Dom 27.12.2015
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TELEVISIóN > THE AFFAIR

EL PARAISO PROHIBIDO

El año pasado, la serie The Affair, de los autores de En terapia, consiguió premios y buenas críticas con su planteo en apariencia trillado pero cautivante: un escritor frustrado (Dominic West, de The Wire) de vacaciones con su esposa rica, conoce a una moza (Ruth Wilson) también casada y empieza un romance apasionado. Pero hay mucho más y en su nueva temporada se profundizan los temas más oscuros que sobrevuelan el romance: la autodestrucción, el duelo por un hijo, cómo lidiar con la culpa frente a los engañados y la muerte como complemento freudiano del deseo.

› Por Paula Vázquez Prieto

The Affair apareció en el firmamento de las nuevas series el pasado 2014 como LA ficción adulta de la cadena Showtime –artífice de apuestas como The L Word, Dexter o Masters of Sex– que abordaba el tema del matrimonio y la infidelidad. Algo trillado, sí, pero jugoso al fin y al cabo. Ganó el Globo de Oro con esa primera temporada hace casi un año y luego fue ignorada en los Emmys pese a su cosecha de muy buenas críticas en la prensa estadounidense y una nada despreciable repercusión en el público. Es cierto que no tiene el perfil para despertar fanatismos extremos, como puede ser el caso de The Walking Dead o Game of Thrones, y peca un poco de convencional para los paladares exclusivos, pero con ese aire marítimo de la costa de Montauk y ese aroma prohibido que exuda el adulterio consiguió hacerse un lugarcito en la lista de recomendadas, cautivar a espectadores fieles que este octubre esperaron el estreno de su segunda temporada en Estados Unidos, y sortear los desafíos de seguir los pasos de dos amantes, sus explosivos encuentros sexuales, y el descubrimiento de un crimen inesperado.

Pero vayamos por partes. ¿Cómo comienza The Affair allá lejos y hace tiempo? Noah Solloway (Dominic West), un profesor cuarentón y escritor frustrado, inicia sus vacaciones, junto a su esposa y cuatro hijos, en la exclusiva región costera de Los Hamptons. Allí, su suegro, un exitoso escritor de best sellers, se regodea humillándolo por su fracaso literario –la única novela de Noah resultó un fiasco y lo sumió en un bloqueo creativo del que no ha podido salir– y su mediocre presente económico. Como complemento, su suegra no pierde tiempo en recordarle que la casa en la que vive y el dinero del que disfruta no le pertenecen. En el día de su llegada a la playa, la familia completa hace escala en un parador y casi ocurre una tragedia: la menor de los Solloway se atraganta, está a punto de ahogarse y la moza termina siendo la heroína del rescate. Ella es Alison Bailey (Ruth Wilson), quien despierta en Noah una corriente de atracción que aumentará de voltaje en los días sucesivos, durante los paseos por los médanos, los encuentros furtivos en la oscuridad y el inicio del “affair” del título. Los condimentos son muchos: la abulia y la frustración de Noah, la búsqueda de aventura y excitación como motor de la creación literaria, el entorno salvaje pero contenido en ese marco que es el tiempo suspendido de las vacaciones, y el mar y el verano como estímulos sensuales; sin embargo, el elemento clave será otro: la ambigua y enigmática figura de Alison.

Alison tiene alrededor de 30 años y está casada con su novio de toda la vida. Tuvieron un hijo que murió luego de un confuso accidente en el mar, del que ella se siente responsable. Su vida parece ir a la deriva, y es esa vulnerabilidad lo que la hace atractiva para Noah. Como sabemos, en el amor y el deseo hay dos pulsiones, una que impulsa hacia la vida y la otra que conduce hacia la muerte. Alison representa ese fascinante goce del sufrimiento: la muerte la sobrevuela y su mirada extraviada hacia el mar condensa esa pulsión suicida como algo intrínseco a su sensibilidad y que devuelve a Noah ese anhelo de destrucción que también lo carcome aún en forma no definida. Alison emprende, desde el inicio, un camino hacia lo imposible: volver el tiempo atrás, desandar el destino trágico de su pequeño Gabriel (quien cargaba con ese simbólico nombre de arcángel), recuperar el “paraíso” perdido. Esa corriente que la impulsa hacia un fracaso seguro es la misma que la acerca a Noah, atraído por lo sublime de esa experiencia que no tiene expresión posible en su vida cotidiana. Lo que Alison enciende en él es lo que lo lleva a escribir nuevamente: esa pasión que despierta el sexo dormido también aviva la llama de la inspiración.

Tal vez el rasgo más inteligente que han aportado Sarah Treem y Hagai Levi –creadores también de la famosa In Treatment– en el punto de partida de The Affair sea el haber emparentado su estructura narrativa con ese encuentro de dos impulsos de signo inverso. Cada capítulo de la primera temporada se divide en dos: una mitad de Noah, la otra de Alison. Puede empezar uno y concluir el otro, o viceversa. No hay voz en off, pero asistimos a la versión que cada uno de ellos, en tanto narrador, nos ofrece de los hechos. Dominic West, a quien se lo recuerda como el duro Jimmy McNulty en The Wire, aquí nunca termina de constituirse como héroe: su egoísmo y su inmadurez se mezclan con su rol como padre entregado y marido disperso. Sus rasgos irregulares, esas arrugas que surcan su rostro impenetrable, ofrecen el despertar de una alerta soterrada que irrumpe en su entorno en las formas más imprevisibles: el juego del ahorcado de su hijo preadolescente en el primer episodio o el sofocón de la nena atragantada en el almuerzo al llegar a Montauk. Todo en él está preso de esa escisión, la que es capaz de imaginar a Alison como seductora y fatal, al mismo tiempo que frágil y elusiva. La Alison de Ruth Wilson oscila entre esas dos versiones del ángel y el demonio paradisíacos, al estilo de las figuras duales del film noir de los 40. Su vitalidad es opaca, casi oscura, hay siempre un signo que empaña toda posible calma, algo que anticipa un desenlace funesto, un presagio que se avizora en lo denso de su mirada.

Como espejo de esas dos miradas, en The Affair también hay dos tiempos: un presente en el que los infieles son interrogados por un crimen que los involucra, y un pasado reconstruido en sucesivos flashbacks que evoca aquel encuentro amoroso. Esa doble alternancia, temporal y del punto de vista, suma una cuota de misterio: sabemos que hay un crimen, luego descubrimos quién es esa víctima, nos preguntamos los motivos, las consecuencias, los posibles desenlaces. Ahora bien, esa telaraña se despliega hacia un nuevo horizonte en esta segunda temporada: del affair pasamos a sus consecuencias, y del crimen a su investigación. Ya no tenemos dos narradores sino cuatro. Junto a Noah y Alison aparecen las voces de Helen y Cole, los “engañados”. Maura Tierney, la Abby de ER Emergencias y Joshua Jackson, el Pacey de Dawson’s Creek (el que le sopló a Katie Holmes al protagonista) completan el rompecabezas y el juego propuesto da una vuelta de tuerca: ahora lo jugoso ya no es el sexo clandestino y culposo sino la vida convulsa después de desengaños y separaciones. Ahora todos tienen algo que decir, nada resulta tan idílico como cuando era prohibido, e incluso el éxito literario, esa aparente conversión de la pulsión tanática en algo productivo, nos desliza en un territorio tan pantanoso como desconocido.

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