Domingo, 7 de febrero de 2016 | Hoy
DANZA > DANA FRíGOLI
Se está recuperando de una operación en las cuerdas vocales porque Dana Frígoli se gastó la voz dando clases, cantando, actuando: como bailarina, coreógrafa y directora de una de las compañías de tango más reconocidas en Buenos Aires y el mundo, la DNI, sabe que en esta ciudad la competencia en su área es feroz. Ahora acaba de estrenar Dos, lo que se disuelve, una pieza de danza teatro, donde el tango está atravesado por conflictos vitales, y encarnado por personajes que parecen pesadillas recurrentes, en un tono de melancolía y angustia que se distiende con destellos de humor.
Por Mercedes Halfon
Dana Frígoli sube la escalera caracol de la casona de Villa Crespo que oficia de estudio. En cada piso hay una actividad diferente. El primero está muy concurrido y vivaz porque empieza recién una clase de iniciación al tango; en el segundo en cambio reina el silencio porque –como cuenta en un susurro– están dando “la clase de yoga para bailarines”; en el tercero hay un amplio salón de pinotea perfumada donde las parejas giran como planetas en su órbita: “son clases individuales, cada uno está con un profesor¨; hasta que finalmente llegamos a la terraza, donde desde hace pocos días Dana instaló su oficina. Es un cuarto blanco radiante, con sillones estilo francés, donde se sienta, suspira y ofrece agua y ensalada de fruta. Su voz se escucha esfumada, como si llegara de lejos. Hace menos de un mes se operó las cuerdas vocales, un problema que venía arrastrando, generado por años de dar clases, cantar y actuar “en un registro vocal un poco más grave de lo que su voz debería sonar”. Es que no debe haber sido fácil ser una bailarina, coreógrafa y directora de una de las compañías de tango más reconocidas en Buenos Aires y el mundo: si bien esta ciudad es la cuna del bandoneón, también es el lugar donde la competencia es más feroz, especialmente para las mujeres. En los últimos quince años ellas vivieron la revolución de pasar de ser las “compañeras de” los bailarines de renombre, a bailar y figurar en las marquesinas en pie de igualdad. O como en el caso de Dana, ser incluso protagonistas, cabezas de compañía, dueñas de su propia historia.
La compañía DNI, que Dana Frígoli dirige desde 2005, acaba de estrenar un nuevo espectáculo, Dos, lo que se disuelve, en el Galpón de Guevara. Es una pieza de danza teatro, donde el tango está atravesado por conflictos vitales, las coreografías encarnadas por personajes que parecen venir de distintas épocas, del fondo de pesadillas recurrentes, en un tono general de melancolía que por momentos se vuelve angustia y en otros se distiende con destellos de humor. El espectáculo es la síntesis de una búsqueda que Dana inició mucho tiempo atrás intentando reunir intereses que traía desde chica. Es que su vinculación con la danza es difícil de fechar porque desde que tiene uso de razón, amó bailar.
Es por esa certeza que el camino de Dana estuvo guiado por una tenacidad de acero, desde el primer momento. Estudió danza y actuación hasta entrar en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Su madre cantaba tangos y folclore, así que en algún lugar tenía guardadas esas melodías. Empezó a ir a las milongas: “Todavía no bailaba nada, aunque yo creía que sí. Cuando me abrazaron y sentí toda la energía que pasaba por esa danza, fue un impacto. Empecé a darme cuenta que era un lenguaje que me resultaba natural. Todo lo demás lo tuve que aprender, pero bailar no me costaba nada. Bailar y coreografiar surgen de mi casi de manera innata, como una necesidad.”
A fines de los 90 el panorama de las milongas era muy distinto al que es ahora: “¡No había jóvenes!” Cuenta Dana “Había diez por cada cuatrocientos viejos. Yo no entendía que hacía ahí, pero no me podía ir. A la mañana trabajaba en el colectivo cantando y bailando para bancarme los estudios, a la tarde iba al Conservatorio y a la noche me iba a la milonga. Fueron años de milonguear casi todas las noches. Me formé ahí, con los viejos.” Por esas fechas Dana conoció a Pablo, quien fue compañero del tango y de la vida durante más de una década y con el que iban a crear DNI. Hicieron un trabajo de precursores: tomar lo que se bailaba en las milongas, comprenderlo de un modo más profundo y pensar un modo de enseñarlo. “Con Pablo hicimos un laburo de investigación y aprendizaje, porque no había maestros en Argentina. Los pocos que había no te podían enseñar, te decían ‘hace así’. ¿así cómo? ‘Y, así’, y te lo mostraban. Era muy pictórico, muy paternal, pero no era muy funcional.” Se detuvieron a analizar paso a paso la danza, literalmente: “Nos íbamos a las siete de la mañana a La glorieta, porque no teníamos un centavo para pagar una sala de ensayo, con un grabadorcito y nos quedábamos hasta el mediodía, cuando empezaban a llegar los chicos con sus skates. Estudiábamos un ocho, un voleo, una caminata horas y horas. Nos comprábamos libros de anatomía y discutíamos. Analizábamos cómo se bailaba originalmente en el puerto, cómo bailaba Copes en los escenarios, discutíamos. Hicimos una investigación muy profunda durante varios años. Nos sirvió incluso estar al aire libre, cerca de la gente, creábamos coreografías a partir de lo que veíamos.”
Sucedía que además de no existir una metodología para enseñar a bailar, el tango no era cómodo para bailar. “Sentíamos que hacíamos mucha fuerza para bailar. Que había cosas que no eran orgánicas. Me dolían las rodillas, los tobillos, la espalda y ¡era una pendeja! Estábamos bailando mal, sin conciencia, copiando una imagen más que bailar desde la organicidad del movimiento. Fue por eso que empezamos a estudiar solos y creamos una técnica, que es la que hoy en día enseñamos en esta escuela y en dos más, una en Italia y otra en San Petersburgo. En ese momento decir técnica era una mala palabra, ‘el tango es un sentimiento, bailá el sentimiento’, decían.”
Dana junto a Pablo bailaron en el Café Homero Manzi durante algún tiempo, integraron el elenco del espectáculo for export Tanguera, de Tango, Love and Sex, viajaron por el mundo bailando y enseñando y finalmente inauguraron DNI, su propia compañía. Fue entonces cuando se dio la oportunidad de volver a crear, así como habían logrado un modo de enseñar su técnica, un modo de llevarla al escenario. Investigar con su lenguaje, cruzar el tango con la poesía y el teatro, para contar una historia. Así llegaron pequeñas piezas experimentales que mostraban en milongas, para ir fogueando un estilo. “El tango estaba explorado solo desde un ámbito social. No había espectáculos de tango que narren y para mi se podía contar muchísimo. Cada coreografía que hacíamos con Pablo era una historia que empezaba y terminaba en tres minutos. Un encuentro, una separación donde ella se lleva sus cosas y bailábamos con valijas, otra vez yo cantaba ‘Chiquilín de Bachín’ y Pablo bailaba una coreografía de contemporáneo. Yo llevaba textos de Lorca, de Sartre, de Pessoa, de Pizarnik. Hicimos cosas muy buenas, era una búsqueda, mal acabada quizás, pero había una dirección. Lo último que hicimos en ese camino fue Postales de tango, después nos separamos.” Ya en solitario –pasado el duelo, retomado el trabajo– Dana se propuso una obra de mayor complejidad trabajando con un dramaturgo el resultado fue La musa del capricho, por el que ganó el premio Argentores.
Y en este recorrido de ochos, voleos y caminatas rampantes, se llega a Dos, lo que disuelve. Una obra donde el tango y el teatro parecen haberse encontrado en el justo medio. Dana integra un elenco de intérpretes de gran sensibilidad “Crearon personajes que transitan toda la obra con verdad, que se transforman durante la escena y la danza es parte de ese proceso.” Ellos son Adrián Ferreyra, Virginia Cutillo, Jonny Lambert, Juan Pablo Canavire, Sara Westin, Raúl Palladino, Mariana Soler, Marcos Celentano, Chiara Beringuer. Además de bailar, la coreógrafa comparte la dirección con Sergio Falcón. El dramaturgo que terminó de darle belleza y cohesión al relato fue Jorge Huertas.
Dana baja ahora las escaleras de su estudio para recibir a su hijita Lumia, alzarla e irse con ella dar la última clase del día. Mañana hay función de Dos. Se entiende ahora que la compañía que comanda es además, una especie de matriarcado y en eso también radica el cambio, su nueva forma de pensar una tradición. Su voz se volvió más tanguera en el camino al que ya le había puesto cuerpo y corazón.
Dos, lo que se disuelve se puede ver los viernes a las 23 y sábados a las 21, en El Galpón de Guevara, Guevara 326. Entrada: $200.
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