Dom 27.12.2015
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ICONOS > RICKY ESPINOSA

Y AUN YO TE RECUERDO

Un homenaje poético y un documental con más de cien mil visitas en YouTube revelan la potencia transgeneracional de la obra punk de Ricky Espinosa, líder de Flema, que murió en 2002 cuando se arrojó desde una ventana, poco después de grabar el octavo disco de su banda, 5 de copas. A diez años de la biografía El último punk (2005), que va por su séptima edición, se edita Nunca seré poesía (Milena Caserola), un libro compilado por la poeta Jacqui Casais que reúne por un lado la palabra dispersa de Ricky y además cuenta con treinta y tres artistas –entre los que están Santiago Barrionuevo, Walas, Rosario Bléfari, Boom Boom Kid, Sara Hebe y Susy Shock– que escriben en su memoria y reivindican el lado sensible y laborioso de una voz que se quemó en el fuego de la honestidad brutal suburbana de los años noventa.

› Por Luciano Lahiteau

El callejón de acceso al intrincado mundo suburbano donde pervive el fantasma de Ricky Espinosa es la leyenda de su muerte. Muchos de los (no) músicos que hoy hacen un estilo llamado punk rock espinosa llegaron a su héroe a través de ella. Es una novela trash, el ocaso de un poeta que profetizó mil veces su destino, la metáfora perfecta del no future, sin glamour ni misterio. Un escupitajo en el asfalto. El paroxismo del espíritu punk. Una escena final hincada en la delgada línea que separa lo heroico de lo bizarro, una cinta descartada del vuelo inmortal de Charly García en Mendoza. Ricky Espinosa se tiró por una ventana una noche cualquiera, a una hora cualquiera, en una ocasión en que ni los amigos, ni la cerveza ni la poesía lo pudieron salvar. Acababa de terminar la grabación de 5 de Copas, el octavo disco de Flema, su banda. El disco, en el que ronda un insistente sentimiento de fracaso y desasosiego, incluyó una canción que Ricky había compuesto años antes pero que, por alguna razón, fue quedando afuera de los álbumes anteriores. Su autor la tituló “Me voy a suicidar” :“Qué lindo amor, me voy a suicidar / Perdoname si me voy / Yo no lo puedo evitar / Tan feliz soy acá, que tengo que despegar / Qué lindo amor, me voy a suicidar”.

Espinosa murió el 30 de mayo de 2002, en la ambulancia que lo trasladaba desde los monoblocks de Avellaneda hacia el hospital. Tenía 35 años, un hijo y una quincena de discos punk editados entre 1992 y 2002. “A los que seguíamos el punk nos pegó mucho cuando Ricky falleció”, recuerda Juan Pablo Duarte, realizador de Ricky Espinosa: el documental. “Yo, de hecho, dejé de ir a recitales porque sentía que no estaba la persona que me motivaba a salir”. Duarte se valió de alguna experiencia en televisión y su admiración por Espinosa para llevar adelante un documental que reúne los testimonios de varios de los músicos que trabajaron en los proyectos de Ricky, punks cercanos y las voces de Meche, su compañera, y Orlando Espinosa, su padre. Es un registro audiovisual con valioso material de archivo, sin fines comerciales ni estéticos, que cosechó más de 125 mil visualizaciones en YouTube en el lapso de cuatro meses.

“La idea fue mostrar a Ricky en su lado artístico. Desde mi punto de vista era lo que al fanático le interesaba: cómo componía, cómo era en un estudio, cómo era sobre el escenario. Después se fueron dando algunas perlitas de su vida personal debido a los entrevistados que hubo”, desliza Duarte. La película es un recorrido paralelo a Ricky de Flema: el último punk (2005), una biografía escrita por el periodista Sebastián Duarte que va por su séptima edición. El libro narra con urgencia la vida de Espinosa, con testimonios de músicos y amigos. “Pensé que iba a ser un fracaso, pero lo hice porque me pareció bueno que se sepa que Ricky existió; si no, iba a pasar inadvertido”, sugiere el autor. En el documental, algunos entrevistados cuestionan que la biografía se haya detenido más en lo anecdótico que en lo artístico. Para el escritor, que conoció a Espinosa en su juventud en Avellaneda, simplemente es imposible disociar una cosa de la otra: vida y obra de Ricky se entrelazaban hasta fundirse. “Ricky era como era: un personaje público que mezclaba su vida privada con su arte, un tipo transparente; el que estaba en la Plaza Alsina era el mismo que subía al escenario. A diferencia de tipos como Cerati, por ejemplo, que disociaba un aspecto del otro. El libro lo enaltece a Ricky, un tipo que defendía a fondo sus convicciones artísticas e ideológicas”.

Documental y biografía coinciden en algo: la brutal honestidad de Espinosa, un tipo sin medias tintas, tan permeable y sensible que era capaz de destruir sus propios discos, insultar a ex compañeros de grupo en sus canciones o dedicarle álbumes enteros a bandas desconocidas (al menos en ese momento) que él creía las mejores del mundo, como Embajada Boliviana, Sin Ley o Fun People. Ese trasluz, de hecho, es la contraseña del punk rock espinosa: un subgénero nihilista que no tiene pudor en hablar con crudeza de sus penas de amor, su soledad y su dolor. Ricky alentaba a destruir la escuela y a asesinar suegras, a sembrar la anarquía, pero también abría las puertas de su habitación de adolescente crónico en cada canción. “Al mostrar en sus canciones cosas personales, Ricky sacó a la luz cuestiones internas y la parte más sentimental del punk”, opina Juan Pablo Duarte. En la superficie, eran apologías al abuso de drogas y la dependencia del alcohol, a la promiscuidad del sexo ocasional o la vagancia. En la profundidad, Espinosa era un heredero del movimiento Sturm und Drang, que utilizaba el aturdimiento, la supremacía de la emoción, y el énfasis extremo en lo irracional para dejar al descubierto la desolación personal y el naufragio de las juventudes suburbanas de los años noventa. Así respondía Ricky al suplemento Sí, ya en los dos mil, cuando le preguntaban por su momento punk favorito: “Cuando veía las fotos y me lo creía. Después me di cuenta que esa imagen era prefabricada y que en Argentina ser punk es ser un negro inadaptado”.

NO ME AGARRARAN

“Ricky Espinosa, que parecía destinado a otra cosa, por cuestiones sociopolíticas e históricas (vivir en determinados contextos y tener ciertas dificultades de acceso al saber o al dinero o bienes simbólicos), se sobrepuso a su realidad y pudo crear su propio mundo. Lo mejor de todo es que lo hizo con el arte”, observa Walter Lezcano, escritor y periodista. “Sentíamos, en esos tiempos, que nada nos representaba, que todo era mentiroso y vacío, y Ricky, desde los márgenes, se reía de todos con su ironía y con su arte”, recuerda Santiago Barrionuevo, cantante y bajista de Él Mató a un Policía Motorizado. Ambos forman parte de Nunca seré poesía (2015), un homenaje poético, ensayístico y documental compilado por la escritora Jacqui Casais, que publica la editorial Milena Caserola, y que glorifica el legado de Espinosa.

El libro se divide en tres partes. En la primera, Casais reúne toda la obra de Espinosa y añade un dossier con manuscritos y dos números de Flemazine, el órgano de difusión oficial de Flema. “Mi trabajo fue hacer los cortes de verso y ordenar su obra cronológicamente”, explica Casais, quien también aporta un poema de su autoría al homenaje. “Ahí están todas sus grabaciones, con Flema, con Flemita, como solista y sus colaboraciones con otros artistas”, detalla. Casais proyectó el libro a partir de la inducción de sus lecturas. La sospecha de que el influjo de Ricky estaba presente en la obra poética de distintos escritores y artistas contemporáneos se fue confirmando en entrevistas informales. La invitación a escribir en su homenaje fue el paso siguiente, al que se comprometieron Walas, de Massacre, Rosario Bléfari, Boom Boom Kid, los performers Luis Aranosky y Susy Shock, el poeta Juan Xiet, la rappera Sara Hebe, Flor Linyera, de Kumbia Queers, y el periodista Nicolás Igarzábal, entre muchos otros.

“El libro cobra importancia porque intenta ‘rodear’ a Ricky y mostrar de todo lo que era capaz y significaba para un montón de personas a quienes sus sonidos, palabras y cuerpo les dijo algo, los tocó de alguna manera, quizás definitivamente”, destaca Lezcano, autor de uno de los poemas que compila el libro. “Ricky tiene un lenguaje muy actual y muy genuino; no es una pose ni una manera de llamar la atención sino que es su lenguaje”, afirma Casais. “Ésa es la poesía: esa voz tan propia de Ricky, que no se parece a nada y que al mismo tiempo nos representa a todes. Me sigue conmoviendo esa búsqueda, que no es escribir para gustar sino el destino inevitable de poeta que él tuvo”. “Era un personaje verdadero y un artista en constante estado creativo”, suma Barrionuevo –quien ilustró la tapa del libro-, “eso es muy inspirador”.

¿Pero por qué una obra poética, si es tan poderosa, requiere de una entronización semejante? “Por esa cosa de gorra que tiene la sociedad”, suelta Casais. “De ahí viene el título del libro, en contraposición a esas definiciones de poesía con las que nos ponemos la gorra en cuanto a qué es y qué no es poesía. Poesía no es el virtuosismo para escribir, no tiene que ver con ser escritor con mayúsculas sino con la libertad para decir, con buscar dentro de uno y encontrar esa sensibilidad que es capaz de ver a tu tiempo y decir lo que ves, lo que pasa y lo que te pasa. Me parece que Ricky es un poeta por eso”. Para Lezcano, la palabra de Ricky produce la misma atracción que genera un trozo de carne sobre la parrilla. “No hay mentiras y podés ver lo que sucede, cómo aquello que fue experiencia se convierte en otra cosa: más interesante, llamativa, relevante y tiene espesor. ¿Es eso el arte, es eso la música, es eso la creación poética? No lo sé, pero creo que eso era para Ricky el punk rock y su poesía: convertir lo que hay, por más desagradable que sea, en algo hermoso”.

UN PERRO GRIS

La tercera y última parte de Nunca seré poesía reúne textos ensayísticos sobre la obra de Ricky Espinosa. Hay un análisis de discurso literario, otro sobre el influjo político de las canciones y la experiencia punk del líder de Flema y un texto de Rosario Bléfari sobre “El último vaso de vino”, una canción incluida en el disco Si el placer es un pecado, bienvenidos al infierno (1997), que Espinosa escribió siguiendo un poema de Charles Bukowski, su escritor favorito; pista que Ricky nos deja en la introducción de la canción, cuando la voz de Ricardo Iorio castellaniza parte del texto. Dice el desenlace espinoseano: “Él tomó otro vaso de vino / la 22 estalló / la habitación se ponía roja / y ella miraba sin hablar / aún lucía bella, muy bella / pero ahora nada importa. / Él se sentó tambaleando / y no dejaba de sangrar / como queriendo perdonarla / besó uno de sus pies / sirvió su vaso con el vino lentamente / y bebió por última vez / por última vez / por última vez.”

En la interpretación de la ex Suárez y actual Sue Mon Mont, “El último vaso de vino” entra en sintonía con otras dos canciones argentinas de pánico, locura y muerte: “Silbando”, de González Castillo con música de Sebastián Piana y Cátulo Castillo, y “Milonga triste”, de Homero Manzi, también con música de Piana. Son tangos-canción de 1925 y 1936, respectivamente. “Pienso en sus autores como personas que en distintos tiempos vivieron en la ciudad y conocieron la calle y la vida en los barrios bajos, leyeron diarios, poemas, escucharon historias, otras canciones y entretejieron en su lírica esas influencias universales”, sostiene Bléfari en el texto. “Pero podría hablar y citar otras canciones que son ejemplo igual de válido para otras escenas claves del lenguaje universal de la canción”, aclara la madrina del indie nacional sobre el legado de Espinosa, un cuenco podrido de existencialismo y realismo que apesta.

“Quizás su final fue oscuro, pero ¿qué final no lo es?”, pregunta Santiago Barrionuevo, para quien la obra de su héroe de la adolescencia “también hablaba de la luz, del amor y de la amistad, recorría todos los estados que puede atravesar alguien sensible al mundo, y siempre con humor”. “Recuerdo cuando vimos a Flema en La Plata, junto con Embajada Boliviana; al final del recital Ricky y Julián se intercambiaron las remeras y cantaron un tema juntos, fue hermoso”. “Ricky fallece en el peor momento de Flema, cuando no lo iba a ver nadie”, asegura Duarte, su primer biógrafo. “Por eso pensé que a nadie le iba a interesar su historia”. “Para los que seguimos a Ricky, el tipo marcó algo en nosotros. No sé cómo explicarlo”, dice Juan Pablo Duarte, su documentalista. “Es un vacío que no se llenó y no sé si se llenará algún día. No sé si habrá un artista como él”.

Ricky fue despedido en la casa de un familiar, porque la casa velatoria temía que los punks destruyeran el lugar. En Ricky Espinosa: el documental, Orlando, su padre, recuerda con voz entrecortada que nunca escuchó un silencio semejante. Ricky quiso que bebieran en su honor, pero eso sería más adelante, cuando su estela siguiera cantando: los punks también lloran.

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