Dom 25.10.2015
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CINE EN POPA

Como todo semi-ritual, similar a traer de regalo los supuestos mejores alfajores del mundo y posar ante el eterno lobo de mar, una vez al año nos convoca el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Oportunidad para reencontrarse con varias figuritas difíciles que entran en el circuito de festivales del mundo, desvelarse con sus trasnoches de gore, abrir una renovadora ventana de nuevos talentos latinoamericanos y argentinos, y perderse en una amplia –muy amplia– selección dedicada a Rescates en copias dignas y originales, tanto locales como internacionales, cortesía de su nuevo director artístico, el historiador y restaurador Fernando Martín Peña. Acá una guía para no ahogarse en su cartelera.

› Por Fernando Krapp

TODO POR 2

El festival hace una amplía gala de los pesos pesado de la cinematografía mundial (más bien tirando a festivaleros, hay que decirlo). Y en esta oportunidad, no faltan los votos cantados: se verán la última producción de Takeshi Kitano, de quien no teníamos noticias en los últimos años y ahora desciende de su nave nodriza con una parodia al cine de yakuzas. Y la última de Takashi Miike, también con yakuzas pero vampiros (si te muerde uno te convertís en… yakuza). La nueva del polaco Jerzy Skolimovski, del maestro francés Jean-Marie Straub, del incansable hongkonés Johnny To y del fino y afrancesado taiwanés Tsai Ming-Liang, cuyos seguidores porteños suelen ser legión. Todos tienen una nueva gota para agregar al vaso de sus filmografías, pero quien ganó el último festival de Locarno fue el surcoreano Hong Sang-soo con su película Right Now, Wrong Then.

Suele comparárselo con Woody Allen. Y como si esa comparación no le hiciera mella ni daño, más bien todo lo contrario, la película número 17 de Hong Sang-soo parece un homenaje a Melinda & Melinda, y a la vez, no. El título lo sugiere: hay dos maneras de tener una relación amorosa, haciendo las cosas bien ahora, y mal después. Con esa premisa sencilla, Sang-soo explota (igual que el neoyorquino) diversas maneras de narrar: cuenta el periplo de un director de cine (su acostumbrado alter ego) que viaja a un festival y conoce a una chica con quien parece que va a pasar algo, pero no. Y después, vuelve a narrar la misma película, aunque no lo hace desde el opuesto (oh, ahora sí quizás va a pasar algo entre los dos), sino que sugiere, desplaza lentamente los gestos hacia una posible nueva historia.

Película llena de sutilezas, plagada de conversaciones y espacios vacíos cargados de deseo entre dos personajes, Right Now, Wrong Then no es solo una posibilidad de reencuentro para los devotos del director surcoreano, sino también una manera de entrar en su extensa filmografía, por partida doble.


LA VIDA ENTRA EN UNA PELICULA (Y MAS)

Dos películas guardan algo de relación y a la vez sus propuestas parecen no coincidir. Se trata del último experimento cinematográfico de la artista Laurie Anderson, titulada Heart of a Dog, y la última película de la recientemente fallecida Chantal Akerman, No Home Movie.

“Esta es la historia de una historia”, asegura la voz de Anderson en off, mientras vemos imágenes animadas de dibujos parecidos a un cuento para chicos. Anderson toma como punto partida y de inicio la muerte de su perro para ir narrando, en forma de diario-collage cinematográfico, en otras cosas, el luto por la muerte de su marido, Lou Reed, la relación entre la vida y la muerte, la música, y las formas que existen de soltar a los muertos. Por momentos un poco sobrecargada, por momentos de una rara belleza, Anderson busca asumir los huecos que van dejando las personas que mueren.

“Esta es la historia de mi madre, que ya no está más con nosotros”, dice Chantal Akerman y en un sentido parecido es un diario, si se quiere: el diario de la relación entre madre e hija que también busca llenar un hueco que la muerte va dejando durante el curso de una vida. Pero lo hace con su acostumbrada puesta en escena: una cámara ubicada a la altura de la cintura, una imagen despojada de atributos aunque de una belleza tosca y única, preguntas directas, planos poco simétricos. Akerman libra una batalla dialógica con su madre, sobreviviente de Auschwitz, encerrada en su casa en Bruselas, a la vez que intenta desentrañar los pliegues de su historia familiar. Aquello que la propia Akerman dice sobre su madre lo podemos decir también sobre su propio cine al que habrá que resignarse a despedir: “Esta es una película sobre un mundo en movimiento que mi madre ya no ve”.


SADDAM TOMO SU FUSIL

Uno de los mayores atractivos del festival es la visita del director franco-iraquí Abbas Fahdel, quien viene a presentar su monumental obra Homeland – Iraq Year Zero. Un documental de seis horas de duración, dividido en dos partes, que retrata el asentamiento militar norteamericano en Irak, y sus consecuencias sociales.

El trabajo de Fahdel siempre bordeó el tema de la guerra en su país natal. Después de estudiar cómodamente en la Sorbonne, Fahdel volvió a Irak para ver qué había pasado con sus compañeros de infancia y filmó su ópera prima Back to Babylon. Retomaría el tema tanto en formato documental, We Iraquis, como en una ficción, Dawn of the World. Y ahora, con su último film ganador del festival Vision du Reel de Lyon, Francia, Fahdel vuelve a poner en imágenes cómo es vivir en tiempos de guerra. Durante 17 meses, en el año 2002, filmó a su familia, a sus sobrinos y abuelos, a las calles y los negocios de Bagdad. La primera parte, “Before the Fall” registra con una camarita mini dv en un estilo que remite al cinema veritè cómo es vivir una infancia atormentada por la inminencia de una ocupación: los juegos de niños con armas, la inocencia de ver a Saddam Hussein en el cuaderno del colegio, y la omnipresencia de la guerra, con noticieros en alerta y cadenas nacionales. En la segunda parte, “After the Battle”, las imágenes resultan aterradoras: gente armada en la calle, chicos que encuentran bombas no estalladas, escombros, balaceras caóticas a cualquier hora, marines norteamericanos paseándose como modelos, y situaciones límite, como el asesinato del sobrino de Fahdel: hecho que remite por supuesto al emblemático film de Roberto Rossellini, con la sutil diferencia de que esto es real.


EL VIAJE

Hay que aceptarlo de una vez: el LSD ya es parte del pasado. Así parece demostrarlo Guy Maddin en The Forbidden Room, co-dirigido en este caso junto a su compañero de juerga cinéfila Evan Johnson. A Maddin lo conocimos acá hace unos años por la neurótica y reiterativa My Winnipeg y por su extraña fábula con Isabella Rossellini en versión piernas-de-botella-de-cerveza llamada La canción más triste del mundo. Maddin vuelve a dar muestra de su genio como científico loco al mixturar, desnaturalizar y hacer volar por el aire los formatos y los colores. Claramente uno se imagina al director mirando de joven películas viejas, alterado por electroshocks lisérgicos y paranormales, con un efecto que le duró mucho tiempo, quizás décadas, hasta terminar (si es que termina) en The Forbidden Room. Mezcla de relato pos apocalíptico con tintes oníricos, cuenta la no-historia de una damisela perdida, un cazador de lobos, unos tipos perdidos en un submarino, un cirujano muy famoso y un par de líneas cruzadas más. Para narrarlas, Maddin y Johnson meten cuchara en archivos desconocidos, películas descatalogadas y perdidas, y van mixturando y asociando libremente su material (actúan Mathieu Amairic y Geraldine Chaplin, entre otros) con el encontrado.

A la tendencia más o menos analítica del found footage, la pareja bicéfala y deforme le pierde el respeto, tratando a sus hallazgos creativamente. En definitiva, meterse en una sala de cine es justamente eso: entrar en una habitación prohibida donde todas las asociaciones, locuras y demencias cobran un poco de sentido. Al menos por dos horas y media.


EL CONTRASUEÑO ETERNO

Decir que el sueño americano tiene una contracara es ya, sino un lugar común, un género en sí mismo. Cada década, o mejor, cada año, asistimos a una nueva faceta que el cine ofrece para revelar el lado oscuro de los Estados Unidos.

Frederick Wiseman tiene un apellido que dice demasiado de él: hombre sabio, vete-rano del documental de observación conocido como el cinema verite, maestro de maestros, teórico y docente, polemista y ex abogado. Su último film, In Jackson Heights, es un fresco decimonónico hecho documental sobre uno de los territorios más peculiares y heterogéneos del mundo: Queens, Nueva York. Wiseman se interna en sus calles, sus instituciones, sus negocios y sobre todo en sus ciudadanos: un collage humano que anualmente recibe personas e incluso familias enteras de los lugares más recónditos del planeta en busca del sueño americano. Con un tempo lento, observacional, Wiseman revela aspectos de la cotidianeidad menos glamorosos que los senderos del Central Park: protestas musulmanas, marginalidad racial, homofobia. Con la sensación de ser un vecino más, Wiseman muestra sin opinar y sin caer en el recurso de la voz en off en primera persona. Da una lección de cine en tiempos donde filmar cualquier cosa puede ser parte de un documental.


DECIME QUE SE SIENTE

Varias películas –tanto en competencia internacional como nacional– tratan el fútbol en diferentes variables, ya sea desde un costado intimista y fraternal, desde sus entretelones y el detrás de escena antes de jugar en Primera, o metiéndose en el lunfardo que todo el mundo conoce cuando va a agitar a su equipo preferido. La más llamativa, que viene de cautivar corazones en el Festival Internacional de Locarno, es O futebol, del director paulista Sergio Oksman, director de la multipremiada A story for the Modlins sobre aquel actor perdido que aparecía en un solo plano de El bebé de Rosemary.

El documental (en co-realización junto a Carlos Muguiro) cuenta una historia muy sencilla: el reencuentro de Sergio con su padre durante el último mundial de fútbol en Brasil. La trama, por supuesto, se complejiza: ese padre y ese hijo no se ven desde hace más de veinte años. Simao Oksman, el padre, es un personaje nacido para ser narrado. Fanático de los crucigramas, Oksman es un viejo gruñón, un poco cascarrabias, que a la vez siente cierto resquemor y algo de culpa por la distancia que tuvo con su hijo. Los vemos, en una puesta sobria y rigurosa, con largos planos fijos interrumpidos por un uso firme del montaje, en donde el fuera de campo juega un papel fundamental: todo el dramatismo del 7 a 1 contra Brasil cobra fuerza cuando Simao muere durante ese mes del rodaje. La película no se rinde ante semejante punto de giro, sino que redobla su apuesta y la vacía del posible efectismo y golpe de melodrama. El resultado sigue siendo un crucigrama cuyas palabras resultan difíciles de hallar, recordar y encajar.


MALOS MUCHACHOS

Este año, la propuesta en materia de clásicos es realmente extensa, y por momentos desconcertante. Pero lo que más se destaca de esta amplia sección son los rescates de películas del cine clásico argentino, muchas de las cuales se encontraban en condiciones terribles, al límite de la desaparición, y han sido reavivadas por las técnicas de salvataje de Peña: desde una retrospectiva a Hugo del Carril y otra a Leonardo Favio, pasando por homenajes al pionero de la animación y la divulgación del cine para chicos argentino, Víctor Iturralde, a Humberto Ríos, Luis César Amadori, Carlos Borcosque, Ralph Pappier, entre tantos otros que de a poco van encontrando una restauración digna para sus copias.

Cabe destacar un ciclo extrañísimo: una selección –dentro de las casi tres mil piezas rescatadas– de la vieja publicidad argentina, en un período que comprende desde el año 1966, cuando la industria recién empezaba a asentar sus bases estableciendo lazos con la decaída industria de cine argentino de la década del 50, hasta mediados de los ochenta con agencias como la de Fogwill y su sabor del encuentro.

El trabajo a cargo de Raúl Manrupe se realiza a partir de una donación del Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken. El material revela una faceta sociológica diferente, relacionada al imaginario del consumo y a cómo la Argentina se fue reinventando a sí misma desde marcas que ya no existen, estrellas que desaparecieron e ideas que la supuesta creatividad argentina hoy día encontraría demasiado descabelladas: porque Don Draper en lugar de whisky también tomaba Caña Legui.

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