› Por Agustina Paz Frontera
El Festival Internacional de Poesía de Rosario dura unos pocos días, los necesarios para operar sobre la escucha y la lengua, siempre a punto de decir algo que ocupe exactamente el lugar de la cosa pero no. Camino a Rosario la combi parece un aeropuerto: poetas del mar, de la meseta, de pueblo, pueblito y capital, nacidos entre 1991 y 1947. Decenas de poetas de todo el mundo, más de cien editoriales, miles de libros de poesía, lectores, periodistas y estudiantes vitalizan el encuentro.
“Estimular la diversidad y complejidad”, son las palabras que usa Daniel García Helder para definir los objetivos del Festival. Es parte fundamental del equipo curatorial desde 2009, editor de la Editorial Municipal y una referencia indispensable para varias generaciones de poetas. En el discurso inaugural, “Chiqui” González, la ministra de cultura de Santa Fe desarrolla un concepto para pensar: poesía pública. Si no la política, es la poesía la que nos salvará de la literalidad de la violencia. El fomento de la poesía como política cultural provoca una pregunta no tan fácil de responder.
–Gustavo López tiene la teoría de que la poesía educa en la desconfianza del lenguaje.
La que habla es la poeta bahiense Valeria Tentoni; López es editor de Vox, el sello también de Bahía Blanca que comenzó el mismo año que el Festival: 1993. Una tansa sale de Bahía Blanca, se enreda en Buenos Aires y hace pique en el Río Paraná, ese triángulo tiene varios responsables y dos que destacan porque formaron escuela y municipio: Sergio Raimondi en Bahía Blanca y Daniel García Helder en Rosario. Es que la poesía es “un sistema de conocimiento sobre el mundo”, dice Roberto García, editor de la obra completa y definitiva de Aldo Oliva, autor rosarino homenajeado en el Festival, “el poeta contra los poderes públicos, hoy reeditado por los poderes públicos”, según palabras de Ángel Oliva, hijo de Aldo.
–Gustavo, ¿cómo era tu idea?
–Creo que si el poema es bueno hay algo de la experiencia del mundo que se transmite, y eso ayuda a leer la propia experiencia, no sé, deberías preguntar a Helder, ¡Daniel!
El Festival se volvió tradición, por sus salas transitaron Marosa Di Giorgio, Juana Bignozzi, Leónidas Lamborghini, Fogwill, Juan Gelman, entre tantos otros. Este año se produjo una anomalía dentro de la anomalía mayor que es el Festival, el 70% de los invitados está representado por mujeres. En la continuidad de las voces empalmadas en los cuatro días de lecturas ya no entra un poema más (“¡no puedo escuchar más poesía, me estoy volviendo loco!”, dijo un poeta), pero en ese concierto de voces, Babel devorada por la ciudad, la voz femenina liga con su variantes y calma. Desde la española María Salgado, que trabaja nada más y nada menos que con sonidos, a la voz de Beatriz Vignoli, que leyó un poema sobre Omar Chabán.
¿Será que la poesía, como dijo el chileno Enrique Winter en la combi, es de todas las artes la que “tiene el piso más bajo y el techo más alto”? ¿Qué será la poesía para que toda la leída, actuada y recitada estos días sea nombrada como tal? Poesía, por ejemplo, es el amor a Aldo Oliva, un secreto en voz alta durante el Festival. Poema es La desobediencia debida (tal es el nombre de un texto del homenajeado): desobediencia debida a lo que debe ser un poema, a lo que debe ser un municipio.
–Tratamos de que la idea de “lo municipal” deje de estar relacionado con lo gris y lo vetusto –dice García Helder en el almuerzo posterior a la lectura exclusiva para editores, que se hace por primera vez este año para involucrar a los sellos como agentes poéticos imprescindibles. Las editoriales, en especial las locales, organizan su producción en función del festival, cuentan Julia Enríquez, de Ediciones Danke, para quien el festival arma comunidad, y Ana Wandzik, de la editorial Iván Rosado, que invoca el valor rupturista de esta tradición regional.
“La organización del festival es como una sucesión histórica de conversaciones”, aclara Daiana Henderson cuando la pregunta es cómo seleccionan a los invitados. La poeta, editora y miembro del grupo curador, que tiene, como su compañero de trabajo Bernardo Orge, pocos años más que el festival, habla de ecuanimidad de estilos y de un federalismo no voluntarista. “Lo importante es mantener la calidad, por eso invitamos poetas inéditos, sino los festivales son la decantación de operaciones críticas”.
¿Cómo transforma la “poesía pública” a una ciudad? ¿Hay más poetas en Rosario, hay más lectores de poesía? ¿No es suficiente ver el río marrón y celeste aplastado por un barco de carga para hacer imposible una vida sin poesía? En el Festival no sólo hay lecturas en voz alta sino que además hay talleres de poesía y de edición. “Y después está la Feria de Editoriales de Poesía –agrega Helder–, que es casi un festival paralelo si se tiene en cuenta que siempre hay tanto público revisando los puestos de libros como en la sala de lecturas”.
La ciudad de la bandera fue otra vez la sede de un festival que resultó luminoso. En la mesa de Panoramas nacionales se pudo dialogar sobre la escena en varios países, la conclusión a la que arribó el moderador, Matías Moscardi, es un deseo: un común heterogéneo poético, un estado “ni gris ni vetusto” que no cense ni censure, sino que provoque las tensiones de lo dispar, las acompañe y les haga festivales, en definitiva, un estado que se desobedezca a sí mismo.
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