de algún modo condensa esa experiencia. Ese es el caso del ahora libro de imágenes, poesía y ensayo Yo tenía un alma buena.
Años más tarde de esa “fiebre Lorca”, Maricel Álvarez dio sus primeros pasos en el camino de la actuación. Por cercanía con su hogar se inscribió en un taller de teatro en la Universidad Popular de Belgrano donde el docente era nada más ni nada menos que el –posteriormente– actor de culto y estrella del show televisivo de Antonio Gasalla, Carlos Parrilla. De él, sin duda adquirió parte del desenfreno y la energía bestial que Maricel despliega como intérprete. “Carlos también venía de Letras, así que cuando yo me anoté en la UBA él me aconsejó que no cometa ‘el error’ de recibirme. Y cumplí, claro ¡al pie de la letra! Luego de ese primer año de clases con él, como era muy humilde y no se tomaba para nada en serio a él mismo, me dijo ‘ahora andá a estudiar en serio’.”
Por esos días, el impacto de la visión de Paso de dos de Eduardo Pavlovsky, un hito estrenado en el teatro Babilonia con dirección de Laura Yussem, terminó de decidir su rumbo. En aquella obra, cuenta “Stella Gallazi, Susy Evans y el gran Tato hacían tres trabajos memorables. Es increíble que hace pocos días haya muerto Tato. Siempre lo vamos a estar nombrando”, dice y se entristece: “Yo tenía 17 años y quedé cautivada. En ese momento todavía se estilaba que los maestros te tuvieran que admitir en sus escuelas de teatro, así que hice una entrevista con Laura, y para mi gran honor, ella me aceptó. Yo era la más chiquitica de la clase. Aun hoy me considero su discípula.” Entre estas clases, otras de danza contemporánea y otras experiencias pedagógicas en el exterior, terminó su primera formación.
Y fue también de la mano de Laura Yussem que Maricel empezó su camino profesional. En el 95 le puso el cuerpo a Tratála con cariño de Oscar Viale, dirigida por su maestra, con la que se reinauguró un punto obligado para el teatro independiente de todos los tiempos: el Teatro del Pueblo. Le siguieron una serie de trabajos en el Teatro San Martín como Luces de bohemia, dirigida por Villanueva Cosse e Ifigenia en Aulide de Ruben Szchumacher, donde era –junto a Andrea Garrote, Irina Alonso, Fabiana Falcón, Gaby Ferrero, Ana Garibaldi, Inés Saavedra, María Inés Sancerni, entre otras– una de las magistrales, heladas y coreográficas coreutas de esa versión inolvidable.
Por ese entonces se produjo el verdadero encuentro definitorio. Gracias a la recomendación de un amigo en común –el escenógrafo y artista visual Norberto Laino– Maricel entró a trabajar como actriz en dos espectáculos que Emilio García Webhi dirigía en solitario: una era Sin voces, su primera ópera para el Centro de Experimentación del Teatro Colón. La otra Cuerpos viles, un trabajo espeluznante creado por Wehbi en el marco del Proyecto Museos de Vivi Tellas. Se trataba de una versión teatral del Museo de la morgue judicial en la que Maricel con un vestidito blanco pegado al cuerpo y la piel azul de tan blanca, era una especie de muerta che parla, que atronaba su voz y sus reclamos a los espectadores que transitaban las salas de este “museo” cito en el sótano y viejos camarines del Centro Cultural Rojas.
Corrían los últimos años de los 90, el Periférico de objetos –integrado por Wehbi, Daniel Veronese y Ana Alvarado– estaba en pleno auge, pero cada uno de sus miembros empezaba a dirigir piezas en solitario. Así fue que Maricel comenzó a trabajar como actriz con Emilio García Wehbi y ya no volvieron a separarse. Una arriba y uno abajo del escenario, compañeros de escena, compañeros de ruta, brainstorming constante; las colaboraciones mutuas en este dúo han cobrado distintos formatos desde entonces, pero lo cierto es que son una pareja artística de las más sólidas y contundentes de las artes escénicas de nuestro país.
Y la cantidad de obras que hicieron juntos son innumerables, porque son básicamente todas. Por citar algunos ejemplos de obras dirigidas por él y protagonizadas por ella: el impactante Rey Lear con texto del argentino/español Rodrigo García, Hécuba o el Gineceo Canino con texto de Wehbi donde Maricel tenía uno de los monólogos más apabullantes que puedan ser recordados en nuestra escena, Dolor Exquisito que fue la introducción de Sophie Calle en la Argentina, Bambiland de Elfriede Jelinek, unipersonal electrizante de Maricel. “Nos conocimos en el trabajo, fuimos primero compañeros de trabajo” dice ella que es una profesional que profesa un respeto infinito para nombrar lo que sucede en un escenario. “Y después nos enamoramos. Afortunadamente descubrimos primero que nos llevábamos muy bien trabajando, eso permitió que pudiéramos compartir la profesión además de seguir construyendo nuestra vida.”
Si bien las colaboraciones eran fundamentalmente de ella como actriz, Maricel también trabajaba en el campo de la producción y luego en el diseño coreográfico de las piezas. La pregunta es, claro, como se articulan esos roles sin conflicto: “Se viene dando muy naturalmente porque durante mucho los roles actriz/ director estaban muy definidos y estábamos cómodos así. Pero hubo un punto en que a partir de propuestas en las que nos invitaban juntos a dar cursos que concluían con una experiencia espectacular, que empezamos a compartir la dirección. Dimos un paso claro en el año 2010 cuando dirigimos juntos Dr. Faustus.” La evaluación de esa experiencia fue positiva: “Fue vivida tan plenamente y el complemento entre las dos cabezas produjo un material que nos resultó tan atractivo que decidimos seguir intentándolo siempre que se diera la oportunidad. Y se fue dando.”
Hay que decir que la mezcla de Maricel y Emilio no es igual a la suma de sus partes. Hay una impronta de los trabajos hechos a dúo que difiere a los trabajos en solitario de Emilio, y a los que –como se iba a empezar a notar– iba a dirigir ella.
Fueron más de diez las obras que trabajaron a partir de esta comunión. Con distintos tipos de producción, a veces en teatros oficiales, otras independientes, o comisionados por festivales extranjeros, pero siempre partiendo del deseo de hacer, de cierta prepotencia de la autogestión muy propia del teatro independiente argentino. Maricel reflexiona: “Afortunadamente no ha sido fácil, porque eso me ha obligado a activar la cabeza para generar proyectos, pensar materiales. Una tarea que a la larga se ha convertido en una forma propia de trabajar. Y a veces uno ya no quiere correrse de ahí y se convierte en algo irrenunciable. Y luego esa nueva instancia que se abre es convertirme en creadora. No sé si merezco esa etiqueta, pero tiene que ver con lo mismo: pensar un material de cero, un dispositivo, unos colaboradores. Un poco de eso se trata Yo tenía un alma buena.”
Así llegamos en este recorrido a las piezas que Maricel va a dirigir. Luego de unas puestas en el extranjero llegó la video instalación teatral Yo tenía un alma buena (fragmentos de un relato mutilado) de la que fue directora e intérprete comisionada por Fundación Osde. La videoinstalación escenificaba la idea de un doble que estaba presente de diversos modos, en diferentes estados: sólido, líquido, imagen y sonido, cuerpo y partículas de luz. Esta videoinstalación ha mutado tanto, ha sido tan maleable que hoy llega al papel –y a la edición digital–en un libro que consta de imágenes y fragmentos del poema de la video instalación, más tres ensayos inéditos de Edgardo Cozarinsky, Teresa Riccardi y Emilio García Wehbi.
Al mismo tiempo que se producía esa performance, comenzó a trabajar en el espectáculo Yo te vi caer, con texto de Santiago Loza, en la que el mismo Loza y la coreógrafa y bailarina Diana Szeinblum estaban sobre el escenario. Fue estrenado en el TACEC de La Plata en el marco del Festival Panorama Sur. Un espectáculo exquisito que no era ni de danza, ni de poesía, ni de teatro, pero todas esas cuestiones estaban anudadas en la performance de un modo radical. “Pienso incluso destruir los formatos para construir nuevos formatos. Que estén en un lugar entre, un lugar que no vamos a definir nosotros acá. Experiencias más vinculadas a las artes visuales, contaminadas por lo teatral. Teatro performático, o performance teatral, o como gustes. La academia quiere categorizar, estabilizar estas experiencias, pero yo prefiero no definirlas en principio.”
En medio de todo este periplo teatral Maricel Álvarez se convirtió una cara conocida por el gran público a partir de su trabajo en el cine. Todavía está en cartel Mi amiga del parque de Ana Katz, donde interpreta el inquietante rol de hermana de la protagonista. Antes participó en otras comedias argentinas como Las insoladas y Días de vinilo. Hubo también un “bolo” –en sus palabras– en A Roma con amor de Woody Allen. Pero sin duda la catapulta fue el coprotagónico junto a Javier Bardem en la desgarradora Biutiful de Alejandro González Iñarritu, con la que recorrió las alfombras rojas el mundo.
Es curioso, porque ella que viene de compartir la vida con un director tan polémico como Wehbi (que en sus últimas obras, por ejemplo, se saca sangre en escena) dice de su primer director en la gran pantalla: “Alejandro es un director muy discutido. O lo detestan o lo aman, uno está en medio de ese fuego cruzado y no lo puede creer, el nivel de hostilidad o fanatismo.”
Maricel fue elegida después de realizar una larga serie de castings en Argentina primero, en España después. El trabajo con la película fue duro, cuatro meses intensos, Iñarritu es un director obsesivo que filmaba a veces durante dos días una misma escena. Su personaje es el de una mujer inestable, frágil, incluso algo dañina en su necesidad total de ayuda. Pero una vez finalizado el rodaje y terminado el filme, todavía faltaba el lanzamiento de la película al mundo, la seguidilla de festivales internacionales, los flashes, las notas, la incertidumbre de lo que se abría y se cerraba con esa experiencia.
Por algunos meses Maricel se sentía y con razón, en el candelero: “Estar en ese lugar es como un torbellino que te centrifuga. Lo que hay a tu alrededor es muy atractivo, pero tiene mucho de ficción, de construcción y tiende a marearte. Incluso lo ves en tus compañeros, algunos muy quemados por esta exposición, muy disociados. Por eso pensaba que si bien está bueno estar ahí, también está bueno ver cómo fugar. Es algo que hablábamos con Javier mismo, que es una persona excelente con la que nos convertimos prácticamente en familia, yo le decía en broma ¡volvé al teatro! El día del estreno en Cannes, hasta él que tenía una súper experiencia estaba con mucho miedo. Ese día para los dos fue importante buscar un punto de anclaje, de afecto. Para mí fue Emilio. Ver que todavía hay alguien a quien podés mirar a los ojos y no te permite que te confundas respecto de vos y respecto de nada de lo que hay a tu alrededor.” Por eso, reflexiona Maricel como cierre: “Aproveché, en el mejor sentido de la palabra, la visibilidad que me dio esa película para fortalecerme como intérprete y poder defender proyectos que no hubieran tenido ningún espacio, ni ninguna difusión si no hubiera sido por el lugar en que me puso Biutiful.” Lo bueno es que esa fuga la trajo de vuelta a la escena argentina donde Maricel brilla sin necesidad de ningún flash.
Yo tenía un alma buena estará en versión digital (y gratis) mediante un procedimiento muy simple de suscripción vía email a través de la página de fundacionosde.com.ar
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux