FAN > UN ESCRITOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: HORACIO FIEBELKORN Y EL ESPEJO (1975), DE ANDREI TARKOVSKI.
› Por Horacio Fiebelkorn
El Espejo (Zérkalo), de Andrei Tarkovski, es un film de 1975, acaso el más personal y discutido, en su momento, del cineasta soviético.
Sus digresiones narrativas y las escenas oníricas que incluye, le bastaron para obtener la etiqueta de «formalmente audaz».
Maltratada por la crítica, bloqueada su exhibición en Cannes por los burócratas de la cultura, El Espejo fue proyectada durante algún tiempo en algunos cines de barrio moscovitas.
La vi por primera vez a principios de los 80, en un ciclo de cine soviético que se proyectaba en la AMIA de La Plata. Volví a verla mucho después, en el 2002.
Al año siguiente, la vida de mi padre comenzaba a extinguirse. Postrado luego de una quebradura de cadera, fue languideciendo, perdiendo la memoria. Bordeaba ya la demencia senil cuando se fue, en enero del 2007, luego de una operación.
Yo vivía en Buenos Aires y trabajaba en La Plata, y durante su agonía lo visité todo lo que pude, intentando comunicarme con ese hombre con quien nunca tuve una relación sencilla.
Durante un día de otoño del 2003, en la plaza Paso, vi elevarse una delgada columna de humo, de una fogata pequeña de hojas secas.
Al volver a Buenos Aires por la tarde, arriba del micro anoté lo que sería el inicio de una serie de poemas. Todos iban a integrarse a un libro que se llamó Elegías.
Las imágenes de El espejo me visitaban en esos días. El más personal y tal vez más universal de los films de Tarkovski, que a partir de sus propios recuerdos, logra que el espectador se conecte con los suyos.
¿Qué podía tener, yo, en común, con una casa de campo rusa, una madre rubia que espera el retorno de su marido, un cobertizo que se incendia?
¿Qué conexión pude establecer con los recuerdos de la Gran Guerra Patria, los exiliados españoles de la Guerra Civil, los choques fronterizos con China, la presión del stalinismo, o un hombre que habla con su ex mujer sobre la educación del hijo de ambos?
La respuesta sólo está en los climas que propicia la película, al rescate de una memoria personal transfigurada en una poética, y atravesada por los versos en off de Arseni Tarkovski, padre del cineasta.
“Y corren las gotas por las ramas heladas /que ni las palabras podrían frenar, /ni secar siquiera un pañuelo.”
“Corre, niño; no te apiades /de Eurídice desdichada, /echa a rodar por el mundo / tu aro de cobre con una vara, /mientras, apenas audible /pero respondiendo a cada paso, /la tierra suena en los oídos /tan alegre y austera.”
Sólo hay un modo de lograr que alguien se apropie de una historia lejana: dejando trabajar al mundo de los afectos, despojarlo de cualquier tentación sentimentaloide. La imagen por sobre la metáfora. “Esculpir en el tiempo”, definió Andrei Tarkovski, y El espejo es su ejemplo más preciso y logrado. Chocó contra su época, a ambos lados de la Cortina de Hierro.
Me cuesta creer, desde el presente, que los críticos de aquellos años, tanto soviéticos como occidentales, no le pudieran encontrar sentido a la película.
La única que dio en el clavo fue una empleada de limpieza, que por su cuenta se metió en un seminario que debatía el film. «Yo creo que es simple. Un hombre se enferma y siente miedo de morir. De pronto recuerda todo el mal que pudo haberle hecho a los otros; quiere expiar sus culpas, quiere pedir perdón». El episodio es citado por Pablo Capanna en su libro Andrei Tarkovski: el ícono y la pantalla.
Era todo mucho más simple que cualquier sarasa político-estética de la crítica, por muy bien vestida que aparezca.
En cuanto a mí, también pedía perdón, por no haber sido todo lo buen hijo que mis padres hubiesen deseado. Por no haber podido, sabido o querido franquear todo lo que nos separaba.
La poesía, una vez más, vino en mi auxilio, como ocurrió siempre que la vida me dejó mudo, sin palabra alguna.
La poesía y El Espejo.
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