› Por Mariano del Mazo
Hace 30 años se consumaba un clamor popular que atravesó las décadas con una frase que era, al mismo tiempo, deseo de clase, exigencia política e invocación espiritual. Dos palabras enmarcadas en signos de exclamación ubicadas en el centro de la tensión que siempre ha habido entre la cultura popular y templos que representan otros deseos, los de otra cultura y otras clases; dos palabras que juegan el juego de la legitimación que marcó la génesis misma del tango, con ese trayecto triangular que unió los lupanares del Plata, los salones de París y los salones porteños.
“¡Al Colón!”, le dijo la madre a su hijo Osvaldo mientras ensayaba en su casa natal de Villa Crespo, según contó muchas veces Pugliese. “¡Al Colón!” se escuchó el 11 de agosto de 1939 a las 13 horas en el Café Nacional de Corrientes 974, cuando arrancó al frente de su orquesta. Se sabe: Pugliese se convirtió en un protagonista clave de su tiempo y el “¡Al Colón!” fue mutando en su énfasis: en tiempos de masividad y proscripción fue, más que demanda, grito de guerra.
El debut en el Colón ocurrido el 26 de diciembre de 1985 fue un gesto tardío, una reparación simbólica. Pugliese había cumplido 80 años y ya había hecho todo lo que tenía que hacer: profundizar la escuela decareana y provocar una verdadera revolución de ritmo; conjugar calidad y arraigo popular, compromiso político y cooperativismo empírico. Su orquesta era una síntesis de lo que a él le gustaba catalogar como “el ABCD” del género: Arolas, Bardi, Cobián y De Caro. En 1985 el tango era una música anquilosada, una caricatura decadente que luchaba contra fantasmas propios y extraños. Representaba más los principios reaccionarios de la dictadura que los nuevos aires que proponía la democracia. El rock & pop era la banda de sonido del alfonsinismo. Entonces Pugliese no era la estampita de los rockeros, un santo; era un sobreviviente y un símbolo de 50 años de sinuosa historia argentina. Por su militancia inclaudicable en el PC fue perseguido por las dictaduras militares y por las dos primeras presidencias peronistas. En 1973 Perón lo saludó, junto a otros artistas, y le dijo: “Gracias por saber perdonar”. A un costado, Isabelita y López Rega ni lo miraron. Muerto Perón, lo volvieron a prohibir.
Escribe Isidoro Gilbert en el prólogo del libro de Arturo Marcos Lozza, ¡Al Colón!, que ese grito fue “voceado hasta el paroxismo en los clubes del arrabal que se fue industrializando: es el triunfador ‘de abajo’ que llega al sitio de los elegidos”. El día del debut en el Colón debió postergarse una semana por una huelga de los empleados del teatro. Héctor Larrea cuenta que Pugliese no dudó en solidarizarse con los trabajadores a pesar de que con las fiestas de fin de año tan encima el concierto corrió peligros de no reprogramarse.
“No iba a ser precisamente Osvaldo quien rompiera una huelga”, dice ahora Larrea, quien presentó justamente a la orquesta el 26 de diciembre de 1985. Pugliese agradeció las palabras y mirando a la gente a través de sus lentes dijo unas frases increíbles: “Es una noche de la masa popular, amante de nuestro género: el tango. Nosotros somos un poroto de la máquina tanguera”. Luis Brandoni recitó un poema de Lucho Schwartzman y la orquesta tocó todos sus caballitos de tantas batallas –“Recuerdo”, “Arrabal”, “Chiqué”, “La mariposa”– y cerró con “La yumba”. A la orquesta se sumaron viejos integrantes, como Arturo Penón, Julián Plaza, Ismael Spitalnik, Oscar Herrero, Oscar Castagnaro, Osvaldo Ruggiero, Emilio Balcarce y Daniel Binelli. La emoción fue indescriptible. Audio e imagen están disponibles en youtube.
Hace 30 años ocurría otro debut. La compañía “Tango Argentino” de Segovia y Orezzoli comenzaba a triunfar en Broadway y, en otro juego de legitimaciones, uno de los ecos de ese suceso tuvo que ver con una determinante reformulación del tango en Buenos Aires. Las películas de Pino Solanas, el Goyeneche crepuscular que seducía a los jóvenes, las milongas que se abrían a otros públicos, eran parte de la nueva configuración del género. Osvaldo Pugliese no llegó a ver a los jóvenes llevando su bandera orquestal, su noble ritmo bailable. No llegó a ver a la Orquesta Típica Fernández Fierro haciendo un descarado estilo Pugliese en los adoquines de San Telmo, en zapatillas y jean... No llegó a escuchar las declaraciones de Rodolfo Mederos, que un día empezó a renegar de Piazzolla para reivindicar las “enseñanzas de don Osvaldo”. No llegó a ver que después de su coronación en el Colón en 1985 –tal vez el día de su santificación–, el tango aceitó con sentido de supervivencia su propia bisagra y decidió recuperar el tiempo perdido y legitimarse en la calle, en los sótanos, en los barrios.
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