› Por Mariano del Mazo
La justicia se mezcla con la melancolía en ese subgénero del sistema de premios y castigos que es el homenaje en vida. Pasó con Bob Dylan y el Nobel a la literatura: el reconocimiento es, también, además del palo verde, un click a la papelera. Aunque en el caso de Dylan fue tomado con una extraña euforia, como el triunfo de un género o de una generación, este tipo de distinciones determina que una obra es extraordinaria y asimismo anuda un moño. En este rincón del mundo, en las antípodas de Suecia, hoy es un buen día para que la justicia también se mezcle con la melancolía. Nada de grandilocuencias, puede ser apenas un acto privado: simplemente poner un disco a la vieja usanza, destapar un champagne y brindar por otra obra extraordinaria, la de Charly García. Hoy cumple 65 años.
Mientras el CCK esta tarde pone su propio moño a la serie de recreaciones de discos de García desarrollada a lo largo de todo octubre, mientras Nacional Rock concluye su mes de agite y hashtag, mientras incluso esperamos con cautelosa curiosidad el anunciado nuevo disco de Charly orejeando el estado de las alas del ave fénix, salió un libro chiquito pero no modesto, totalmente imprescindible: No bombardeen Barrio Norte (Vademécum). Su autor es un ilustradísimo marplatense clase 84 llamado Martín Zariello, que cotidianamente la clava al ángulo de la cultura popular –es sorprendente, no falla en su mix algo freak de rigor e incorrección– desde un blog en el que firma como Il Corvino.
Zariello se detiene en un álbum, el doble Yendo de la cama al living / Pubis angelical (1982), para ir hacia atrás y hacia adelante. No es subjetivo: se reconoce en esa palabra que Charly intentó patentar en los tormentosos años finiseculares de maravillización y say no more: aliado. Asumirse como “aliado” proyecta una sensación de poca seriedad, dibuja un mohín adolescente como escudo de cualquier atisbo de crítica. Sin embargo, todo el libro está atravesado por un espíritu crítico paradójicamente incondicional. La seriedad es absoluta y se sostiene en un incontinente manejo de ideas. Zariello pone el pecho con argumentos, por ejemplo, al lugar común que determina que la carrera de Charly se acabó en Cómo conseguir chicas o en Filosofía barata y zapatos de goma. Su defensa del período post La hija de lágrima resulta encomiable y fortalece el “constant concept” del libro: Yendo de la cama al living / Pubis angelical es apenas un señuelo para astillar la obra de Charly y hacerla dialogar –entre el academicismo y la digresión de café– con otras etapas y con otras manifestaciones culturales. Filosóficas, mediáticas, literarias.
En el pasional análisis de “No bombardeen Buenos Aires”, por caso, monta a la canción sobre otro hito cultural de ese aciago 1982: Los pichiciegos. Escribe Zariello: “La literatura argentina construyó un mito sobre la manera en que Fogwill escribió Los pichiciegos, novela que narra la guerra desde el léxico de los soldados y que mezcla información puntual (se habla del número de desaparecidos) con ciertos flashes oníricos en la Isla (monjas con acento francés rondan las trincheras de los pichis y siembran el terror). Fue escrita, según el propio autor, mientas se desarrollaba el conflicto bélico ‘con doce gramos de cocaína en dos días y medio’. La verdad es que Los pichiciegos es una obra bastante enigmática que fue reducida a la anécdota de su concepción para trasladarla al canon y a la tapa de los suplementos literarios. Esto parece escrito en tono de denuncia pero fue una decisión de su autor, que le daba tanta importancia a su imagen como a su obra. Cualquier similitud con Say No More es pura coincidencia. No son las mismas visiones (supongamos que Fogwill nunca fue una estrella de rock y que García nunca fue sociólogo) pero Los pichiciegos y “No bombardeen Buenos Aires” pueden entenderse como perspectivas complementarias de un mismo momento, hechas en tiempo real y tal vez estimulados por las mismas sustancias. En Fogwill, una memoria coral, Pablo Gianera cuenta que poco antes de morir el escritor quería componer una misa con música de Charly García, no porque le gustara –despreciaba el rock en general– sino porque ‘suponía que lo iba a poner en un lugar de mucha visibilidad’. No sé cómo habría funcionado eso pero de algo estoy seguro: hubiese sido digno de ver”.
En esa clase de magma se revuelca el libro. Zariello dispara con munición fina. Pasa de Satie a Marcelo Pocavida, de Spinetta a Mirtha Legrand, de Manuel Puig a Zoca, y traza tal vez sin proponérselo un azaroso mapa con sitios ignotos de internet que destapan facetas inauditas del músico y formatean las hipótesis planteadas. Son bengalas que van iluminando un universo complejo (al voleo: busquen en YouTube el audio de una entrevista de 1982 a una radio uruguaya escribiendo “Charly García en CX 30 Radio Nacional”).
Son, hoy, también, maneras de celebrar un cumpleaños. Levantar una copa, escuchar esa canción que te cambió la vida, acercarse a las 19 al CCK, leer este libro... “Ceremonias para disolver”, cantaban los Aquelarre. Disolver, en este caso, las profecías de un genio que vio todo a los 20 años en una sola canción. Que hoy, en algún momento del día, pueda sentir –como recorte de esa canción– un millón de manos que lo aplauden.
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