Domingo, 1 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE > SPECTRE
La nueva película de la saga de James Bond, SpeCTRE, es la última de esta etapa con el 007 interpretado por Daniel Craig y dirigido por Sam Mendes. La despedida del equipo, de alguna manera, intenta poner al agente en un lugar menos oscuro y contemporáneo que en las películas anteriores –tan serias, casi graves– y para eso rescata a SPECTRE, el descaradamente ambicioso y brutal gremio global del Mal, que no aparecía desde Nunca digas nunca jamás, aquel regreso de Sean Connery en 1983. Las chicas Bond de esta entrega son las fabulosas Monica Bellucci y Lea Seydoux, el villano es Christoph Waltz y está todo servido para un poco menos de terapia de espías y un poco más de artificio y locura.
Por Mariano Kairuz
A principios de este año se estrenó Kingsman, una extraordinaria película de espionaje del director Matthew Vaughn basada en el comic del escocés Mark Millar, que venía con un reclamo: ¿por qué las películas de agentes secretos se han vuelto tan serias? ¿Por qué ya no hay villanos ridículamente inescrupulosos y sádicos y argumentos artificiosos como los de antes?
El reclamo parecía estar dirigido a la saga Bourne, pero también al James Bond de la era Daniel Craig y en particular a la que, hasta unos días atrás, era la última de sus películas: Operación Skyfall. No debe malinterpretarse la queja: Skyfall era espectacular y divertidísima y tenía un villano caricaturesco tradicional (interpretado por Javier Bardem), pero también era tortuosa, saturada de pathos, de “trauma de origen” del héroe, de conflicto edípico (¡la muerte de M!), de política, de mundo real. Al convertirse en la entrada históricamente más taquillera de la serie de películas de Ian Fleming, todo indicaba que ese era el camino a seguir; pero a su vez, después de tanto descenso a los infiernos, parecía que ya no quedaba a dónde ir.
Por eso es que, cuando el año pasado se anunció el título de la vigésimo cuarta película de 007 realizada por sus productores “oficiales” de siempre, la compañía EON, la sensación de muchos de sus fans originales fue del alivio al entusiasmo. SPECTRE es, como sus seguidores saben muy bien, uno de los mayores enemigos del agente del MI6 con licencia para matar; la organización criminal que, nacida pero descrita pocas veces en las novelas, energizó a varios de los primeros films con sus planes maquiavélicos y ambiciosos. Con SPECTRE volverían, acaso, los trucos sofisticados, la seducción irresponsable, la villanía desbocada y fantástica de los orígenes, todo aquello que reclama Kingsman.
Es en ese sentido que el regreso de SPECTRE, el gremio global del Mal, tan desembozadamente maligno, identificado con el logo del Pulpo –el monstruo tencaular, recreado en la nunca sutil, siempre irresistible secuencia de créditos, con canción de Sam Smith de fondo– funciona como un guiño y descompresión después de tanto psicodrama; una puesta en equilibrio, una puerta para los que vengan después, ahora que este Bond tan serio, tan duro, tan contemporáneo, que interpreta Daniel Craig por cuarta –y acaso última– vez parece despedirse de su público. Con la excepción de la película no producida por EON, Nunca digas nunca jamás (que fue producto de una disputa por copyright), esta es la primera vez que Bond vuelve a enfrentarse a Spectre desde Los diamantes son eternos, es decir, desde 1971. Con Craig, Ralph Fiennes como el nuevo M, Monica Bellucci y Lea Seydoux como dos chicas Bond bien diferentes y Christoph Waltz –el cruel coronel Hans Landa de Bastardos sin gloria–, y tras su larga sesión de terapia, 007 está de regreso, agitado y revuelto.
Con la falsa ingenuidad de los años ‘60, SPECTRE declaraba en su sigla sus maléficos propósitos: Special Executive for Counter-Intelligence, Terror, Revenge and Extortion. Es decir, “Ejecutivo Especial de Contra inteligencia, Terror, Venganza y Extorsión”, ejem, y su carácter genérico, no ligado necesariamente a ninguna nación en particular, les permitió a las costosas producciones cinematográficas bajarle, con cautela, el tono politizado que venía con la época. Ya en 1963, la adaptación de De Rusia con amor reemplazaba a Smersh, el servicio secreto ruso, por Spectre, y la figura de su líder Blofeld –quien, en rigor, no mostraba aun la cara: era la figura que acariciaba el gato blanco, una imagen que se convirtió en icono y arquetipo de Maldad, mofada hasta vaciarla de sentido por Austin Powers–. Aunque Ernst Stavlos Blofeld solo aparecía en tres de las novelas, Operación trueno, Al servicio secreto de su majestad y Solo se vive dos veces, los productores Saltzman y Broccoli decidieron que, de cara a las crecientes tensiones de la guerra fría y los intentos de atemperarlas de Kennedy, lo mejor sería dejar a los rusos en paz, reemplazándolos por los más abstractos Spectre.
Bueno, no tan abstractos; pero al menos si abstraídos de la situación mundial que –con los infiltrados descubiertos en la CIA, la escalada en la acumulación de misiles y la agresiva carrera espacial a ambos lados del planeta– se estaba poniendo temible. Según Jeremy Black, autor del libro La política en James Bond, SPECTRE representaba “en cierto sentido el Mal no restringido por la ideología, pero centrado en la búsqueda de dinero. El cambio de Smersh a Spectre puede ser interpretado como una rendición a la fantasía motivada, en parte, por el declive del Imperio Británico y la consecuente incertidumbre del escritor Ian Fleming. Esa idea es más creíble que la de Spectre como una crítica al capitalismo desenfrenado (el del nuevo dinero)”. En Operación trueno (Thunderball, 1965) –en la que tampoco se le ve la cara a Blofeld, solo su cuerpo y el gato que acaricia– asistimos a un reunión en el cuartel general de SPECTRE en la que se discute la eficiencia de los recursos de financiación de la organización, actividades tales como el tráfico de drogas de producción china en territorio norteamericano (“que en este momento tiene mucha competencia de Latinoamérica”) y se procede a la cruda eliminación de uno de sus miembros, que al parecer ha metido la mano en la lata. (La escena es parcialmente replicada en la flamante SPECTRE, con menciones al narcotráfico y tráfico de personas).
Bond presenta a Blofeld en el quinto capítulo de la novela Thunderball, la que dio origen al film Operación trueno,con estas palabras: “Era uno de esos hombres con los que uno se encuentra tal vez dos o tres veces en la vida, que parece capaz de arrancarte los ojos. Estos hombres escasos poseen tres atributos: una apariencia física extraordinaria, cierta seguridad interna (un espíritu relajado), y un magnetismo animal. Algunos grandes hombres de la historia, tal vez Gengis Kahn, Alejandro Magno, Napoleón, han tenido estas cualidades; tal vez en ellos se explique incluso el hipnótico influjo que han tenido otros individuos menos comunes, como Hitler, de otro modo inexplicable, sobre ocho millones de personas en la nación más dotada de Europa”. Cambiando de fisonomía en cada aparición, Blofeld fue interpretado a lo largo de las películas por un puñado de carismáticos actores: en Al servicio secreto de su majestad (1969, la que tuvo al Bond de transición entre Connery y Roger Moore, el australiano George Lazenby) fue Telly Savalas, ya calvo pero tres años antes de hacerse mundialmente famoso como Kojak. Su Blofeld le dice a Bond que “posee información que podría destruir la economía mundial”, lo cual lo convierte cuando menos en un villano moderno, que sabe que “la información es poder” (otro asunto que retoma la nueva SPECTRE, aunque reformulando el concepto de información en términos temiblemente orwellianos). Su brutal plan incluye el lanzamiento de una suerte de guerra bacteriológica, con un tal virus Omega que amenaza con producir total infertilidad de animales y plantas, para doblegar a las Naciones Unidas hasta exigirles cualquier cosa. Como parte de su diabólico plan, Blofeld, que fuma y tiene onda, ha reclutado a un grupo de chicas, todas preciosas, ingenuas y encantadoras, cool, tan swinging sixties y sacrificables, sus Angeles de la Muerte. Este despiadado Blofeld fue también el responsable del asesinato de la esposa de James Bond, aquella única vez que Bond se casó, con nada menos que Diana Rigg, es decir, la encandilante Miss Emma Peel de Los Vengadores: así terminaba Al servicio secreto..., con una nota inusualmente amarguísima y el villano escapando a toda velocidad. A Blofeld se lo había visto antes en Solo se vive dos veces (1967) interpretado por Donald Pleasance, con una cicatriz cruzándole la mitad del rostro (y un plan de dominación mundial que consiste en provocar la guerra entre las potencias nucleares), y volvió en Los diamantes son eternos (1971), interpretado por el menos conocido Charles Gray. La última vez que apareció en el cine, fue en la película “extraoficial”, una remake de Operación trueno titulada Nunca digas nunca jamás, el film que devolvió a Sean Connery al mundo de 007 en 1983, cuando el personaje ya era de Roger Moore. En ella, Blofeld era nada menos que Max Von Sydow. Debieron pasar más de treinta años –y la resolución del litigio por copyright del personaje y de la malvada organización que este preside– para que volviéramos a encontrarnos con el más clásico archi-némesis de Bond, su Lex Luthor, su Joker, su Moriarty.
Los productores de Skyfall, pretendían arrancar con la producción de Bond 24 apenas estrenada aquella, pero el director Sam Mendes (el ganador del Oscar por Belleza americana) estaba comprometido con varios proyectos teatrales y les dijo que no, que no podía. La producción fantaseó por un momento con tenerlo a Christopher Nolan, fan de la saga Bond, al mando de su nueva aventura, pero probablemente hubiera sido contraproducente, luego de la intensidad emocional de Skyfall: no cuesta imaginarse la pomposidad que le hubiera agregado a la cosa el director de El caballero de la noche asciende e Interestelar, y cómo, lejos de desinflamar las lesiones físicas y espirituales infligidas al protagonista en el episodio anterior, hubiera inflado todo un poco más, hasta hacerlo estallar. Eventualmente, las agendas de Mendes y Daniel Craig quedaron despejadas y, de común acuerdo, emprendieron esta operación que parece preparar la transición hacia un 007 menos grave, más parecido al de antes y dispuesto a divertirse, como reclaman los autores y los personajes de Kingsman.
Desde que se anunció la película, comenzaron a circular por internet todo tipo de especulaciones, entre ellas, la que señalaba que el reclutamiento de un gran actor tan proclive a la caricatura como Christoph Waltz no podía tener otro destino que el de revivir a Blofeld. Lo que puede contarse por lo pronto, sin soplarle la incógnita a nadie, es que el personaje de Waltz está acreditado bajo el nombre Franz Oberhauser, un apellido que los fans de Bond conocen y que les permitirá inferir que SPECTRE continuará hundiendo al protagonista en las raíces de su oscura biografía (en el cuento “Octopussy” Bond decía de Hannes Oberhauser que “fue una especie de padre para mi, en un momento en que necesitaba uno”). Para Waltz, los personajes de Bond no son sino “la continuación del teatro folklórico, del Grand Guignol francés y la Commedia dell’arte, o incluso de los británicos Punch & Judy: arquetipos muy definidos sobre los que uno debe hacer, sin cambiarlos, algo nuevo e interesante. Debo decir que, con el Bond más oscuro y violento de Daniel, el villano también ha cambiado enormemente, y hasta perdió un poco su gracia”.
Las mujeres-Bond, también, han dejado de ser el juguete pasivo que eran (no todas pero sí muchas de ellas) en varios de los viejos films. Hasta cierto punto, al menos. Moneypenny ya no está perdidamente embelesada por 007: ahora –interpretada por la bella Naomi Harris– se da el gusto de despreciarlo un poco. “Bond es machista, y un poco misógino. Eso viene con el personaje: todavía quiere cogerse cualquier cosa que tenga pulso”, dice Craig. “En lo que a mi respecta, ese es un mundo que no existe más. Lo único que se puede hacer es fortalecer los papeles de la mujeres en estas películas; hacerlas lo más fuertes e interesantes posible. Y ver cómo es que estas mujeres pueden cambiarlo”.
SPECTRE arranca con una espectacular y explosiva secuencia –desprovista casi de palabras– en el DF mexicano durante la celebración del Día de los Muertos; más adelante sobrevienen, entre otras escenas de acción, una persecución a alta velocidad por las calles nocturnas de Roma, y otra sobre nevados paisajes alpinos; y, como en Skyfall, buena parte del argumento empieza a anudarse en la mismísima Londres, sede del servicio secreto de Su Majestad, que de pronto parece estar perdiendo su poder ante una nueva instancia de vigilancia global que, afín a los tiempos que corren, busca reemplazar a los agentes doble cero por drones, y considera que “la seguridad está por encima de la privacidad de los individuos”, e incluso “de esa cosa que llaman democracia”. Todo el asunto tiene un poco de despedida, al menos de despedida de este equipo; de cierre del arco que se abrió con Casino Royale una década atrás y el reclutamiento de Craig, quien por lo pronto ha dicho en entrevistas recientes que “ahora mismo, preferiría romper este vaso de vidrio y cortarme las muñecas antes que volver a hacer Bond”.
Lo dice sin ingratitud, consciente del lugar en el que esta serie lo ha puesto, de la fama, el dinero y las oportunidades que le sigue brindando, pero también agotado, por lo demandante que le resultó prepararse cuatro veces para este personaje; asegurando que ya no le da el cuero. “A los 47, leo el guión por primera vez y veo que sí, que otra vez tengo que sacarme la camisa en una escena, asi que otros seis meses en el gimnasio. Por lo pronto no, lo que quiero es descansar, hacer otra cosa. Tal vez más adelante; quién sabe”, dice, y agrega: “Y me importa un carajo quién va a ser el próximo Bond. Le deseo buena suerte y le pido que no la cague. Hemos dejado a Bond en un buen lugar; levántenlo y mejórenlo. Hagan algo aún mejor”.
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