Dom 17.04.2016
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ENTREVISTA > SILVIA PéREZ CRUZ

VIAJES Y FLORES

Es la niña mimada de España, una catalana que con sus canciones diluye los conflictos regionales: su recorrido artístico va de la nova cançó al flamenco, del jazz al fado, de la música sacra a la israelí, de composiciones propias a reinterpretaciones de Edith Piaf, Bill Evans y el Chivo Valladares. Canta en portugués, castellano, inglés, catalán y no para de viajar; su padre era un investigador musical especialista en habaneras y ella creció escuchando folklore argentino en una casa de la Costa Brava. Silvia Pérez Cruz es poco conocida en nuestro país a pesar de que grabó un disco acá hace diez años, Immigrasons, con canciones catalanas y argentinas. Ahora ya tiene tres discos solistas y el más reciente, Domus, toca el tema de los desahucios en su país. Y el viernes que viene toca en Buenos Aires para mostrar su versatilidad y las punzadas de tristeza que le dan a su voz el color de la nostalgia.

› Por Mariano del Mazo

El mundo se rinde a los pies de Silvia Pérez Cruz, una catalana de 33 años que avanza lento, devora audiencias y trata de coordinar agendas que se le vuelven indomables. Ahora responde con voz dulce en una entrevista algo heterodoxa. Una entrevista con fondo de traqueteo ferroviario de primavera europea. Maneja la capacidad de la abstracción y, con un murmullo en portugués que sugiere caos de estación, el mensaje llega a pesar de todo nítido. Se puede ser feliz con tanta gente hablando alrededor: “Hola, soy Silvia. Perdona la demora. Estoy contenta, pero no paro. Voy en un tren, saliendo de Lisboa”. Y se dispone a responder. Las preguntan viajaron por mail; las respuestas llegan grabadas en su celular y enviadas por internet.

Es la niña mimada de España en su garganta se diluyen los conflictos regionales que tensan la península. Su recorrido artístico va de la nova cançó al flamenco, del jazz al fado, de la música sacra a la israelí, de composiciones propias a reinterpretaciones de, por caso, Edith Piaf, Bill Evans y el Chivo Valladares. Sabe que en la Argentina la conocen poco, y tal vez mal. Su nombre obliga a una presentación, a pesar de que ya actuó en Buenos Aires y hasta fue la cantante de un disco extraordinario y perdido titulado Immigrasons (2006), que reunió canciones catalanas y argentinas. Ya hablará del affaire argentino. Intenta ordenarse. Todo aparece medio defasado: el mes pasado salió en Europa su tercer disco solista, Domus, y acá se acaba de editar su debut en solitario que se titula 11 de novembre y que ya tiene cuatro años desde su publicación. Se acomoda como puede a este jet lag discográfico. “Me tengo que poner en cada etapa. Grabé muchos discos en colaboración y con grupos. A los 27 cambió todo para mí. Murió mi padre y de una manera muy particular me di cuenta que quería grabar mis propias composiciones. Había cosas que no me hacían bien. Así hice 11 de novembre, en honor a mi padre, inspirado por él. A pesar de la tristeza, para mí funcionó como un renacimiento. De hecho, el 11 de noviembre es la fecha de su nacimiento, no de su muerte. Después hice un disco llamado Granada, junto a Raúl Fernández, que era de versiones. Tenía la intención de barrer con cualquier barrera de estilos, de pensar la cuestión de la reinterpretación y buscar acercar canciones que parecen lejanas entre sí, como un lied de Schumann, un tema de Piaf y un flamenco de Enrique Morente. Y ahora este Domus, que acaba de salir en España y que lo produje yo solita. Ese disco nació por un encargo: hacer la banda sonora de Cerca de tu casa, película dirigida por Eduard Cortés”.

Los audios siguen llegando. El traqueteo del tren amaina. Hay que presentarla, ella lo sabe y lo hace: “Soy de un pueblo de la Costa Brava, Palafrugell, Gerona, veinte mil habitantes y mucho viento. En esa zona de Cataluña hay mucho viento. Es un territorio muy pequeño, pero precioso: hay mar, bosques, montañas. Siempre digo que el paisaje ha afectado mi manera de mirar y caminar... Si me siento de algún sitio es de ese paisaje. Soy de esos pinos y esos mares más que de un país”.

¿Cómo era tu casa?

–Música, mi casa era música. Era la manera que teníamos para comunicarnos. Mi padre tocaba la guitarra y cantaba; mi madre también cantaba. No recuerdo ningún momento de mi niñez sin música. Es una forma de vivir, una manera, el lugar donde me siento más segura y libre y donde entiendo más la vida y a mí misma. En casa mamé esa naturalidad. Cuando suena música me siento como en casa. Mis padres tuvieron un grupo cuando estaban juntos. Papá, además, era uno de los grandes investigadores de habaneras del mundo. Viajó durante 22 años a Cuba, buscaba canciones antiguas, anónimas. Pero tenía que trabajar en una fábrica, porque con eso no comíamos. Con él descubrí mi vocación. A los 4 empecé la escuela, pero a los 12 ya me inicié en la música. De él aprendí lo que es la emoción por las cosas más simples. Cuando cumplí 8 me regaló una guitarra y me puso ‘Alfonsina y el mar’ por Mercedes Sosa. Fue lo primero que aprendí en guitarra. Desde ese momento hasta que murió, siempre que nos veníamos yo se la cantaba. ¡En el barrio algunos me llamaban Alfonsina!

Tu padre era investigador de la habanera. Una de las nutrientes del tango en sus orígenes fue la habanera.

–¿En serio? No conocía esa relación, pero no me extraña. Siempre hay mucho intercambio, mucho ida y vuelta. Canté sólo cuatro habaneras en mi vida y un tango. El tango me apasiona y lo encuentro cercano a las penas del flamenco, al fado… A lo que hago.

Silvia Pérez Cruz dice “lo que hago”. En esas tres palabras cabe un universo musical complejo, aparentemente contradictorio o en tensión, repleto de contenidos: líricos, rítmicos, conceptuales (“este tema es como cançó hecha en una isla griega”, dice de ‘Folegandros’, uno de los temas de 11 de novembre) que podrían disolverse en un esperanto nocivo a lo Nana Mouskouri. Pero no, lo de ella no parece ser precisamente un ejercicio de estilo o un intento de captar audiencias. Tiene la capacidad de apropiación genuina, como un interés que la atraviesa y que no cesa hasta dar con un color folklórico que siempre se escucha personal. Pérez Cruz canta y compone en catalán, castellano, portugués e inglés porque, dice, considera los idiomas músicas en sí mismos. “En mí los idiomas funcionan orgánicamente. En este sentido, no es lo mismo la composición que la interpretación. Compongo habitualmente en catalán o castellano y en portugués. Mi hermana vive en Portugal hace 14 años, y manejo naturalmente esa lengua. Uso un idioma u otro de acuerdo a la musicalidad porque lo que está en juego es el carácter de la canción. Y después ocurren cosas misteriosas. En Domus hay una canción que se llama ‘My dog’, porque me sonaba así, en inglés. Con las versiones es diferente, cuando un tema me enamora cantarlo en su idioma es una manera de aprender palabras, sonidos, acentos, que son los materiales con los que se trabaja cuando uno canta”.

En 2005 fue convocada para un proyecto común entre Argentina y Cataluña, un programa de intercambio que nació entre el Festival de Vic y el entonces Festival de Jazz y otras Músicas, que dirigía Rodolfo García. Surgió la idea de hacer un disco que funcionara como la memoria del exilio tanto de catalanes en la Argentina como de argentinos en Barcelona. Se tituló Immigrasons y la dirección musical fue compartida entre el español Raúl Fernández y el argentino Ernesto Snajer. Snajer recuerda que para elegir repertorio y un intérprete Fernández le llevó una decena de discos de artistas catalanes. “En el primer disco que me puso la voz era de Silvia Pérez Cruz. Le dije: ya está, es ella. Igual escuchamos todos los discos”, cuenta. “Silvia tiene una voz increíble y su manera de cantar es conmovedora. En el vivo se transforma y trasmite mucha emoción. Si bien sus raíces son amplias, brilla con su toque gitano: sabe improvisar muy bien. Y además se notan sus estudios de jazz”. Snajer le preparó una serie de canciones argentinas que Pérez Cruz pescó como una experta en buceo de mar profundo. Sus versiones de temas como “La nochera” de Jaime Dávalos y Ernesto Cabeza, “Doña Ubenza” de Chacho Echenique, “Vidala del último día” del Chivo Valladares, “Carabelas nada” de Fito Páez o “Sólo se trata de vivir” de Litto Nebbia son ejemplares en cuanta aquello de la apropiación y tienen lo que debe tener un buen cover: audacia, experimentación, buen gusto, al mismo tiempo que respeto e irreverencia. “La nochera”, por ejemplo, que comienza con unas palmas flamencas y un bombo legüero que da paso al ritmo de zamba: Pérez Cruz monta la melodía con morosidad y una expresividad que se intensifica a medida que la canción avanza. En “Carabelas nada” Snajer-Fernández le otorgan un vago carácter de reggae, y la catalana lo interpreta con determinación de cantante de pop indie.

¿Qué recuerdos tenés de Immigrasons?

–Muchos. Era muy jovencita, viajé sola, recién me largaba. Sentí muy cercano el folklore argentino. Conocí las bagualas, las chacareras, me acuerdo que me volví loca con el bombo legüero. Hay zambas en mi repertorio actual. Aquella vez incluso grabé ‘Alfonsina y el mar’, pero finalmente no salió. El proyecto también contempló un documental, Tierra de esperanza, en el que se entrevistó a exiliados catalanes y argentinos. El disco fue como una banda sonora de ese exilio.

Has estado muchos años haciendo discos en colaboración, de muy diferentes estilos. ¿No temiste que eso afectara tu temperamento artístico? ¿Pensás que encontraste una voz, tu voz?

–Es cierto, antes de mi primer disco solista estuve ocho años trabajando en variados proyectos. ¡Participé en 30 discos diferentes! Hay un momento clave. A los 18 años me fui a estudiar a Barcelona. Estaba dudando entre antropología y filosofía, y al final me inscribí en la Escuela Superior de Música de Catalunya (ESMUC). Aprendí armonía, composición, arreglos. Y empecé a renegar de mi voz. No me gustaba mi manera de cantar. Comencé a deconstruir mi canto. Fue un proceso en el que logré volver a cantar como cuando era pequeña, pero con más técnica. Eso fue a los 20 más o menos. Me di cuenta que esa era mi voz.

Tenés un disco medio secreto, sobre músicas de Bill Evans...

–Sí, We sing Bill Evans. Me gusta que me preguntes por él. Está medio perdido. Lo grabé a a los 24 años, con Joan Díaz y su trío, toda gente de la ESMUC. Terminaba la carrera de canto de jazz y estaba embarazada de ocho meses y medio. Era un repertorio complejo, hecho para pianistas. Las letras eran posteriores. Tuve que hacer un trabajo para que lo difícil pareciera fácil. Es una premisa que sigo desde siempre: que la gente se concentre en sentir y emocionarse, ¡que lo que le cuesta a uno es cosa de uno!

En esa época era parte de Las Migas, un grupo de flamenco que incluía otras tres estudiantes de la ESMUC, que se disolvió cuando Pérez Cruz encaró su carrera solista. Ahora, con lo último, con Domus, está dando un nuevo paso. Fue hecho a medida de la película musical Cerca de tu casa. El filme se originó prácticamente en la fascinación del director Eduard Cortés por Pérez Cruz. Allí actúa, baila y canta, un poco a la manera de Björk en Bailarina en la oscuridad. Cortés supo el brillante con el que tenía que trabajar, pulir. “Si lograba poner en la película toda la verdad que ella tiene cantando en un escenario, la cosa funcionaría”, dijo Cortés en una nota al diario El País de Madrid. Cerca de tu casa gira en torno a los perjudicados –“los desahucios”- por la crisis inmobiliaria española de 2007, el daño que causó la explosión de la burbuja de créditos hipotecarios. Las canciones no evitan la impronta social. Silvia Pérez Cruz se metamorfosea en una suerte de Joan Báez ibérica.

¿Hasta qué punto te interesa el mensaje social en la música popular?

–Creo que la música tiene mucho poder. Y ese poder puede ser concreto o abstracto. Me interesa más lo abstracto, que la música por sí misma te haga sentir vivo. Con Domus debía hablar de una temática tan clara como la de los desahucios y tuve que ser más directa, más enfadada. Pero, vamos, que también en las historias de amor hay pequeñas relaciones de poder... Lo que te quiero decir es que para mí no es obligatorio que la música tenga mensaje social. Asocio más a la música con la libertad. Y sí, es un gran vehículo para decir verdades porque la música no pide permiso. Ahí no te pueden manipular, es directo, no lo puedes controlar, duele o no duele.

Justamente. El dolor está muy presente en tu canto. Como un dolor antiguo.

–Cantando las penas siempre he llegado más lejos. A los 4 años hacía una habanera llamada ‘A la sombra de un palmar’, que hablaba de una niña huérfana. Bueno, aprendí guitarra con ‘Alfonsina y el mar’. Puedo cantar alegrías pero me sale mejor la melancolía. Me puedo reír de mímisma pero, bueno, con algunas cosas no se juega. Canto canciones tristes para ser feliz.

Silvia Pérez Cruz toca el 22 de abril a las 21 en el ND/Teatro, Paraguay 918.

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