Domingo, 16 de octubre de 2016 | Hoy
Un debut que se demoró un año, porque la EMI los firmó pensando que eran un grupo folk, ya que la cinta que Herbert Vianna les pasó era de la época en que Renato Russo se presentaba como O Trovador Solitario. Es un disco de sobretodos largos y negros, con Joy Division homenajeado en la línea de bajo de “Ainda é cedo”, aunque el punk politizado de Brasilia se impone en temas con títulos como “Geracao Coca Cola” o “Baader-Meinhof blues”.
Aunque nieguen la influencia directa, es su disco más Smiths, algo comprobable en un clásico como “Tempo perdido”. Dejan de lado el ceño fruncido del debut para volverse hacia dentro, incluyendo acústicas y teclados. Renato recurre esta vez a su viejo repertorio de trovador, con “Eduardo e Mónica” convirtiéndose en el primer gran éxito del grupo. Si del debut se esperaban ventas de 5 mil y llegó a las 100 mil, aquí alcanzan el millón de copias vendidas. Comienza el fenómeno Legiao.
Apurados por la EMI, que quiere aprovechar la racha vendedora, ante la imposibilidad de terminar un nuevo repertorio apelan al baúl de temas aún inéditos tanto de Aborto Eléctrico como de O Trovador Solitario, las dos encarnaciones previas de Renato. El resultado es un disco enojado y urgente, desde el clásico que lo bautiza hasta una obra maestra consagratoria como “Faroeste Caboclo”, que prohibida y todo se convierte en un inesperado himno radiofónico.
La furia que desata la gira presentación de Que país é este los hace refugiarse en letras con referencias espirituales, mientras pasan a ser un trío con la salida del bajista Negrete. Aunque abre con el verso “parece cocaína/ pero es sólo tristeza”, se trata de un disco meditabundo, confesional y de brazos abiertos, el mayor éxito del grupo, con clásicos como “Meninos e meninas”, donde Renato explicita sus preferencias sexuales, y el emocionante “Pais e filhos”.
“Bienvenidos a los años setenta” es el epígrafe que presenta el disco con el que Legiao cambia de década, lleno de temas extensos, lisérgicos y casi sinfónicos. Dado lo presenta en sus memorias como un álbum “pesado, denso y melancólico”. Alejándose del ecumenismo del disco anterior, Renato elige hundirse en referencias relacionadas con drogas, sangre y sexo, y contra el gobierno de Collor, cuya crisis económica fue un golpe de gracia para el rock brasileño de los 80.
Cada disco de Legiao Urbana siempre fue una reacción al anterior, y por eso el regreso a la sobriedad de su cantante es un trabajo esperanzado pero pragmático. “Soy alcohólico, HIV positivo y tengo la vida por delante: necesito trabajar”, cuenta Dado que fue como se presentó Renato para esta colección de canciones pop de menos de 3 minutos, que sin embargo contiene un himno de resistencia como “Perfecao”, cuyo primer verso asegura: “Vamos a celebrar la estupidez humana”.
Después de dos discos solistas –The stonewall celebration concert (1994) y Equilibrio distante (1995), con canciones en ingles e italiano, respectivamente– que contribuyeron a la idea de mantener creando a un Renato que cada vez más cerca del fin del camino, la última parada fue la de la despedida, en carne viva, aun cuando su voz no suene tan al límite como la de Cazuza en Burguesía. Las intensas sesiones alcanzaron para completar un álbum póstumo, Uma otra estacao (1997).
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