DOCUMENTALES > FINDERS KEEPERS
A partir de un hecho policial sórdido ocurrido en Carolina del Norte –un comprador de objetos usados se encontró una pierna humana dentro de su recién adquirida parrilla– el notable documental Finders Keepers de Bryan Carberry y Clay Tweel, que se puede ver en Netflix, va mucho más allá de la anécdota bizarra. Al narrar la historia de los involucrados en el insólito hecho, el comprador de la pierna y su verdadero “dueño”, un hombre amputado, se interna en vidas arrasadas por la competencia y el afán de éxito en un territorio en crisis económica y en la explotación mediática del modo de vida white trash, verdadero filón de realities televisivos baratos y apenas la punta del iceberg de la representación de la pobreza en Estados Unidos.
› Por Ariel álvarez
Shannon Whisnant vive en Maiden, Carolina del Norte. Se dedica a comprar cosas usadas de todo tipo para sacar algún dinero con la reventa. Un día fue a la subasta pública de unas bodegas que se remataban porque los dueños habían dejado de pagar el alquiler y compró el contenido de una de ellas. Entre las cosas adquiridas había una parrilla portátil, de esas que tienen tapa, para barbacoas. Al abrirla, comenzó a gritar llamando a su familia. No podía creer lo que había dentro: una pierna humana momificada. La noticia interesó a los medios locales. Es ahí cuando apareció en esta historia John Wood, el dueño del miembro en cuestión, (se trataba de su propia pierna amputada). Y el comienzo de la disputa. Wood quería que Whisnant se la devolviese y éste se negaba por considerarse su nuevo dueño, simplemente porque “pagó por ella”. La batalla por la pierna es el tema central de Finders Keepers, el documental que prueba como ninguno que la realidad supera a la ficción y que a veces es mucho más extraña.
La feroz disputa por la tenencia de la pierna comenzó en 2007 y tardó siete años en resolverse. Este fue el tiempo que los directores Bryan Carberry y ClayTweel utilizaron para realizar el documental que muestra una historia asombrosa, en principio, para luego adentrarse en la compleja serie de situaciones que llevaron a que la vida de estos hombres se cruzaran, y en el por qué la pelea por la pierna se convirtió en una obsesión. Comenzaron a filmar en 2008 y todo ese tiempo fue el necesario para contar esta historia: “La película sería muy diferente si hubiéramos intentado hacerla en dos años, cuando todavía era noticia. Al hacer las entrevistas nos dimos cuenta de que era invaluable tener la resolución del conflicto. Fue un riesgo pero funcionó”, afirma Tweel.
Y los protagonistas son presentados sin ninguna pretensión de juzgarlos. El primero en aparecer es John Wood, caminando con su prótesis hacia la bodega número 48 donde años atrás dejó la parrilla con su macabro contenido. Wood es el hijo varón de una familia que tiempo atrás tuvo una buena posición económica, y siempre fue rebelde: un joven alcohólico y drogadicto, atormentado por la desaprobación de su padre. Llevaba un año sobrio cuando tuvo el accidente con la avioneta familiar que desembocó en la amputación de su pierna y la muerte de su padre: él era el copiloto, nunca se perdonó la responsabilidad que le cabía y volvió a las drogas.
Quiso y pudo quedarse con su pierna amputada. Intentó guardarla en su heladera, en el freezer de una tienda donde trabajaba un amigo y, finalmente luego de momificarla “artesanalmente” fue a parar al depósito, dentro de la parrilla. La idea (extraña) era construir con ella un altar en homenaje a su padre pero dejó de pagar el alquiler y el gobierno remató sus cosas.
Shannon Whisnant las compró. Un hombre robusto que se define a sí mismo como un “emprendedor que habla muy rápido” y que para poder sobrevivir es capaz de venderle nieve a los esquimales. Rápidamente la noticia llegó a los medios y comenzaron las entrevistas. Whisnant se sentía una celebridad. Lo comenzaron a llamar Footman (“hombre pie”), mandó a imprimir remeras con su cara y la pierna, hizo una página web y hasta pensó en cobrar entrada para verla. Su situación comenzó a cambiar: quizá podría ser famoso y salir de la pobreza.
Cuando Wood apareció a reclamar lo suyo, la historia adquirió una cobertura mediática increíble (nacional e internacional). Hasta a Alemania llegaron estos dos hombres invitados por un programa de televisión para que contaran lo ocurrido. No hubo noticiero o talk-show que no los tuviera de invitados y a todos concurrían con el miembro amputado. De hecho la pelea legal se resolvió en el programa Judge Mathis, (conocido en nuestro país por la versión local La Corte que el abogado Mauricio D’Alessandro condujo en los ’90)
Los medios se dieron una panzada con estos simpáticos hillbillys, básicamente burlándose de ellos. Pese a esto la fama fue bienvenida: los protagonistas grabaron religiosamente en vhs cada aparición televisiva y ese es el material de archivo que se ve en el documental.
La historia de la pierna es una versión reflexiva y redonda de una tendencia televisiva que es una especie de placer culpable y que, aunque con altibajos, sigue manteniendo la atención morbosa del público: los realities protagonizados por integrantes de lo que se llama white trash, es decir, los pobres y desamparados en el país de las oportunidades, que encuentran en estos espacios al menos una manera de conseguir el elusivo éxito que exige la cultura de masas norteamericana. Hay muchos ejemplos como Toddlers and Tiaras, programa en donde las niñas participan de feroces concursos de belleza y son prácticamente torturadas por sus madres; o Here Comes Honey Boo Boo, un spin-off del anterior, que muestra la vida de una chica obesa y su familia casi sin educación luego de participar en el concurso: el programa fue suspendido cuando se supo que la madre de la pequeña se había casado con un abusador de menores. El más famoso de esta tendencia es Duck Dynasty, sobre la familia Robertson, de Louisiana, que se hizo millonaria por vender un silbato para llamar patos de marca Duck Commander. Madre adolescente y 16 y embarazada son dos de los más polémicos –Farrah, una de las mamás adolescentes, ahora es estrella porno– y la lista podría seguir e incluir algunos ejemplos muy al borde, como los realities de acumuladores, donde la pobreza se mezcla con otro desamparo: el de la enfermedad mental. En todos la idea es la misma: burlarse y estigmatizar a la clase baja.
Al comienzo, Finders Keepers sigue intencionalmente la estética de este tipo de programas, deja que los personajes hablen por si mismos del “problemita” de la pierna y sí, son muy graciosos y absurdos. Pero de a poco comienza a mostrar las historias de vida de los protagonistas (lo que a los medios nunca les importó saber) y va más allá: ya no se trata sólo de un documental sobre una “historia loca” y una crítica hacia los medios. La relación de Wood con su familia y sus adicciones y la manera en que la popularidad alteró sus vidas y por sobre todo la obsesión con la pierna y el altar para su padre; y la desesperación de Whisnant, por convertirse en famoso y poder cumplir su sueño de transformarse en un actor cómico, pero fundamentalmente “salir de pobre”, convierten a este documental en una historia que habla de desigualdad, de la presión por ser una persona exitosa, con padres machistas que enloquecen a sus hijos y la necesidad de sentirse aunque sea un poco importante en un país que los obliga a pelear locamente por sobrevivir.
Finders Keepers cuenta de una manera precisa una historia desquiciada, llena de sueños rotos, y que llega al corazón del deseo de las personas por más absurdo o triste que sea. Y, además, sin golpes bajos y sin ser condescendiente, de alguna manera reivindica a estos dos disparatados antihéroes.
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