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TELEVISION Se estrena Ash vs Evil Dead, la serie protagonizada por el héroe de la clase B Bruce Campbell
› Por Mariano Kairuz
La serie empieza dentro de una casa rodante, el hogar de Ash Williams, con el hombre tratando de encorsetar algunos de los kilos de más que le trajeron los años y la bebida. Lo hace con las dificultades que implica lidiar con tiras de cuero y cordones y hebillas con una sola mano, por supuesto, ya que la otra la perdió hace casi treinta años en Noche alucinante, es decir, en Evil Dead II, la segunda parte de la saga con la que el director y productor Sam Raimi se inventó una carrera en Hollywood.
La serie es Ash vs. Evil Dead y retoma las aventuras de Ash Williams, el hombre con la motosierra atada al brazo automutilado, más de veinte años después, en el mismo tono delirante en que las dejó El ejército de las tinieblas (es decir, la tercera Evil Dead), que era muy distinto del terror oscuro y gore de los inicios de la saga. El chiste del corset, el sobrepeso, las canas y la caricaturesca autoconciencia de Ash son los mismos de su intérprete de siempre, un tipo cuyo nombre sólo es reconocido, después de todos estos años, por aquellos que elevaron aquella serie de films baratos a la categoría de culto; el anti héroe de la barbilla prominente y esa cara de goma que parece poseída por una fuerza sobrenatural, el comediante físico que fue Jim Carrey antes que Jim Carrey: Bruce Campbell.
Ash vs Evil Dead es, en otras palabras, la Evil Dead IV que Hollywood no quiso o no supo hacer en su momento. Solo que dividida en diez capítulos: un piloto de casi una hora y nueve episodios de media, que atemperan la violencia y el espanto con comedia. Porque lo que para principios de los 90 se había convertido en una suerte de dibujo animado, de cartoon vivo y desquiciado como Bugs Bunny, el pato Lucas y los Looney Tunes, había empezado como una cosa de verdad aterradora inspirada en Lovecraft y su Necronomicon, el Libro de los Muertos, y las posesiones diabólicas a lo Linda Blair. Aquel primer film fue financiado por tres chicos, Raimi, su compañero en la universidad estatal de Michigan Robert Tapert, y Campbell, con colaboraciones recaudadas acá y allá por un total de poco más de 350 mil dólares entre fines de los ‘70 y principios de los 80, largos fines de semana de rodajes semi-amateur y unos cuantos efectos de maquillaje que hoy han perdido un poco su credibilidad pero nada de onda. El resultado fue exactamente lo que pretendía ser: una película de terror oscura y sangrienta, protagonizada por un grupo de veinteañeros que llegan a una cabaña en medio del bosque para pasar unos días y terminan enfrentando sin suerte una maldición sobrenatural. Tras el éxito de Diabólico, que fue construido laboriosamente y mediante un genuino boca-en-boca (medida contundente del alcance de una obra pop que hoy nigún departamento de marketing dejaría librada al azar), los tres chiflados consiguieron algo de dinero del veterano Dino De Laurentiis, y para 1987 tuvieron lista una suerte de secuela que era más bien una remake aumentada, donde Campbell repetía el personaje de Ash y la premisa original pero reservándose esta vez una larga secuencia unipersonal, en la que se transformaba de verdad en una caricatura viva. Para El ejército de las tinieblas (1992) ya no quedaba el menor rastro de la seriedad inicial; Ash era transportado a la Edad Media donde enfrentaba a un batallón de esqueletos comandado por un muerto vivo, a la vez que a sus propios demonios personales, encarnados en –nuevamente el unipersonal slapstick de un Campbell desatado– varias copias de sí mismo, en diversos tamaños.
A pesar de la irreversible deriva humorística de la saga, cuando unos años atrás Raimi y Tapert emprendieron la producción de una remake del primer film, lo devolvieron a su oscuro y violento origen, esta vez con las ventajas de todo aquello que los efectos digitales permiten volver creíble, como la terrible escena en la que una de las protagonistas es violada por las ramas de los endemoniados árboles que rodean la cabaña. Y sin embargo, para la serie televisiva, producida por la señal de cable americana Starz y emitida acá por Fox desde el domingo pasado (y a partir de mañana, los lunes a las 23 por Fox Action) la saga retrocede un casillero y nos devuelve a Ash, convertido en un veterano que sobrevive como puede en su casa rodante y con un empleo poco grato en una enorme tienda de electrodomésticos. En su trabajo traba amistad con un muchacho llamado Pablo Simón Bolivar (el actor Ray Santiago), un descendiente de chamanes que lo admira y conoce la épica leyenda de Ash.
De hecho, cree más en su mito que el propio Ash, quien, un poco quemado por su pasado, ha despertado él mismo a los demonios cuando, en una noche, fumadísimo, en compañía femenina, cometió el error de leer otra vez las palabras malditas del Necronomicon.
Hay otros personajes por supuesto (otra compañera de trabajo de Ash y Pablo; una mujer policía de la zona que tuvo un encuentro traumático con seres poseídos) y de a poco irá ampliando sus participaciones la encantadora Lucy Lawless (más conocida como Xena, princesa guerrera, serie producida por Raimi y Tapert, hoy su marido), pero el corazón de la aventura es siempre Campbell, un actor cuyo carisma parece haberse consolidado después de tres décadas de curtirse en la clase B, y asomándose sólo de tanto en tanto al mainstream hollywoodense. Un actor que ha aprendido a apreciar su lugar en el mundo: “Creo que nací para hacer papeles grandes en películas pequeñas y papeles pequeños en películas grandes”. “Cada vez que soy el protagonista de una serie, la cancelan rápido; cuando soy uno más, dura para siempre”, afirma a su vez, y puede confirmarse revisando un curriculum que incluye el western fantástico Las aventuras de Brisco County Jr. y Burn Notice (donde era un segundón y se extendió por siete temporadas) y Hércules y Xena (que lo compartieron en un personaje recurrente). También dijo: “No me interesa filmar una película de 60 millones de dólares para un estudio con un grupo de chicos de 24 años diciéndome qué hacer”.
Nacido en 1958 en Royal Oak, Michigan, Campbell ha hecho de su carrera como estrella de la clase B el centro de varias de sus obras más personales: su autobiografía If Chins Could Kill: Confessions of a B Movie Actor (“Si los mentones pudieran matar: confesiones de un actor de películas clase B”) estuvo en la lista de best sellers del New York Times en 2002; y su siguiente libro, Make Love! The Bruce Campbell Way (“¡Haz el amor! Al estilo de Bruce Campbell”, 2005) está protagonizado por un tal Bruce, un actor que pelea por hacerse un lugar en grandes producciones hollywoodenses. También escribió y dirigió dos películas: The Man with the Screaming Brain (que puede verse a veces en cable) y My Name is Bruce, que fue desdeñada por parte de la crítica –en los pocos lugares en que se llegó a ver– por ser demasiado autorreferencial, pero que era innegablemente simpática, con su premisa sobre un actor envejecido, quebrado y borracho. de secuelas clase Z que, confundido con uno de sus personajes a lo Ash, es secuestrado por un adolescente que le exige que salve a su pueblo de una auténtica plaga demoníaca.
Es decir, lo mismo de siempre. Lo cual no es necesariamente malo. Porque, como ha apuntado un crítico estadounidense ahora que acaba de estrenar su nueva serie, Campbell “ya es un género en sí mismo: un héroe no menos heróico por su bufonería, ni menos bufón por su heroísmo”.
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