FOTOGRAFIA > CLAUDIA ANDUJAR
En los años 70, la fotógrafa brasileña –nacida en Suiza– Claudia Andujar conoció a la comunidad Yanomami, que vive en la Amazonia y de inmediato quiso conocerlos, incluso vivir con ellos. Hoy, a pesar de que les hizo retratos famosos a personalidades como Clarice Lispector, se la conoce mundialmente por su trabajo con este pueblo. El Malba presenta, hasta junio, una de las numerosas series sobre los Yanomami, Marcados, realizada durante una campaña sanitaria en la que cada miembro tuvo que portar un número para poder ser identificado: entre ellos no usan lo que en Occidente se entiende como un nombre. En esta entrevista, Andujar habla sobre la fascinación a la que le dedicó su vida, sobre su activismo y sobre cómo vive ahora, que ya se retiró de la fotografía.
› Por Romina Resuche
Por estos días y hasta mediados de junio, en Malba puede verse Marcados, una de las muchas series fotográficas de la fotógrafa brasileña Claudia Andujar dedicada a los Yanomami. Retratando a esta comunidad de la Amazonia durante décadas, y también acompañándolos en la defensa del derecho a la propiedad de sus tierras y de su estilo de vida, Andujar desarrolló una relación de confianza plena que le permitió poder contar a través de la fotografía lo que entendió de esa cultura, de esas personas, mientras se construía a sí misma.
Nació con otro nombre en Suiza, vivió en Hungría, en Rumania y en Austria, luego estudió humanidades en los Estados Unidos y llegó a Brasil con algo más de 20 años. Fue al mudarse a San Pablo –su ciudad/hogar hasta hoy–, que comenzó a hacer fotografías. Lo hacía como una forma de conectar con la gente, mucho antes de tomar la actividad como un oficio. A Claudia Andujar se la conoce mundialmente por su trabajo con los Yanomami, una numerosa comunidad originaria de la Amazonia, que se auto-sustenta (la selva y la montaña los proveen de toda la materia que necesitan para alimentarse, elaborar sus medicinas y construir sus casas y sus cosas) y para esto, se mantienen unidos en grandes grupos y recurren al nomadismo entre las zonas vírgenes de Venezuela y Brasil.
La muestra que la trajo a Buenos Aires es en un museo donde un gran equipo prepara laboriosamente los detalles de una exhibición prolija. A la luz del día entre los enormes vidrios, la arquitectura del edificio y las situaciones sociales nada tienen que ver con la vida Yanomami que Andujar eligió primordialmente. Sin embargo, en ese poder habitar distintas zonas de la realidad, su ser emana emociones suaves. Al estar junto a ella se percibe una preferencia por lo sencillo y lo íntimo. Quizás es algo dado por su condición de solitaria –así se define, por destino y elección–. Ese estar sola fue lo que aportó justamente sencillez e intimidad a su trabajo. Ir sola a fotografiar le permitía aproximarse mejor a las personas y “ser parte” de los universos donde decidía entrar.
Los Yanomami le llamaron la atención por sobre otras muchas comunidades que conoció en sus viajes amazónicos, como fotoperiodista, a principios de los años ’70. Andujar tenía ganas de conocerlos más, una curiosidad legítima y respetuosa. Ellos también querían: era la primera persona que veían llegada de otro lugar, de otra cultura. “Nos hicimos amigos –cuenta la fotógrafa–, así que decidí trabajar con ellos por años e involucré toda mi vida, mi tiempo.” Cuando en 1971 decidió empezar a quedarse junto a ellos, Andujar trabajaba como fotoperiodista para la revista Realidade. Su reciente pasado fotográfico iba del retrato al relato sin temor alguno. En uno de sus encargos fotografió, por ejemplo, a Clarice Lispector: un retrato definitivo, donde está completamente sumergida en su escritura. Pero sus viajes por el Amazonas la llevaron a concentrarse en los Yanomami y a seguirlos en su cotidiano, en sus costumbres. Presenciaba todos sus rituales, desde el cocinar hasta las ceremonias donde los chamanes pedían ayudan a los dioses del agua, de la luz, de los árboles. Andujar usó la fotografía para habilitar el acercamiento.
La obra que por estos días se exhibe en el Malba, Marcados, es una serie hecha durante una campaña sanitaria en la que Andujar retrató a cada miembro de la comunidad portando un número que permitiera identificarlos en las cartillas de salud. No se usan nombres entre los Yanomami, al menos no son nombres tradicionales, si no características que destacan algo de su cuerpo o de su comportamiento. Para un procedimiento como esa ronda de salud fue preciso marcarlos de algún modo. Sin embargo, en cada imagen hay posibilidad para la risa, para la entrega, para la mirada fija. Se ven los brazos de las madres sosteniendo a los niños, los mismos estampados en los vestidos que cubren a las mujeres mostrando la presencia de Occidente y la empatía entre Andujar y ellos: lejos de ser formales imágenes para archivar en las carpetas del sistema de salud, son una conexión que cuenta calidez, presencia humana en estado puro y por sobre todo complicidad en registros que no dejan de responder al pedido, pero que derivan en algo mucho mayor.
Desde sus primeros días con esta comunidad, Claudia pudo ver cómo el sistema occidental de explotación de recursos y sus formas invasivas amenazaba el tipo de vida que los Yanomami llevaban. Desde la construcción de una ruta que atravesaba parte de su enorme territorio hasta los buscadores de oro contaminando zonas e incluso las bienintencionadas misiones católicas propagaron enfermedades a las que los Yanomami no eran inmunes. Unida a líderes de la comunidad y a otras organizaciones, Andujar acompañó las luchas de diversas formas y se comprometió a ayudar a visibilizar sus reclamos e intentar soluciones. Es una de las fundadoras de la ONG Comisión Pro Yanomami –que logró por ejemplo que se les reconociera como propio su territorio dentro de Brasil– y, entre otras formas de colaboración, puso una cláusula en su contrato con Vermelho, la galería que difunde y vende su obra: que un tercio de todo lo que se gane sea para la causa Yanomami.
En la actualidad, la intención de algunos miembros de la comunidad de mudarse a las ciudades, sumado al avance desmedido de la minería y la agronomía, sigue atentando contra su vivir tradicional. “La única cosa que el hombre blanco quiere es ocupar tierras y el gobierno no tienen ningún interés en las culturas indígenas”, remarca Andujar, alzando la voz de sus amigos. Para organizarse y seguir defendiéndose, agrupaciones como Hutukara –coordinada por el activista Davi Kopenawa– convocan a distintas aldeas a asambleas presenciales y como las distancias no facilitan la comunicación permanente, buscan métodos como la radiofonía para unirse. Esa es su lucha hoy: el contacto entre los muchos grupos/familias distribuidas en más de 17 millones de hectáreas.
Andujar tiene varios ensayos sobre los Yanomami más allá de esta serie e incluso otros muchos, más allá de los Yanomami. Antes de ese fundamental encuentro con ellos, viajó por todo su país elegido y en el recorrido fotografiaba explorando cada lugar “desenvolviendo pensamientos”, señala. A la hora de exponer su trabajo, prefiere siempre hacerlo por temas. Y sobre esto, explica: “Tengo la tendencia a mostrar conjuntos, porque así yo trabajaba, intentando penetrar en el pensamiento de las personas o de lo que estaban procurando transmitir. Una exposición tiene que concentrar, tener una visión interna de lo que yo quiero mostrar, no contarlo con tres o cuatro fotos, si no desarrollar un tópico, respetar el clima. A veces me pregunto por qué no comencé a filmar, pero de cierta manera lo hice y hago eso con estos conjuntos.”
Este conjunto que hoy se muestra en la Argentina fue alguna vez una pequeñísima parte de su trabajo con los Yanomami, el simple registro que posibilitaba un orden para proteger su salud física. Con el tiempo, éste tomó fuerza. No sólo por las devoluciones de todo aquel que accedía sensibilizado a las imágenes, también por ella, que halló en la marca numérica una similitud con su origen. Suele decir que mientras su padre y su familia paterna fueron marcados por el nazismo para morir, su familia adoptiva fue marcada para seguir sana y viviendo.
Su fotografía pudo verse o es parte de la colección de importantes centros de arte contemporáneo –el MoMa, la Maison Européene de la Photographie, entre muchos otros–. En Brasil, el Museo Inhotim le dedica a su obra un pabellón entero. Su trabajo es materia de estudio más allá de la fotografía. Todo esto suma a lo que pueda contarse del recorrido de su obra y el justo valor que se le da. Y aunque expuso varias de las series en galerías y museos de todo el mundo, sus imágenes fueron vendidas como obra, y obtuvo premios y reconocimientos de gran prestigio, confiesa que nunca lo pensó como arte, si no como lenguaje. “Fue y sigue siendo una manera de comunicación –asegura.– Las personas ahora me dicen que soy artista, todo bien; pero para mí es una forma de comunicarme con el mundo. Tengo esa necesidad de entender al que fotografío, no es solo tirar un retrato o porque la persona es bonita: quiero entender su alma”, concluye.
Hace unos pocos años, Claudia dejó de fotografiar. Lo hizo por limitaciones físicas “para andar y todo lo que hacía”, aclara. Ante esta declaración se le pregunta qué fotografiaría hoy, si esas dificultades no existieran. Reflexiona, hace silencio, se lo pregunta y responde: “Estoy tratando de entender el significado de lo vivido, ahora. Quiero saber cómo voy a hacer para dejar todo esto, cómo voy a salir de mi experiencia en la vida.”
Marcados puede visitarse hasta el 13 de junio en la sala 3 del MALBA, Av. Figueroa Alcorta 3415.
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