Domingo, 16 de octubre de 2016 | Hoy
LEGIAO URBANA
Justo por estos días en que Buenos Aires parece volver a convertirse en la capital del rock con shows para todos los gustos, Legiao Urbana no vendrá a tocar, como no lo hizo en los ochenta ni en los noventa. Como nunca lo hizo. Pero a veinte años de la muerte de su líder Renato Russo, los sobrevivientes de su grupo sí volvieron a tocar en Montevideo, como lo habían hecho en 1985. Radar presenció el show Legiao Urbana XXX, conversó con Dado-Villa Lobos y Marcelo Bonfá, guitarrista y baterista respectivamente, y reconstruye la historia de un grupo que fue casi una religión con miles de fans, una banda a la manera de los Redondos aunque con una estética muy diferente, y recupera la figura de Renato Russo, que murió de sida en 1996 y se convirtió en un referente tan extraordinario como mitológico, una leyenda intraducible que jamás salió de Brasil.
Por Martín Pérez
Un par de semanas atrás, en Montevideo, nadie parecía capaz de recordar con precisión lo que había sucedido hace treinta años en el debut de Legiao Urbana sobre un escenario de esa ciudad. Ni siquiera los dos sobrevivientes del grupo –presentes en la capital uruguaya para repasar su historia musical, algo que vienen haciendo en un show con el que giran por todo Brasil desde el año pasado– podían ponerse de acuerdo. El guitarrista Dado Villa-Lobos se reía al aclarar que, en realidad, aquel recital había sido el único que el entonces cuarteto había tocado mas allá de las fronteras brasileñas en sus doce años de existencia. “Vinimos, tocamos, y los silbidos nos mandaron de vuelta a casa, de donde nunca más volvimos a salir”, exageró desde uno de los asientos de atrás de la combi que traía de regreso a los integrantes del grupo, y sus familias y allegados, de un asado con el que los habían agasajado en las afueras de Piriápolis. “Yo no recuerdo que nos hayan silbado”, retrucó el baterista Marcelo Bonfá, que cuando la combi pasó frente a un renovado Gran Hotel Carrasco durante ese viaje de regreso, señaló el lado derecho del enorme edificio ovalado, donde explicó que estaba su habitación y el balcón en el que se pasó fumando durante su breve estadía treinta años atrás en esa playa que marca el limite este de Montevideo. Por entonces, ese hotel –que siempre parecerá una enorme ballena encallada en la costa– estaba casi en ruinas pero seguía funcionando, así que resultó ideal para hospedar a los grupos extranjeros invitados al hoy mítico primer Montevideo Rock, del que formó parte aquel show de Legiao, y en el que participaron también Fito Páez, Paralamas y Sumo, entre otras presencias estelares. Al escuchar el nombre de Sumo, Dado recordó inmediatamente la pelada de Luca paseándose fantasmagórica por los interminables pasillos. “Tengo fotos increíbles en ese hotel, en las que aparece también Negrete”, agregó Bonfá, refiriéndose al bajista del grupo durante los primeros discos, que falleció el año pasado. “En otra de esas fotos estoy sobre el escenario, tocando la batería, totalmente entusiasmado. Por eso es que no recuerdo que nos hayan silbado. Y, si hubo silbidos, yo los ignoré completamente”, calculó el baterista, que junto al guitarrista están haciendo las paces con su pasado al frente de un show al que han bautizado como Legiao Urbana XXX, una celebración de los treinta años transcurridos desde la edición de su primer disco, Legiao Urbana (1985), reeditado el año pasado con el agregado de un CD extra con demos, versiones inéditas y remixes de los comienzos del grupo. Pero como todo parece ser ceremonial y también circular cuando se trata de Legiao, aniversarios y fines de época se multiplican, y su paso por Montevideo no sólo propicia el recuerdo de aquel lejano show de la banda en pleno, justo antes de la aparición de su segundo disco, Dois (1986), sino también de otro más cercano, realizado en 2008, un homenaje al grupo organizado por rockeros uruguayos, que reunió por primera vez a Villa-Lobos y Bonfá sobre un escenario desde la separación del grupo tras la muerte de su líder, Renato Russo, a los 36 años, la misma edad en la que murió Elis Regina. Si el rock argentino cerró su década del ochenta con tres muertes, las de Miguel Abuelo, Federico Moura y Luca Prodan, su par brasileño atravesó los noventa con otras tres: en julio de 1990 la muerte de Cazuza cerró la década previa e inauguró la nueva, que a su vez fue prematuramente clausurada por la de Chico Science, en 1997. Un año antes llegó la de Renato, que decretó casi inmediatamente la separación de Legiao, la banda que no sólo mejor había sobrevivido al auge del rock brasileño de los 80, sino que incluso dobló la apuesta al cambiar de década, multiplicado las ventas de sus discos, y creando un mito que aún hoy se mantiene vivo, recibiendo cada aniversario de la muerte de su líder –como el que se celebró este martes 11– con estrenos o reediciones tanto de discos como de libros, obras de teatro y hasta películas. Justamente, tal vez esa presencia recurrente haya sido lo que les hizo tan difícil pasar de página a sus ex compañeros, que recién después de la convocatoria que les hicieron sus pares uruguayos ocho años atrás, con los integrantes de Los Traidores y La Vela Puerca a la cabeza, se permitieron empezar a reunirse para reclamar aquella música como propia. Un primer paso fue repetir aquel tributo uruguayo del 2008 un año mas tarde, pero en Brasil; hubo otro en 2012, con el actor Wagner Moura (el protagonista de Narcos) como vocalista, y por último –después de que su sello propusiese la reedición ampliada del debut– la decisión de armar esta gira, que se ha extendido tanto que los trajo de regreso al punto de partida para terminar de saldar su deuda con quienes los ayudaron a empoderarse. “El regreso de Legiao Urbana sólo podía suceder de este lado del Río de la Plata”, subraya Sebastián Teysera, el cantante de La Vela Puerca. “Porque acá en Montevideo nosotros siempre escuchamos todo el rock en castellano, tanto el español como el brasileño y el argentino. Algo que recién ahora está empezando a pasar en Argentina, donde por ejemplo hoy le prestan atención al rock uruguayo, pero durante los 80 o los 90 no sucedía. Era lógico, con todo lo que estaba pasando en Buenos Aires. Pero al mismo tiempo se perdían de otras cosas, que nosotros sí supimos disfrutar”, saca pecho Teysera, orgulloso anfitrión histórico de uno de esos pocos shows que, en estas épocas en las que realmente parecen estar viniendo todos, en Buenos Aires no se consigue.
El teléfono sonó a las dos y cuarto de la madrugada del 11 de octubre de 1996, trayendo lo inevitable: la noticia de que Renato Russo finalmente había muerto. En el comunicado con el que el grupo ese mismo día confirmó la noticia, la causa de la muerte fue atribuida a una “infección pulmonar”, pero con el tiempo se sabría que se trató de complicaciones vinculadas al sida. Según agrega Dado Villa-Lobos en la emotiva autobiografía de sus tiempos en Legiao Urbana, Memórias de um legionario (2015), apenas una semana antes de recibir ese llamado había pasado a visitar a Renato por su departamento. Aunque habían estado en contacto casi diario por teléfono durante la producción de A tempestade, la despedida en carne viva del grupo –que produjo Dado, por lo delicado que era convocar a una persona ajena a la banda en ese momento–, y sabía perfectamente que su salud no era la mejor (“hoy estuve con fiebre toda la tarde”, canta en “A via láctea”), lo que encontró lo dejó en estado de shock. “Cuando entré en su cuarto, vi un cuerpo escuálido como el de un prisionero judío en el holocausto, en una cama de hospital con sábanas blancas”, escribe Dado hacia el final del libro. “Mirá quién llegó, Renato”, dijo su doctor, que tuvo que insistirle, señalando al recién llegado: “¿Quién es el que está ahí?”. “Es el guitarrista de mi banda”, fue su débil respuesta. “No aguanté más: me metí en el baño y empecé a llorar. Fue recién ahí que la muerte precoz de Renato me pareció un hecho inevitable”, confiesa Dado, que en el libro también recuerda que aquella madrugada de la noticia final llegó a las 5 de la mañana al departamento de Renato, donde fueron reuniéndose los más cercanos hasta casi el final de la tarde, cuando retiraron el cuerpo. Durante ese improvisado velorio, los más vinculados al grupo se quedaron cerca de la biblioteca del cantante, revolviendo libros y manuscritos, y escuchando sus discos. Incluso encontraron escondida entre los papeles una piedra algo seca de porro, e hicieron buen uso de ella. Dado asegura recordar especialmente una anécdota infantil que le contó un tío de Renato, al que le pidió de regalo el primer disco de Elton John. Cuando el tío le trajo en cambio uno de Tom Jones, que estaba de moda en ese momento y tenía cierta similitud fonética para quien no entiende de música, fue casi una tragedia para ese niño que a la edad de diez años ya era un fanático de la música pop, después de haber vivido su infancia en Nueva York, algo que lo hizo familiarizarse con el inglés. Mucho antes de ser el primer vocero del punk de Brasilia al frente de su banda Aborto Eléctrico, para la que compuso a fines de los 70 feroces himnos contestatarios como “Geracao Coca Cola” o “Qué país e este” –que recién grabaría con Legiao–, Renato fue un precoz conocedor de todas las vertientes del rock anglosajón. Desde Elton John hasta Focus, tanto baladas al piano como rock progresivo, el pequeño Renato lo sabía todo. Y siempre soñó con formar parte de ese mundo, como lo demuestra la flamante edición para acompañar este vigésimo aniversario de su muerte del libro The 42nd St. Band. Aunque es presentado como una novela inédita, se trata en realidad un entusiasta y obsesivo cuaderno de adolescencia, en el que Renato Manfredini Jr. escribió una y otra vez –mientras guardaba cama por una prolongada enfermedad ósea– la historia de su banda imaginaria, formada en Londres en 1974 y en la que terminaban tocando Jeff Beck y Mick Taylor, y liderada por un alter ego bautizado como Eric Russell, de donde el pequeño Renato adoptó el apellido con el que –levemente deformado– alcanzó la fama. The 42nd St. Band es el segundo libro editado a partir de los manuscritos encontrados en la biblioteca de Renato, a través de la prestigiosa editorial Companhia Das Letras, gestionados por su único hijo, Giuliano Manfredini. El primero fue Só por hoje e para sempre (2015), el diario de una internación para dejar el consumo de drogas a mediados de 1993, donde reconstruye varios momentos de crisis de su vida privada y pública. Tanto uno como otro libro resultan más apropiados para historiadores que para el lector común, sea o no un fan, ya que al no haber sido escritos pensando en su publicación, ante la segunda o tercera banalidad o repetición –como escribió Thales de Menezes en Folha do Sao Paulo– dan ganas de dejarlos de lado para irse a escuchar un disco. De Legiao o Renato, si es posible.
Junto con Paralamas y Titas, Legiao Urbana integró el trío de los grupos más importantes del rock brasileño de los 80 que lograron sobrevivir con el cambio de década. Y aún más, ya que cuando los dos primeros cayeron en desgracia en aquellos nuevos tiempos (con los años se convertirían en clásicos, pero antes les tocó el desierto), el grupo de Renato se terminó convirtiendo en lo que alguna vez Herbert Vianna calificó como un fenómeno más religioso que musical. “Había algo de eso, porque en esa época tocábamos en estadios del fútbol, y existía realmente esa reverencia, esa cosa mítica, ese culto de legionarios, lo que nos sucedía era algo diferente a lo que veíamos a nuestro alrededor”, concede hoy Dado. “Pero eso tenía que ver con Renato”, aclara Bonfá. “Nosotros éramos simplemente parte de eso. Según nuestro punto de vista, éramos músicos e íbamos sólo a hacer un show”. Y por eso Dado agrega que, a pesar de que tal vez haya tenido algo de razón, la declaración de Herbert también era ofensiva. “Porque lo que nosotros hacíamos era música, lo mismo que hacía él”. Si aquella declaración del líder de Paralamas siempre se gana un lugar en las crónicas sobre Legiao, tal vez sea porque Vianna es una voz entendida en el asunto: fue el primero en apostar por ellos, llegando al punto de grabar un tema de Legiao –“Química”– en Cinema mudo, el primer disco de su grupo. El debut homónimo del grupo de Renato estuvo listo justo cuando Rock in Río estalló en Brasil, y sus ventas fueron lentas. Compartían discográfica con Paralamas, y en un principio el sello –EMI– no estaba muy convencido de tener otro grupo oriundo de Brasilia, con un cantante que también usaba anteojos. Pero cuando Legiao arrancó a vender, no paró más. Abrevando tanto de su pasado punk con Aborto Eléctrico así como la posterior experiencia acústica de Renato como O Trovador Solitario, cuando construyó un repertorio que tocaba acompañándose sólo con una acústica, Legiao empezó siendo claramente un grupo post-punk, pero en su segundo disco ya se percibían influencias new romantic, y disco a disco fueron abriendo el espectro de su música, entregando canciones que podían tener la inmediatez del punk así como un registro confesional mas cercano a The Smiths, siempre con Renato al comando de todo. “Imponía respeto”, asegura Bonfá. “Era diez años mayor que nosotros dos”, explica Dado. “Tenía mucho magnetismo, juntaba a la gente, en cierta forma encantaba, magnetizaba”, enumera el guitarrista al recordarlo, y empieza a mover las manos al encarnarlo con una sonrisa, diciendo: “Vení, vení, vamos a hacer eso ahora, ahora es turno de punk rock, ¡vamos!” Pero, en su libro, Dado también recuerda que Renato era capaz de transformarse en un personaje “insoportable, egoísta, manipulador y sistemáticamente alcoholizado”. La venerable Ana María Bahiana, mito del periodismo de rock brasileño, recuerda en O filho de revolucao, de Carlos Marcelo –una completísima biografía de Renato Russo que acaba de ser reeditada–, que con el líder de Legiao Urbana se podía tener largas conversaciones no sólo sobre rock o Brian Wilson, sino también literatura, filosofía, misticismo, tarot y astrología. “Para Bahiana, Renato era un lírico puro”, escribe Marcelo. “Pero aún conociéndolo cada vez mejor, ella conservó su primera impresión: ¿Cómo era que el dueño de una voz tan poderosa, capaz de escribir letras tan filosas, personalmente podía parecer tan frágil?”. Años antes de la aparición de Kurt Cobain, Renato ya había declarado en 1987, tratando de explicar sus ambivalencias con el lugar cada vez más popular que ocupaba: “Cuando uno tiene éxito dentro del rock, tiene que convivir justamente con la gente de la que quería escaparse al formar un grupo”. Personaje seductor, imprevisible y autodestructivo, una de las claves del culto a Legiao es el hecho de que nunca se sabía lo que podía pasar en escena. Por eso el grupo nunca realizó grandes giras, y prefería tocar esporádicamente, y por eso también sus shows eran multitudinarios y siempre explosivos. Y la creatividad disparada en los última época, en que terminó sacando casi un disco por año, obedeció a que para mantener vivo a un Renato cada vez mas débil y vulnerable a causa del sida, lo mejor era mantenerlo ocupado, grabando, creando. “Hemos tocado más ahora, en este año y medio, que en toda la época de Legiao”, asegura Bonfá, recordando que durante esta gira Legiao Urbana XXX llegaron a tocar en los Estados Unidos, además de hacerlo en Uruguay. Algo que nunca fue posible con Renato, y tal vez por eso es que nunca –por ejemplo– el grupo llegó a la Argentina. Allá por los 90, cuando Paralamas terminó haciéndose local en nuestro país y los Titas intentaron varias veces hacerse un lugar, Legiao reinaba en Brasil, intentando al mismo tiempo seguir con vida, tocando poco y llenando estadios. Mito fronteras adentro, desconocidos afuera; dueños de un estilo cosmopolita pero al mismo tiempo ferozmente intraducible, incomprendidos por la prensa y venerados por multitudes, con recitales masivos que generaban batallas campales: aunque sus estilos musicales no se parecen, lo único que se puede comparar con Legiao Urbana dentro del rock local es el fenómeno de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. “Recién ahora estamos entendiendo lo que hicimos”, explica Dado. “Porque entonces todo era mas tenso, más intuitivo y loco, mientras que ahora podemos percibir con mayor claridad lo que nuestra música significa para el público y también para nosotros, de una forma más madura y racional. Antes estábamos subidos a una calesita emocional, y podía pasar cualquier cosa. Ahora le dejamos esa calesita al público, nosotros rescatamos las canciones como lo que son, canciones. Y por primera vez las estamos disfrutando”.
André Frateschi sonríe al recordar la primera vez que se puso al frente de las canciones de Legiao Urbana XXX. Fue en un show pequeño realizado en Río de Janeiro, antes de comenzar la gira, organizado para la gente cercana al grupo, muchos de los cuales habían conocido personalmente a Renato. Reconoce que estaba algo nervioso, y no lo ayudó que en camarines, antes del comienzo, apareció un personaje histórico de la discográfica que se plantó ante él, y le anunció: “Quería conocer personalmente al encargado de esta misión suicida”. “¡Eso dijo! ¡Misión suicida!”, repite Frateschi, lanzando una carcajada. No es sencillo su rol: tiene que llenar los zapatos de Renato. “Algo que ni siquiera intento, simplemente salgo y canto los temas”, aclara. “Aquella primera vez me quedé contento, porque después del show se me acercaron a saludar diez o veinte viejos amigos de Renato, que se quedaron después del show, compartiendo viejas anécdotas conmigo. Ahí empecé a pensar que existía una posibilidad de que saliese con vida de esto”. Pero Frasteschi no se engaña, sabe que la tarea es difícil. Cuenta que, en todos los shows que hasta entonces la gira lleva realizados en Brasil, siempre descubre entre toda la gente que canta y baila las canciones a alguien, generalmente de unos cuarenta o cincuenta años, que se queda quieto, con los brazos cruzados, dando golpecitos con el pie contra el piso y negando con la cabeza. Y al describirlo, se para e imita el gesto de ese personaje recurrente. “¡Siempre hay alguien así! Nunca falta. Lo busco cada noche, y ahí está. Es lo que me recuerda que lo que tengo que hacer no es un trabajo sencillo”. El cantante y actor paulista no es un recién llegado al universo Legiao. Su historia con ellos se remonta al paso de la banda por San Pablo, antes incluso de grabar su primer disco. “Mi madre es actriz, se llama Denise Del Veccio, y cuando yo tenía diez años hacía una obra de teatro que se llamaba Feliz año viejo, de la que participaron los Legiao. Ella me llevaba al camarín, y recuerdo haberme quedado hipnotizado por estar tan cerca de músicos de rock. Creo que fue ahí donde empezó mi fascinación con la música”, recuerda André, que volvió a ver a Legiao recién unos años despues, cuando regresaron a San Pablo, pero ya acompañando la edición de sus primeros discos. Decidió llevarles un regalo, un enorme ramo de flores, que presentó ante Renato en una pausa entre tema y tema, desde la primera fila. “Recuerdo que Renato empezó a comerse las flores, a arrancarlas, a pasarse los pétalos por todo el cuerpo”, cuenta. “En un principio me desilusioné, pensé que no le había gustado mi regalo. Pero después me di cuenta que había asistido a una representación, una obra de arte. Es un regalo que tardé en darme cuenta que me había ofrendado”. Los caminos de André y Legiao volvieron a cruzarse cuando Dado participó de un homenaje a Los Beatles, y se sorprendió con el cantante que se hacía cargo de temas como “Oh Darling y “I Am The Walrus”. Era André, que se acercó a saludarlo, y le recordó aquel primer encuentro cuando tenía apenas diez años. Por eso cuando empezaron a pensar en este proyecto, Dado lo convocó. Y el resultado es sorprendente. Para empezar, es admirable que Frateschi se atreva a encarar semejante reto. Porque es como si se reuniesen los integrantes de Sumo, y alguien ajeno al grupo tuviese que hacer de Luca. ¿Quién se atrevería a aceptar semejante desafío? ¿Y quien, del lado del público, aceptaría que alguien ocupe semejante rol? Lo que realiza un espectáculo como Legiao Urbana XXX es claramente una invocación: hay una banda que tiene un público y unas canciones, y el único ausente es el más importante, su autor y su intérprete, con quien la banda y esas canciones siempre estarán asociadas. Todo el que va a ver el show sabe que hay alguien que no está, su ausencia es casi una presencia palpable, y André es justamente el centro de todas las miradas, el encargado de deshacer ese nudo. Lo ayuda que el recital está separado en dos partes: primero suena todo el primer disco del grupo, en el orden en que fue editado, casi sin respiro. Y después viene una segunda parte, que incluye el resto de los éxitos. La contundencia de esa primera parte hace que la dialéctica entre la ausencia y la presencia sea casi natural. Es fundamental el hecho de que André no intenta copiar a Renato, simplemente canta las canciones con una convicción admirable, al punto de que en La Trastienda de Montevideo, durante los primeros temas, en un principio era posible notar que la gente –evidentes fans de Legiao– cada tanto se miraba entre sí en silencio, asintiendo ante lo que veían. Para “Geracao Coca Cola” (“Somos hijos de la revolución/ somos burgueses sin religión/ somos el futuro de la nación”), tema que abre el lado B del primer disco, André ya los tenía a todos en el bolsillo. Y para cuando llegó el momento de “Faroeste Caboclo”, el himno de 149 versos apiñados en 9 minutos, mezclando folklore, reggae y punk que inaugura los bises, ya nadie entre el público se está preguntando por Renato: su ausencia se ha disuelto durante un show contundente y emotivo, y lo que queda, y siguen llegando, una tras otra, son las canciones.
En la segunda mitad, la de los éxitos del grupo, en los shows de Legiao Urbana XXX se suelen sumar los invitados propios de cada ciudad en la que se presentan. En Montevideo, casi toda esa segunda parte fue un interminable desfile de amigos, entre los que destacaron los integrantes de La Vela Puerca y Bajofondo, además de la presencia fundamental de Juan Casanova, cantante de Los Traidores, que se reservó para cantar “Daniel na cova dos leoes”, su tema preferido del grupo, el que abre el disco Dois. Además de ser parte de una de las bandas esenciales del rock uruguayo de los 80, Casanova es quien tuvo la brillante idea de hacer aquel homenaje a Legiao Urbana en el 2008, con el que todo volvió a comenzar para los sobrevivientes del grupo. De hecho, en una nota publicada por la revista Bizz en el décimo aniversario de la muerte de Renato, en 2006, Bonfá contó que con Dado andaban cada uno por su lado, haciendo lo suyo, pero que él pensaba todo el tiempo en Legiao. Y que hasta había empezado a presentarse en eventos dedicados a la banda, como invitado especial. “Me siento como en las convenciones de Star Trek”, confesó. “Sólo que no se disfrazan de nada, apenas es gente común y normal. Ese es nuestro público”. Y si tanto Bonfá como Dado pudieron reencontrarse con ese público, fue gracias a que Casanova le contó su idea a Teysera, y juntos se fueron entusiasmando. “Todo surgió por una novia que Juan tenía en Melo”, revela Teysera, entre los festejos que comienzan después del show en La Trastienda. “Se fue a pasar unos días con ella, y volvió incendiado. Había visto una banda tributo a Legiao, algo que de alguna manera es común cerca de la frontera con Brasil, donde consumen más esa cultura. Vino a mi casa y me dijo: Si en Melo le hacen un tributo a Legiao, ¿cómo no vamos a poder hacerlo nosotros?” Comenzaron a invitar a los músicos del medio local, y finalmente se decidieron a pegar el salto, contactando a Dado y a Bonfá. “Les dije que no haría un tributo por los Beatles ni por los Stones, sólo por Legiao. Y los convencí”, cuenta Casanova. Y revela: “La primera vez que ensayaron juntos, ya se estaban peleando. Teníamos vendidas dos Trastiendas, y yo pensaba: de qué nos disfrazamos si acá se pudre todo”. Pero, lejos de pudrirse, la historia continúa hasta hoy. Casanova no tiene dudas, el que tiene la culpa de todo es Renato, que sigue manejando los hilos, esté donde esté. “Porque sino no tiene ningún sentido que un tipo como yo sea el responsable de haberlos juntado, ¿entendés?”, se entusiasma, ya al final de la noche. Y agrega, para terminar: “Yo me acuerdo del paso de Legiao Urbana por el Montevideo Rock de 1985. Estuve ahí, y vi el show desde la primera fila. Me dieron vuelta. Pero el público no les prestó demasiada atención, y no sólo los silbaron, sino que hasta seguro que voló alguna cosa. Como yo tocaba con mi banda, pasé al backstage, y lo vi a Renato sentado en un rincón después del show, con la cabeza entre las manos. Por eso me acerqué y le dije que había sido el mejor show que había visto en mi vida. Renato me miró y me dijo: ¿Te parece? Y yo le respondí: Te lo aseguro. Y entonces creo que se quedó un poco más contento”.
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